Opinión

10 de mayo: Conversaciones con el cadáver de mi madre

1día de las madres. No a Denisse de Kalafe, le debemos al poeta peruano César Vallejo el mejor adjetivo para entender la dimensión totalizante de la maternidad, su capacidad para cobijar a toda la tribu bajo el mismo manto. En una línea de Trilce, Vallejo escribe: “madre unánime”.

Conversaciones con el cadáver de mi madre

Conversaciones con el cadáver de mi madre

Ya lo sabemos, somos un país guadalupano, futbolero, cursi y rabiosamente edípico. El 10 de mayo se nos da. El corazón mismo de la cursilería nacional asociado a la figura de la madre se concentra en dos poemas que más que poemas son parte de nuestra genética edulcorada. “El brindis del bohemio” y “Nocturno a Rosario”.

En “El Brindis del bohemio” (1942) Guillermo Aguirre y Fierro -para estar a tono con la fecha llamémoslo por esta vez “el bate Aguirre y Fierro”- nos recordó que toda evocación celebratoria quedaría mancillada sin remedio si no aparece en ella, en primerísima fila, el recuerdo de una madre:

Brindo por la mujer, más no por esa

en la que hayáis consuelo en la tristeza

rescoldo del placer ¡Desventurados!;

no por esa que os brinda sus hechizos

cuando besáis sus rizos

artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,

siento por esta vez no complaceros;

brindo por la Mujer, ¡pero por Una!

por la que me brindó sus embelesos

y me envolvió en sus besos:

por la mujer que me meció en la cuna.

Por la mujer que me enseñó de niño

lo que vale el cariño

exquisito, profundo y verdadero;

por la mujer que me arrulló en sus brazos

y que me dio en pedazos,

uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi Madre bohemios!

Con estos versos el bate Aguirre y Fierro convirtió al siglo XX mexicano y al que le siguió en un larguísimo e inagotable 10 de mayo. También aseguró las páginas centrales de aquel famoso librito titulado El declamador sin maestro, cuyo lector más notable fuera, por cierto, Paco Stanley.

Poco antes de suicidarse por un amor no correspondido, en 1873 el joven poeta Manuel Acuña, puso aún más alta la vara edípica: metió a su madre entre las sábanas de su idílico e imposible matrimonio con la cruel Rosario:

¡Qué hermoso hubiera sido

vivir bajo aquel techo,

los dos unidos siempre

y amándonos los dos;

tú siempre enamorada,

yo siempre satisfecho,

los dos una sola alma,

los dos un solo pecho,

y en medio de nosotros

mi madre como un Dios!

No resulta difícil imaginar los reparos que le habrá encontrado Rosario a este joven exaltado y suicida.

2.

En las antípodas del ideal mexicano de la maternidad devota y abnegada, la poeta mexicana Citlali Guerrero se confronta de lleno con esta tradición en su libro Conversaciones con el cadáver de mi madre (Ícaro, 2024), hasta ponerla de cabeza y proponer un acercamiento radical y dolorosamente opuesto al temperamento edípico nacional.

La madre como fuente de todos los males, dadora de vida, sí, pero en cuyos actos se tejen a su vez las telarañas del dolor, del castigo, del miedo y del rencor. Si el título resulta perturbador, lo es más advertir a la primera página que de quien Citlali Guerrero habla es de una madre viva, una mujer encarnación de la anti maternidad, que ella ha preferido matar en las más profundos, descarnados y adoloridos territorios de sus emociones.

Curiosamente cuando otros poetas de la lengua española han abordado el tema de la madre, también lo han asociado con la muerte y el recuerdo dolorido.

León Felipe:

La muerte de una madre nuestra antigua

El corazón de cada madre muerta;

que está más cerca de nosotros,

cuantas más madres nuestras mueren.

Jaime Sabines:

Doña Luz

No eres nada, nadie, madre.

De nosotros quedará la misma huella.

No somos nada, nadie, madre.

Es inútil vivir,

Pero es más inútil morir.

Manuel Machado

Cantares

Madre, pena, suerte, pena, madre, muerte,

ojos negros, negros, y negra la suerte...

