La chistera de la democracia
Acostumbrados a las malas noticias, a la congoja y al pesimismo por el tamaño y el peligro de las crisis, pandemias, guerras, invasiones despiadadas, en Gaza o en Ucrania. Del mismo modo como ocurrió después de la gran depresión de 1929 -la gran recesión de 2008- dio comienzo a un periodo largo de inestabilidad y retrocesos en todos los órdenes y centralmente, en el orden de las democracias. Desde esa fecha, todo parece ir en retroceso, en dirección al desmantelamiento.
Pero, no siempre ni en todas partes. Si somos capaces de abrir el ángulo, revisar caso por caso, veremos un buen número de episodios en los cuales la astucia democrática es capaz de sobreponerse a lo que, a ratos, parece un imbatible y apabullante populismo.
Empecemos con Polonia al término del año pasado. Una coalición variopinta y no unificada -pero con acuerdos puntuales distrito por distrito- permitió lo que parecía imposible: vencer al virulento y todopoderoso Jarosław Kaczyński, líder del partido Ley y Justicia (PiS). Todos los momios favorecían al populista, pero una combinación de candidato -de “la vieja élite”- pero con buenas credenciales y buena estrategia opositora, lograron poner fin a un gobierno abusivo, de extremista y antieuropeo. Después de diez años, Polonia regresa y reconstruye un orden democrático sensato.
La Francia preolímpica se embarcó en elecciones anticipadas, convocadas sorpresivamente por el presidente Macron en un momento en que la fuerza de la xenófoba, Marine Le Pen no cesaba de crecer. Y sin embargo, luego de dos vueltas, la sociedad francesa reaccionó y detuvo a lo que parecía un inevitable giro fascistoide.
Luego, hace unas semanas, vino la renuncia de Joe Biden a la carrera presidencial estadounidense y la toma de estafeta por Kamala Harris. Ambos movimientos -rápidos y enérgicos- representan una de las mejores noticias en estos tiempos. En solo tres semanas, las encuestas en EU exhiben que Harris supera por primera vez a Donald Trump, con lo que la carrera presidencial se ha replanteado por completo. Cambiar a Biden por Harris ha ilusionado a las multitudes demócratas ¡y a una parte de los republicanos! Y los estados clave (Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Georgia y Arizona) ahora están en verdadera disputa. El inevitable triunfo de Trump -esa sombra con la que habíamos vivido mucho tiempo- dejó de serlo.
Pero una mirada a América Latina también nos informa de los expedientes que la democracia ha podido empuñar, para sobrevivir. El caso de Brasil es muy notable. Desde la oposición, Lula pudo triunfar -después de un prolongado encarcelamiento- haciendo frente a un gobierno virulento, crecientemente autoritario, encabezado por un admirador del golpe militar y adicto al ejército, Jair Bolsonaro. Sucedió por los pelos (51 por ciento de los votos) pero “es la victoria de un gran movimiento democrático por encima de partidos, de intereses personales, la mayoría comprendió que había que detener a la barbarie” dijo Lula y ahora pacta con los socialdemócratas que habían sido enemigos desde siempre.
La reconducción de la crisis que convulsionó las calles de Chile a partir del año 2019, mediante un cauce negociado, en un proceso que institucionalizó la tortuosa e inacabada elaboración de un nuevo texto constitucional, es otro buen ejemplo. Elecciones, acuerdos, búsqueda de un nuevo pacto político, de otro contrato social, metabolizaron la protesta y está obligando a moderar a los extremos. El consenso parece posible.
Honduras, con su debilidad estatal y la captura del narcotráfico a su gobierno, sin embargo, pudo deshacer la trama que el expresidente Juan Orlando Hernández había tejido durante años con los cárteles mexicanos. Parecía intocable por su asociación criminal trasnacional y su mano dura con la que gobernó, pero semanas después de que fue derrotado en las urnas por Xiomara Castro, Hernández fue detenido y luego, extraditado a los Estados Unidos. Algo de aire fresco para un país tan pobre como atribulado.
Y finalmente Venezuela. El descarado fraude electoral de Nicolás Maduro y su oleada represiva, no pueden ocultar el triunfo de la oposición en los comicios del 28 de julio, luego de la más abundante y participativa asistencia a las urnas. El descrédito político del gobierno, el aislamiento internacional, la movilización popular, pero sobre todo, el hecho político de que la coalición opositora fue capaz de presentar las actas con los resultados de la elección, han colocado por primera vez, la disyuntiva hacia una transición negociada, desde un régimen tiránico que parecía inconmovible.
Lo que quiero decir con estos ejemplos es que, a pesar de las tendencias autoritarias, de la oleada de resentimiento e ira, la democracia tiene su resiliencia, ciertas artes o resortes que le permiten resistir.
La celebración sistemática e ininterrumpida de elecciones en América Latina aún durante la pandemia, por ejemplo, muestra su arraigo y persistencia, muestra que a pesar del centralismo y del despotismo, las eleccciones siguen siendo vistas como la única vía legítima de acceso al poder, que siguen siendo uno de los pocos, sólidos consensos político-sociales en nuestras sociedades tan deshilachadas.
La protesta social y las movilizaciones pacíficas, especialmente la de las mujeres y las convocatorias recurrentes -en Colombia como en México- para defender derechos e instituciones democráticas, son otros tantos síntomas de esa vitalidad con la que todavía contamos.
Me parece que -de vez en vez- hay que tomar nota de estos acontecimientos, de estos trucos que reserva la vida democrática, no solamente para tener una visión equilibrada o un panorama más completo del escenario, sino también para inyectar imaginación y energía a quienes hoy mismo, militan y resisten a las intentonas de desmantelamiento y regresión.
El caso es contraponer estos ejemplos reales del presente, a la materia oscura del auge global del autoritarismo. En lo que sea posible repito, aunque sea de vez en vez, no rendirse así no más al pesimismo.