Opinión

La calle es de los ciudadanos

Observamos nuevamente la contraposición entre la obscuridad y la luz, entre el palacio y la plaza pública, es decir, entre el poder político y el poder ciudadano. A pesar de los ridículos sabotajes orquestados desde el gobierno, la marcha en defensa de la democracia realizada ayer domingo, representó un éxito total y un llamado de atención para el país entero, no solo por la pluralidad de voces que allí se manifestaron sino también por el ejemplo de unidad política que encarnó la movilización social. El contundente rechazo que se observa prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida nacional a la iniciativa del Ejecutivo federal para reformar, derogar y adicionar diversos artículos de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en materia electoral, quedó de manifiesto. Se trata del último capítulo de una deriva autoritaria que inició con el lopezobradorismo y que bajo la apariencia de una reforma electoral, ahora pretende imponer regresiones sustanciales a nuestro sistema democrático.

La propuesta gubernamental contiene una serie de retrocesos que afectarán al sistema político en su conjunto, que reducirán la calidad de la representación política y que permitirán la injerencia gubernamental en el nombramiento de consejeros y magistrados electorales. Todo ello estableciendo un consistente alejamiento de los elegidos respecto de los electores. La contraposición que se observa entre el palacio y la plaza pública recuerda la distinción, al mismo tiempo clásica y moderna, que existe entre gobernantes y gobernados, entre la clase política y los ciudadanos, entre un poder patrimonialista que actúa sigilosamente en la oscuridad y una sociedad abierta, solidaria y transparente. Un antagonismo que refleja la creciente incompatibilidad entre los intereses del Presidente y los de la sociedad, y que proyecta el alejamiento entre quienes deciden y quienes deben obedecer. Es la expresión de la tensión existente entre el poder unipersonal y el espacio de las libertades sociales.

Marcha en defensa del Instituto Nacional Electoral

Marcha en defensa del Instituto Nacional Electoral

Cuartoscuro / Moisés Pablo Nava

Entre el palacio y la plaza pública existe una relación de rechazo porque vista desde el palacio, la plaza pública es el lugar de la libertad sin límites, del “complot” de los opositores y de la manipulación de la prensa “tendenciosa”, mientras que, contrariamente, visto desde la plaza pública el palacio es el lugar de la corrupción, de la impunidad y del nepotismo, así como la sede del poder arbitrario, indolente e incapaz. La plaza pública representa a la sociedad civil donde fluye la relación entre personas libres y al mismo tiempo, es el espacio donde los ciudadanos integran la categoría aristotélica de comunidad política. El palacio encarna la imagen del poder oculto, de la Razón de Estado y de los secretos del gobierno. Allí se toman las decisiones que afectan a todo el país lejos del escrutinio de los ciudadanos. Al poder político invisible y tendencialmente autoritario que se quiere imponer, se contrapone el reclamo de un poder visible de tipo democrático. La sociedad civil busca limitar la discrecionalidad de la sociedad política.

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El poderoso grito que ayer lanzamos los ciudadanos es la expresión de un nuevo poder que despierta ante el autoritarismo. Es la reivindicación de status político que permite formar parte de la esfera pública en la búsqueda del bienestar colectivo. El derecho de manifestación pacífica del disenso por parte de sujetos indignados, proyecta un uso persuasivo de la resistencia civil como forma de protesta que es plenamente compatible con la democracia. Es considerada civil, justamente, porque acentúa el componente ciudadano en oposición a la clase política y porque resalta su carácter público. Tomar la calle es una forma de presión legítima a disposición de los ciudadanos para modificar las relaciones de poder en el interés de todos.