Octavio Paz

Pasado en claro

Mi madre, niña de mil años,

madre del mundo, huérfana de mí,

abnegada, feroz, obtusa, providente,

jilguera, perra, hormiga, jabalina,

carta de amor con faltas de lenguaje,

mi madre: pan que yo cortaba

con su propio cuchillo cada día.

César Vallejo:

Las piedras

Madre nuestra, si mis pasos

en el mundo hacen dolor,

es que son los fogonazos

de un absurdo amanecer.

Me sirven estos últimos versos de Vallejo para tratar de comprender a Citlali Guerrero y a su libro: en sus páginas -que recorremos como si fueran sus días- describe un andar por la vida con pasos adoloridos, y al mismo tiempo anuncian los fogonazos de un amanecer a través de las palabras. Las palabras de la poeta no sólo denuncian, también curan, redimen, salvan. No perdonan, recuerdan. “Solo una cosa no hay -escribió Borges-, es el olvido”.

Citlali Guerrero escribe con la mano izquierda, misma que según apunta en un poema le fue atada de niña por su madre para obligarla a la condición diestra. Escribir con la mano izquierda fue entonces un acto de afirmación y rebeldía, la pequeña hazaña de la libertad que condujo a esa otra hazaña mayor por la cual se convirtió en poeta, dueña de una voz extremadamente fuerte, y de una musicalidad interna sonora y estridente. Digamos que, si su poesía fuese el instrumento de una orquesta, ocuparía el lugar los timbales.

Conversaciones con el cadáver de mi madre es un paseo por el país sombrío de una infancia y una adolescencia habitadas por monstruos y sombras que lastiman. El principal, ya lo sabemos, su propia madre. En medio del dolor y del pasmo nos asomamos simultáneamente a la pérdida de la inocencia y a la recuperación de la dignidad. Los espectros de la infancia la acechan y humillan y por ello la poeta decide encarar al pasado y conversar con sus monstruos, tal como lo hace el niño Max en aquel libro ilustrado para niños de Maurice Sendak, titulado precisamente Donde habitan los monstruos.

Todo lector de poesía regularmente se queda con algunas líneas, algunos versos, algunas estrofas, que sus ojos, sus oídos o su conciencia lectora en alerta van subrayando, ya en la cabeza, o sobre el papel. De alguna manera uno va tejiendo su propio poema extraído del conjunto de la obra que leemos. Este es el mío, ensamblado a mi arbitrio y en desorden de las dos partes que conforman el poemario de la maestra Guerrero: Reitero, no es éste un poema, sino un ensamble de poemas contenidos en el libro:

-Mi madre es fea por naturaleza

me alimento por sí las flores murieran con su aliento.

-Sus ojos, capaces de dejar ciegos a una manada de hienas.

-En sus labios no hay misterio ni profundidad

florece si, lado a lado,

la mala luz de todo su cuerpo.

-Sus pasos son clavos viejos, oxidados.

-A pesar del hedor, el cadáver de mi madre sigue siendo

Esquivo, se ha encontrado a sí mismo, y no se reconoce.

-(Mi madre) sentada frente a todas las cosas del mundo

que nombran la oscuridad.

-Es lluvia fallecida en tiempos áridos.

-Mi madre ya no es mi madre

es un cadáver que cargo desde siempre

sin saber las indicaciones

para deshacerme de él.

-El cadáver de mi madre hizo un

Nido en mis pestañas con cadáveres de pájaros muertos.

-Antes que mi madre fuera un cadáver era un espejo,

un reflejo de nadie, un desperdicio de buitres.

-No logró precisar lo que nos une

estoy en veda de las palabras felices.

-No sabia que el dolor se podía comunicar

-El odio, sino se atiende,

se multiplica cada día como perro sin dueño en la garganta.

-Además de odio, no se vivir.

-En la orfandad de los vivos, el rencor es más fuerte que la muerte.

-A qué sabrá tu muerte madre

la espero como el dulce prometido.

-Aquí sigo madre, no me doy por vencida

en algún instante del día

vendrá la palabra exacta para decirte que

toda mi muerte es para ti.

-Nadie le enseñó las instrucciones para amarnos.

-El recuerdo es el único infierno del que quiero huir.

-No hay dolor disfrazado

el dolor no admite máscaras.

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