En la torre de marfil
La sociedad escomo un navío
y todo el mundo debe contribuir a
la buena dirección de su timón.
En enero del 2020 el Comité Coordinador del Sistema Nacional Anticorrupción aprobó la Política Nacional Anticorrupción, que constituye un plan estratégico para el combate, sanción y prevención de los hechos de corrupción y está basada en 4 ejes rectores: 1) combate de la corrupción y la impunidad; 2) combate de la arbitrariedad y el abuso de poder; 3) Promoción de la mejora de la gestión pública y de los puntos de contacto gobierno-sociedad y; 4) Involucramiento de la sociedad y el sector privado.
Además de tomar en cuenta los datos oficiales y estudios de organismos internacionales, también consideró los posicionamientos de la ciudadanía, organizaciones de la sociedad civil, académicos expertos y otros agentes interesados en el tema; acatando así la visión global e inclusión de las más diversas perspectivas que definieron desde su origen al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA).
Con el propósito de armonizar los Sistemas Estatales Anticorrupción (SEA) con el Nacional, la Secretaría Ejecutiva del SNA desarrolló una Guía de Diseño para las Políticas Estatales Anticorrupción pero, a pesar de ello, el pasado 20 de mayo , en la celebración de la segunda Sesión Ordinaria 2021 del Comité Coordinador del SNA, se reportó que sólo 15 entidades federativas (Aguascalientes, Baja California Sur, Coahuila, Estado de México, Hidalgo, Jalisco, Quintana Roo, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa, Sonora, Tabasco, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas) cuentan con su Política Estatal Anticorrupción.
De los estados restantes, 10 se encuentran en proceso de elaboración, 5 atendiendo las observaciones realizadas a su propuesta de PEA y 2 aún no han iniciado siquiera el proceso de construcción. La Ciudad de México es, junto al estado de Morelos, una de las entidades lastimosamente ubicadas en este último rubro. El retraso en nuestra entidad no se limita a la confección de la Política Anticorrupción, el propio SEA se conformó tardíamente, luego sobrevino la invalidación de su marco jurídico así declarado por la SCJN, lo que hacen de nuestro Sistema local anticorrupción uno de los más morosos.
Aunque el SNA (incluidos los SEA) se gesta a cuenta gotas, muy a pesar de los embates desde el púlpito, avanza su consolidación gracias a sus integrantes. Existe determinación y empuje por parte de la sociedad civil y comunidad académica, quienes insistimos en la construcción de políticas y la necesidad de mecanismos reales para combatir la corrupción.
Para nadie es un secreto que el Ejecutivo Federal ha tachado como una “mera simulación” al SNA, que tendría que servirle para la consecución del que parece ser, al menos en palabras huecas, el objetivo central de su gobierno. Quizás el ataque sea porque no lo creó él sino el podrido régimen neoliberal. Se vale, pero si el Sistema Nacional Anticorrupción no gusta ni convence, vamos muy tarde en la discusión, propuesta, implementación de un mecanismo alterno, porque si la dichosa apuesta anticorrupción está sustentada sobre la poderosísima base del discurso, pues a esperar sentados por los ansiados resultados.
Es cierto, el SNA es un organismo independiente pero no autosuficiente, necesita respaldo de las instituciones que lo componen, la confianza de quienes vemos en él una oportunidad para la consolidación de un buen gobierno y el respeto o críticas objetivas de sus detractores. La indiferencia y el pasmo gubernamental y/o sociales son sencillamente inútiles.
Desde siempre, la intervención ciudadana, las instituciones fiscalizadoras, las sociedades críticas, la comunidad informada, los organismos autónomos, el periodismo de investigación, son entuertos para los gobiernos. Celebro decir que han llegado para quedarse, no importa quién, cómo ni cuándo quiera desaparecérseles. Porque son los sensores más efectivos contra los abusos del poder, contra su arbitrariedad y su autocomplacencia; que se reproducen naturalmente, sin incentivos perversos y la fortaleza de sus convicciones radica en la vivencia diaria de lo que ha de cambiarse, un cambio que simplemente no puede percibirse desde la torre de marfil.