Opinión

Chivo expiatorio

Chivo expiatorio

Chivo expiatorio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las mismas culpas hallan diversa suerte:

Uno recibe por su delito el suplicio, y el otro la corona.

Juvenal

No, no se trata de un animal quimérico, en el que muchos creen a pesar de nunca jamás haberlo visto, como en tiempos de la historia reciente de nuestro país ocurrió con el mítico chupacabras. Lo único rimbombante está en el adjetivo, no en el sustantivo. Ese mismo calificativo fastuoso es el que desencadena su naturaleza trágica. Este chivo es uno común y corriente, un becerro como cualquier otro, como los que usted, apreciable lector, alguna vez habrá visto.

Lo particular de este animal no radica en él en sí mismo, ni en su esencia, sino el término de su existencia como medio para lograr un fin. Chivo emisario, podríamos también llamarle, pues el mensaje que consigo lleva es lo que de él importa. No es un mensaje escrito, no es una carta, ni siquiera un secreto o susurro. Su sacrificio es el que habla. No su vitalidad o falta de, no su prole, ni su alimentación, tampoco necesariamente su comportamiento, simplemente se vuelve especial por la calamidad que sobre él se cierne. Por cierto, no se necesitaba ser especial para ser ungido, bastaba con ser el más a la mano, el que por una mala pasada del destino estaba en el lugar y momento incorrecto.

Contra el chivo expiatorio no se necesitaban pruebas de cargo, ni parte acusadora, ni garantías de ninguna especie. De debido proceso ni hablamos, ni siquiera de analogías o mayorías de razón, de ningún proceso deliberativo. El indefenso animal estaba condenado desde el momento mismo en que sobre él había sido puesta la mirada.

En el día de la expiación, capítulo 16 del Levítico, el relato bíblico señala que Aarón haría “…traer el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación”. Tenemos aquí la referencia histórica del significado primigenio del chivo expiatorio. Una fórmula para que el inocente animal absorbiera la culpa del pecado humano.

En su decisión, Aarón no tenía ningún criterio de selección objetivo, pues al final debía ajustarse a una indicación superior, incuestionable.

En la suerte fatal del pobre mensajero involuntario, Aarón no se molestaba siquiera en ser él quien lo asesinara, bastaba con elegirlo y dejarlo a su suerte, en el abandono, segregado de sus pares, a merced de las inclemencias del tiempo, del hambre, del frío, de la soledad y, sobre todo, del olvido. Más le valía en su exilio ser muerto a pedradas o devorado de una vez por alguna otra bestia.

Ojo porque a veces el becerro que consumirá los pecados ajenos, puede encarnarse no sólo en un cuadrúpedo con una campana al cuello que lo haga plenamente diferenciable de los otros chivos. A veces los chivos expiatorios pueden ser, en realidad, rebaños expiatorios, grupos innumerables, chivos sin nombre, sin señas particulares que sin deberla ni temerla desfilarán, antes o después, por el patíbulo público.

Así ocurrió, por ejemplo, con el maniatado de sí mismo expresidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Para él, la responsabilidad de los males norteamericanos la teníamos todos menos ellos mismos. Los migrantes fueron su refugio preferido. Cuidado porque cuando el rebaño es grande, los chivos no pueden ser todos tomados de una vez, se van escogiendo uno a uno, así se logra menguar la manada por la selección nada natural de quien los elige y porque los que van quedando corren despavoridos cuando un agente externo se introduce en su corral.

Consuelo que estas prácticas religiosas, ciertamente respetables, hayan ocurrido movidas por la fe genuina. Desgracia que estas experiencias hayan sido pervertidas, ayer y hoy, por una mezquindad política que se sirve para la expiación de sus culpas de otros seres que, le seguro, no son chivos.