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Hermila Galindo, una verdadera Mujer Moderna

¿Cuándo empezó esta duranguense a convertirse en una figura verdaderamente notable? ¿Cuándo aspiró a una diputación en tiempos en que las mujeres ni siquiera podían votar? ¿Acaso cuando en el Primer Congreso Feminista quisieron censurarla, porque resultaba demasiado radical? Fue la educación la primera herramienta que puso a esta muchacha en el camino de convertirse en una auténtica revolucionaria.

(La Crónica de Hoy)

Hermila Galindo jamás fue soldadera, no tuvo grado militar y, que sepamos, no disparó una carabina contra los enemigos del carrancismo, movimiento al que ella perteneció. Pero fue a la escuela a aprender uno de ésos, los nuevos oficios de fines del siglo XIX y principios del XX, y ésa fue su primera herramienta para adentrarse en el mundo de la agitada política revolucionaria. En el camino se hizo antirreeleccionista, y así empezó a construir la plataforma desde la cual daría a conocer sus ideas.

Al mismo tiempo, las muchachas que se asomaban a la nueva centuria, no aspiraban, solamente, a aprender algún oficio modesto con el cual ganarse la vida honradamente. También querían ganar terreno, tener espacios en la vida pública. Por ejemplo, les interesaba trabajar en las oficinas del gobierno federal. La sola idea le produjo a José Ives Limantour, el poderoso secretario de Hacienda de don Porfirio, una profunda inquietud: ¿qué querían esas muchachas, que un día sí y otro también, iban a pedir trabajo a toda clase de empresas, oficinas y comercios? Es más: ¿qué pretendían, aspirando a un puesto en una oficina de gobierno?

¿Cuál era la preocupación real del señor secretario de Hacienda? ¿A qué le tenía miedo? Porque sí, era temor. Limantour creía que, si las oficinas comenzaban a llenarse de muchachas, los caballeros que trabajarían en esos mismos espacios se distraerían, inevitablemente. Conversarían con las chicas, les enseñarían los detalles del empleo, hasta se ofrecerían a ayudarles, si fuese necesario. Entonces, los hombres se distraerían, se perdería productividad, todo se convertiría en un desastre.

Pero la realidad, esa insistente —e ineludible— presencia, acabó por imponerse. El señor Limantour tuvo que esconder sus recelos en lo más hondo de su alma, porque las mujeres ya estaban en su secretaría. Y en la de Comunicaciones, y en la de Gobernación y en muchos otros sitios, desempeñando múltiples quehaceres. Eran dependientas, telefonistas, secretarias, mecanógrafas, taquígrafas. Ésos eran los trabajos con futuro, con porvenir.

¿Quiénes eran ellas? Esas jóvenes mexicanas, eran, la mayor parte de ellas, de condición modesta, que habían encontrado en la educación la posibilidad de formarse para ser independientes, ganarse su propio dinero, e incluso, convertirse en el sostén de sus familias.

Esos nuevos empleos hicieron que, efectivamente, en las oficinas convivieran jóvenes damas con los caballeros que estaban llamados a construir un país nuevo. Las muchachas, que en las escuelas habían aprendido las tareas básicas de una oficina cualquiera, donde se necesitara atender un dictado o escribir una carta, muy pronto se vieron ayudando a hacer copias de discursos y manifiestos, a organizar reuniones políticas, a contratar la impresión de cientos, de miles de volantes. El antirreeleccionismo llegó a sus vidas, y a ellas, que no tenían derecho al voto, también las entusiasmó, y a muchas les cambió la vida.

Hermila Galindo era una de esas mujeres.

Don Rosario tuvo una buena relación con su hija. Enviudó, y volvió a casarse, pero murió en un accidente, en 1902. Hermila no tenía nada que la atara a un lugar en particular: no tenía hermanas ni hermanos, y, por lo que sabemos, no tuvo un vínculo con ninguna de las dos esposas de su padre. En cambio, le tocaba hacerse cargo de su tía. Así, empezó a trabajar. Primero como profesora, en algunos colegios de Torreón, y luego empezó a complementar sus ingresos, laborando como mecanógrafa en despachos de abogados. Fue en Chihuahua donde pudo emplearse en un club antirreeleccionista reyista —que favorecía al general Bernardo Reyes— y se convirtió en una muy convencida militante. Cuando Reyes se alejó de la competencia electoral, la muchacha se pasó al maderismo.

A Hermila no le dio miedo mudarse de ciudad para buscar mejores perspectivas. Vivió en Torreón, en Durango, y luego se trasladó a la ciudad de México, hacia 1913. Aquí, con las recomendaciones que traía de los activistas de Chihuahua, encontró colocación como secretaria del maderista Eduardo Hay.

Llevaba Hermila excelentes recomendaciones, pues, como pudo leer el entonces diputado Hay, la señorita Galindo no era solamente una excelente taquimecanógrafa, sino un entusiasta partidaria del gobierno del presidente Madero. Ésa fue la entrada de la muchacha al mundo de la política, pues Eduardo Hay llegó a presidir el Congreso de la Unión, y Hermila empezó a conocer los entresijos de la política de la revolución. Además de su trabajo en el Congreso, dio clases de taquigrafía en una afamada escuelas para señoritas, la Escuela Miguel Lerdo de Tejada, la famosa “Lerdo”, que todavía existe.

Cuando el presidente Madero fue derrocado, la vida cambió. Eduardo Hay recibió grado de coronel, y se fue a Sonora, para integrarse a las fuerzas que combatían al gobierno de Victoriano Huerta. Hermila se quedó sin empleo. Algunas versiones la ubican, además de sus clases en la escuela Lerdo, trabajando como taquígrafa de Querido Moheno, a la sazón subsecretario de Relaciones Exteriores.

Aparentemente, fue en estos años en que Hermila Galindo empezó a hacer suya la causa feminista. Se sabe que desde 1910 tenía amigas maderistas que después fundaron clubes feministas. Leyó textos muy en boga en esos días, como La mujer en el presente, el pasado y el porvenir, de Bebel, y La esclavitud femenina, de John Stuart Mill.

El tiempo pasado en el Congreso ayudó a Hermila a desarrollar nuevas habilidades. Era una competente oradora, y eso explica que, cuando se convirtió en militante constitucionalista, fuera elegida por el club Abraham González, para dar un mensaje de bienvenida a Venustiano Carranza, que entró triunfante a la ciudad de México el 10 de agosto de 1914.

Muy bien impresionado por el talento de aquella mujer, además de sus excelentes antecedentes revolucionarios, Carranza invitó a Hermila Galindo a trabajar con él, como su secretaria particular. Tres meses después, ya estaba laborando junto al Primer Jefe, en el puerto de Veracruz. Ahí atestiguó —y hay quien piensa que influyó en esto— la emisión de un decreto que permitía el divorcio.

Algo estaba cambiando para las mujeres de México. Pero había mucho que discutir y mucho que proponer. Los siguientes años en la vida de Hermila Galindo fueron de una gran intensidad, como la feminista destacada en que se convirtió.

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