Nacional

Desmanes aceleraron cierre de Casa del Migrante Juan Diego

Sin arrepentirse de lo que asegura fue una acción de hermandad y amor al prójimo, Esperanza recuerda cuando en enero del 2009 este albergue dio la bienvenida a grupos de centroamericanos que buscaban un lugar de descanso y aseo y donde asegura vio pasar a miles de personas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Haití, Venezuela, China y de países de África.

Iglesia evangélica
Iglesia evangélica Iglesia evangélica (La Crónica de Hoy)

Por desmanes de algunos migrantes que no respetaron las recomendaciones de la Casa del Migrante Juan Diego, aunado a reclamos y rechazo de vecinos de la calle Cerrada de La Cruz, donde está la iglesia de San José Obrero, en Lechería, detonó en que este albergue, que operó por tres años dando techo, comida y descanso a centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos, fuera cerrado, lo que también derivó en diferencias entre vecinos de las dos colonias vecinas como San Francisco Chilpan y Lechería, recuerda Esperanza, quien ayudó, junto con vecinas de Chilpan, en labores de atención a centroamericanos en este albergue que el 10 de julio cumple siete años de haber cerrado sus puertas.

Sin arrepentirse de lo que asegura fue una acción de hermandad y amor al prójimo, Esperanza recuerda cuando en enero del 2009 este albergue dio la bienvenida a grupos de centroamericanos que buscaban un lugar de descanso y aseo y donde asegura vio pasar a miles de personas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Haití, Venezuela, China y de países de África.

A todos se les atendía sin distinción y se les procuraba mayor atención a quienes llegaban con niños, señala, sin olvidar que desde el primer día en que se abrió la casa del Migrante hubo inconformidad y reclamos, principalmente de vecinos de la calle donde estaba el albergue.

Esperanza no dudó en subrayar que antes de que abriera la Casa del Migrante, el padre Felipe —encargado en el 2009 de la iglesia—, propuso la idea a la arquidiócesis de Cuautitlán para que el salón parroquial se habilitara como albergue. “Ya con el visto bueno se comunicó a los vecinos y a quienes asistimos a misa sobre esta propuesta y la mayoría lo aceptó. En enero del 2009 se abrió el lugar y todo iba bien y se atendía a más de 150 personas por día”. Sin embargo, comenta, con el pasar de los días surgieron incidentes con migrantes que escandalizaban en la calle, tiraban basura y no respetaban el llamado de los vecinos que pedían orden, esto comenzó a provocar enfado, y la situación fue creciendo.

“Yo ayudaba en la preparación de la comida, en repartirla y en entrega de ropa que nos regalaban; hacíamos de todo”, y señala que algunos migrantes no aceptaban recomendaciones; al no haber cupo para todos en el albergue, se les dijo que podían irse a descansar al deportivo que está a unas calles, donde se instalarían unas carpas, pero la mayoría prefirió dormir en la calle, en las banquetas y bloqueaban las entradas de las casas de los vecinos, lo que derivó en reclamos para el padre Felipe y luego para el padre Hugo (quien tomó el relevo en la parroquia y de la Casa del Migrante) y para quienes ayudábamos, que éramos la mayoría de Chilpan.

Esperanza, quien no deja de observar a uno de sus nietos de un año que dormita en una hamaca, señala que aunque ella nunca percibió un aumento de la inseguridad en la zona con la llegada de los migrantes, vecinos de Lechería argumentaron que los asaltos iban a la alza y el desorden ya era incontrolable, por lo que en tres ocasiones exigieron el ­cierre del albergue.

Hasta la fecha voy a la iglesia y saludo bien a los vecinos con los que hubo diferencias por este albergue, aunque creo que esos momentos no se han olvidado del todo, indicó.

Carmen, de 56 años y vecina de la calle Cerrada de La Cruz y cuya vivienda está a escasos 30 metros de donde estuvo la casa del Migrante, relató que cuando se abrió el albergue su familia y otros vecinos apoyaron.

—Nunca imaginamos que llegarían muchos migrantes, que un gran número se quedarían en la colonia, y desafortunadamente era más la gente mala la que se quedaba que la que se iba.

Las cosas empezaron bien e incluso los vecinos de aquí ayudamos con víveres, ropa, cobijas y con lo que podíamos. Algunos migrantes iban en grupitos casa por casa tocando y pedían dinero, un taco o agua y se les daba, pero después ya era sólo dinero, y si les dabas comida, así como se las entregabas te la recibían, pero la dejaban íntegra frente a la puerta o en la banqueta.

Carmen asegura que “exigimos el cierre del albergue luego de que en repetidas ocasiones los vecinos teníamos que barrer las banquetas y hacer limpieza general, ya que los migrantes la utilizaban de baño público, dejaban basura, pañales sucios, envases de cerveza, y ropa que les daba el albergue, la dejaban tirada.

“Mi familia —recuerda su experiencia— tuvo varios incidentes con migrantes, ya que cuando queríamos salir para ir a la escuela o al trabajo era imposible porque en la entrada y sobre la banqueta, había hasta tres personas durmiendo y era difícil brincarlos, además de que se molestaban si los despertabas y casi querían agredirnos”.

Una vivencia similar narró Alejandra, vecina de 55 años y cuya casa se encuentra a escasos 10 metros de la que fuera la Casa del Migrante.

—Nunca le hicimos ningún feo a estas personas, por el contrario, apoyábamos a la iglesia en lo que podíamos, pero también hay que ser sinceros, muchos de los migrantes no agradecen la ayuda y hasta te exigen. Mi hija no podía salir sola de la casa para ir a la escuela, ya que hubo algunos días en los que migrantes la seguían y le decían peladeces y temíamos que pudieran hacerle algo.

A este eco se sumó la experiencia de Don Gerardo, de 69 años y habitante de la colonia Independencia, cercana a la estación Tultitlán del Tren Suburbano, y donde temporalmente se instalaron dos carpas debajo de un puente vehicular para atender a los migrantes cuando fue cerrada el 10 de julio del 2012 la Casa del Migrante.

—Gracias a Dios no duraron esas carpas más de tres semanas aquí, ya que era un alboroto y escándalo a todas horas. Además, entre estas gentes venían muchos malandros, aumentaron los asaltos y no era raro ver que muchos de ellos fumaban mariguana, se drogaban o andaban borrachos. También entraban a las tiendas y sacaban mercancía que no pagaban. Eso yo lo vi y nadie me lo contó.

Su nieta Estefanía, de 20 años, relata que cuando mandaron la Casa del Migrante al municipio de Huehuetoca, los asaltos continuaron acá en Tultitlán, ya que las patrullas de la policía municipal se retiraron y aumentó la inseguridad. Si los migrantes hacían escándalo y todo eso, los policías trataban de controlar que no hicieran cosas más graves, aunque me tocó ver que los mismos policías les quitaban su dinero.

Copyright © 2019 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México