Opinión
Bolsonaro es historia; ahora toca desbolsonarizar Brasil
Fran Ruiz

Bolsonaro es historia; ahora toca desbolsonarizar Brasil

Pocas veces una victoria electoral ha generado tanto alivio en el mundo, como la de Lula da Silva este domingo (o la de Joe Biden, hace dos años); no tanto por méritos propios del expresidente de Brasil (que por supuesto los tiene, como su batalla ganada contra el hambre), sino por el gravísimo daño que Jair Bolsonaro infligiría a Brasil (y al mundo), si hubiera ganado un segundo mandato.

“Brasil y el planeta necesitan de la Amazonía viva”. Basta con esta frase de Lula durante su discurso de la victoria para saber la importancia que significa que Bolsonaro no siga en el poder, jaleando a los ganaderos, mineros y madereros para que sigan destruyendo la selva. 

Lula da Silva, presidente electo de Brasil

Lula da Silva, presidente electo de Brasil

EFE/ Ettore Chiereguini

Consciente del paralelismo entre lo que le pasó a él y lo que podría pasar en Brasil, el presidente de EU, Joe Biden, fue uno de los primeros mandatarios en felicitar a Lula por su victoria, y en remarcar que ganó mediante unas elecciones “libres y fiables”. En otras palabras: si Bolsonaro se niega a reconocer su derrota (como Donald Trump sigue sin reconocer la suya) y se resiste a dejar el poder en enero, tendrá enfrente a un enemigo muy poderoso. La amenaza velada de Biden, por cierto, no va dirigida sólo al presidente brasileño nostálgico de la dictadura, sino a los mandos militares para que no caigan en tentaciones golpistas que pondrían al gigante sudamericano al borde de la guerra civil.

La otra buena noticia es que el populismo pierde a una de sus principales bazas en las democracias liberales. El experimento populista de Trump y Bolsonaro en los dos mayores países de América asustó al votante moderado y esto llevó a que fracasaran en su mayor objetivo: retener el poder mediante la legitimidad de las urnas.

En cuanto al panorama político regional, la victoria de Lula corona a la izquierda como hegemónica. De hecho, las cinco mayores economías latinoamericanas —Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile— estarán gobernadas por políticos de izquierda que ganaron limpiamente en las urnas —Lula da Silva, Andrés Manuel López Obrador, Alberto Fernández, Gustavo Petro y Gabriel Boric, respectivamente—y que deberían marcar claramente distancia con los líderes de la izquierda autoritaria y antidemocrática, como el cubano Miguel Díaz Canel, heredero de la dictadura castrista; o el venezolano Nicolás Maduro y el nicaragüense Daniel Ortega, que se aferran al poder mediante la represión o encarcelando a sus opositores.

Pero, hasta aquí las buenas noticias para Lula.

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La mala es que un preocupante 49 por ciento del votante brasileño lo hizo por Bolsonaro, a pesar de su forma radical de gobernar; o peor, gracias a su forma de gobernar.

El mensaje para Lula está claro: Bolsonaro se va, pero deja bien arraigado el bolsonarismo en la sociedad brasileña, partida literalmente en dos. Los bolsonaristas ven a su líder no bajo el prisma de un político que debe aceptar cómo son las reglas del juego democrático, sino que lo ven como un líder mesiánico que tiene una misión sagrada y al que tratarán de reinstalar en el poder, aunque sea difundiendo bulos en una permanente campaña de desprestigio al nuevo gobernante (como hacen los trumpistas en EU, gracias a la falta de control de las redes sociales).

Por tanto, la tarea prioritaria de Lula en estos cuatro años es “desbolsonarizar” Brasil, pero sin ánimo de venganza y empezando por corregir los errores de sus dos primeros mandatos, como los escándalos de corrupción.

La misión no será nada fácil, pero tampoco debió ser para un obrero metalúrgico, que ya sabe lo que es dormir en la cárcel, ganar por tercera vez las elecciones del país más poblado de Latinoamérica, y lograrlo, peso a la descarada campaña de mentiras en su contra (tema que debería aprovechar para impulsar leyes, nacionales o internacionales, que frenen la impunidad rampante de las plataformas digitales).

Pero, lo urgente, está fuera de sus manos, y es que Bolsonaro entienda que su experimento populista acabó y que debe entregar el poder en estos dos meses de transición de forma civilizada y sin sobresaltos.

Será a partir del 1 de enero, cuando Lula sea investido presidente por tercera vez, cuando deberá ir desmontando el bolsonarismo, basado en el odio al otro, hasta que este sea en futuro un mal recuerdo.

Por eso, fue tan importante que en su primer discurso destacará que gobernará para todos los brasileños sin ánimo de venganza y con espíritu reconciliador. Y lo dijo con esta poderosa frase, que ta falta hace que se escuche en otros países, empezando por México: "A nadie le interesa vivir en un estado permanente de guerra. Este pueblo está cansado de ver al otro como enemigo. Es hora de bajar a las armas ".