Opinión

Obsesiones y oportunidades perdidas

Obsesiones y oportunidades perdidas

Obsesiones y oportunidades perdidas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

En muchas ocasiones el Señor Presidente nos ha dicho, palabras más, palabras menos: uno es amo de su silencio y esclavo de sus palabras. Y en ese sentido él mismo tiene una condición de ilota (con “L”, por favor), como llamaban los lacedemonios* a sus encadenados; es un esclavo permanente de sus obsesiones y palabras.

Y digo esto porque el “·auto-esclavismo” conceptual del Señor Presidente lo ha llevado a cometer una pifia diplomática (una más): de manera indirecta se ha sumado a la acusación de fraude electoral promovida desde la tribuna más alta de la mentira por el presidente Donald Trump cuando desesperado veía cómo se iba de las manos la reelección. Además ha acusado a los gobiernos de países amigos, de sumarse a una imaginaria “cargada” con sus felicitaciones.

““…yo no puedo decir: ‘felicito a un candidato’, ‘felicito al otro’ porque quiero esperar a que termine el proceso electoral. Nosotros padecimos mucho de las ‘cargadas’, de cuando nos robaron, una de las veces, la Presidencia y todavía no se terminaban de contar los votos y ya algunos gobiernos extranjeros estaban reconociendo a los que se declararon ganadores…”

Esta comparación exhibe dos cosas: la obsesión y la imprudencia.

Obsesión por el ritornelo infatigable de la víctima de un fraude (o de dos) jamás demostrado y la imprudencia de comparar ambas circunstancias, apoyado en otras imprecisiones. Veamos:

“…Eso es lo que pasó en el 2006, todavía no había un cómputo legal y el presidente de España, en ese entonces Zapatero, ya estaba felicitando a Calderón. Una imprudencia. Eso no queremos hacerlo nosotros; además, el respeto al derecho ajeno es la paz.

“Entonces, terminan sus procesos, se resuelve quién triunfó y en ese momento nosotros damos a conocer nuestro reconocimiento...”

Francamente no se entiende la finalidad y mucho menos la utilidad o el provecho, de sugerir esa adhesión oportunista, por ejemplo, en el otro socio comercial del Temec, Justin Trudeau, quien presto le dice a Biden, ya queremos trabajar con usted, en franca alusión lo difícil de hacerlo con el virtual antecesor, el berrinchudo señor Trump, a cuya campaña electoral (otra pifia marca Ebrard); se prestó con diligencia y humildad el presidente de México.

Pero hay otro error. Él siempre ha proclamado la majestad intocable de los principios mexicanos de política exterior. Por tanto no puede –como dijo--, “dar a conocer” un reconocimiento a gobierno extranjero alguno. México no reconoce gobiernos; establece o no relaciones con ellos. No es lo mismo y el matiz resulta importante.

Si nosotros ofreciéramos reconocimientos o certificados de legitimidad, estaríamos sujetos al arbitrio de otros. Esa fue la sabiduría defensiva de Genaro Estrada a quien el Señor Presidente conoce muy bien desde sus años preparatorianos.

“…No tenemos pleitos, también lo quiero aclarar, con ninguno de los dos candidatos, nada más que es un asunto de urbanidad o de decencia o prudencia política para esperarnos y en su momento hacer un pronunciamiento, tener ya una postura sobre este asunto…”

Con ese llamado a la prudencia el Señor Presidente dio por cerrados sus argumentos. Vaya, pues con el imprudente resto del mundo.

Pero con mucha frecuencia vemos cómo el gobierno aprovecha cualquier oportunidad para perder una buena oportunidad. Este es un ejemplo muy claro de cómo las propias palabras pueden hacernos tropezar como piedras en el sendero. O peor, porque la piedra no es cosa nuestra, y la palabrería esclavizadora, sí.

Mientras releía sus respuestas en la conferencia del sábado, revisaba las palabras de Joe Biden en el discurso de su victoria electoral (esa victoria aun no advertida por México), y encontraba una frase interesante: sanar al país.

“…Me postulé a la presidencia para sanar el alma de esta nación. Para reconstruir la fuerza de nuestra nación: la clase media. Para lograr que Estados Unidos vuelva a ser respetado en todo el mundo y para unirnos aquí en casa…”

No se sana sólo de una enfermedad; también de una herida.

Y yo vi cómo Trump hirió el alma de los Estados Unidos con una obsesión malvada: la división, el maniqueísmo, el estar conmigo o contra mí. Esa actitud, visible nada más en los temperamentos tiránicos y obsesivos, ha herido también a México.

Este también es un país empujado a la división desde la oratoria incendiaria y vengativa del poder.