Claudia y los símbolos del poder
La presencia en el presídium de San Lázaro, durante la ceremonia de transmisión de poderes, de doña Ifigenia Martínez y de la ministra Norma Piña encarnan los mensajes que Claudia Sheinbaum quiso transmitir a la sociedad mexicana en su primer evento formal como presidenta de México. Además, marcan, por sí mismos, con enorme delicadeza, pero sin lugar a duda, un primer deslinde de la figura de su antecesor López Obrador.
La presidenta fue generosa. No escatimó reconocimiento alguno al político tabasqueño, pero al mismo tiempo mostró que tiene una mirada diferente para los grandes desafíos del presente. Elegir a doña Ifigenia para ocupar el lugar central en su calidad de presidenta de la Mesa Directiva, muestra su reconocimiento al grupo de políticos encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas y Muñoz Ledo que se rebelaron al interior del PRI, entonces partido hegemónico, al final de la década de los años 80. Grupo del cual López Obrador tomó tal distancia que por lo menos en el caso de Muñoz Ledo llegó al rompimiento total y con respecto a Cuauhtémoc a ley del hielo.
Además, ahí mismo, a un par de metros, estuvo la ministra Norma Piña que ha sido blanco de una de las campañas negras más despiadadas de los últimos años. Su pecado fue oponerse a la Reforma Judicial. Sheinbaum apoyó en su discurso la reforma, pero antes había saludado de beso a la ministra que terminó el sexenio como enemiga declarada de AMLO que no la podía ver ni en pintura. No solo la tuvo que ver, se sentó muy cerca de ella. Fue un gesto, casi rebelde, de civilidad. Claudia también estableció que su política energética será diferente, que el ansia de producir cada vez más petróleo llegó a su fin, y eso fue un correctivo público a lo hecho por López Obrador que tuvo que poner buena cara al mal tiempo.
Ifigenia, Norma, Claudia, las jóvenes militares que las escoltaron durante la ceremonia fortalecen el mensaje de como mujer la doctora Sheinbaum no llega sola a la Presidencia de la República, llegan todas. Es tiempo de mujeres. La parte más emotiva del discurso inicial de Sheinbaum como presidenta estuvo dedicado a esa hazaña colectiva. Hace siete décadas las mujeres en México no tenían, ni siquiera, derecho al voto. Hoy una mujer ya ocupa la Presidencia después de ganar una elección en la que recibió más votos que cualquier otro político en la historia. Que sea para bien.
¡Mi curul por una selfie!
Al interior de cada diputado y senador de la República hay una groupie que aflora, quién lo diría, al escuchar los primeros compases de una banda de guerra que musicaliza los honores a la bandera.
La imagen más recurrente de la ceremonia de ayer en el Palacio Legislativo fueron los legisladores jaloneándose, ellas y ellos, por acercarse a su estrella política favorita para tomarse una selfie.
Quedó claro que el próximo cambio en la Carta Magna debe ser prohibir la entrada de teléfonos celulares al Salón de Plenos. Son una plaga nociva. Una nube negra de legisladores armados con celulares impidió a los televidentes presenciar al arribo a San Lázaro de López Obrador y de la presidenta Sheinbaum que de seguro se llevaron docenas de pisotones ya que los legisladores resultaron incluso más rudos que reporteros novatos en un chacaleo, donde la batalla por ponerle la grabadora lo más cerca posible de la boca del entrevistado es cuerpo a cuerpo.
Diputados y senadores son una audiencia perfecta. Hacen coro, aplauden, echan porras, corean consignas, se conmueven, todo con tal de quedar bien con los que tienen más poder. El poder es el gran seductor de la clase política, nadie se le resiste.
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