Los nuevos libros de texto han recibido muchas críticas por los errores que tienen, por razones pedagógicas y porque promueven un cierto voluntarismo en el que se confunden propósitos con logros. También porque presentan visiones unilaterales y partidistas de la historia, a veces deformándola para que quepa en la imagen idealizada que la 4T se ha hecho de sí misma.
Se utiliza, por ejemplo, la imagen retórica de “voces populares” para propalar como un hecho lo que en realidad es producto de imaginaciones calenturientas. Para el libro, basta con poner el adjetivo “popular”, para que la “voz” se convierta en una fuente confiable. Le dan carta de ciudadanía educativa a los mitos.
Eso está mal, de entrada. Pero hay casos en los que la deformación de la historia y de la información llega a extremos, y se utiliza lo que debería ser un instrumento de la educación, para agraviar y perseguir a personajes públicos, con la intención venenosa de crearles mala fama. Es una forma de deseducar.
Es lo que aparece en una cronología en un libro de sexto año, supuestamente destinada a combatir la discriminación y la violencia, en la que aparecen, con el mismo peso, los exterminios de los apaches, el de Armenia, el holocausto nazi y la matanza de tutsis en Ruanda, junto con los dichos de una conversación telefónica en la que el entonces consejero del INE, Lorenzo Córdova, se burla de unos falsos indígenas que estaban intentando extorsionar al Instituto.
Por supuesto, los autores del libro de texto son incapaces de poner en contexto las frases de Córdova (ni siquiera lo citan: sólo dice que “se mofa de los representantes de las naciones indígenas”; cuando la burla era sobre la falsedad de la identidad indígena de los chantajistas, que exageraban en su modo de hablar) y mucho menos de señalar que esa conversación privada se obtuvo a través de una interceptación telefónica ilegal.
Es que eso no importa. Lo que importa es poner el dedo flamígero de la acusación sobre un personaje que la 4T ha demonizado, en donde Córdova queda en el paquete de los que “utilizan los atributos físicos de las personas como pretextos para menospreciarlas, agredirlas físicamente y, en ocasiones, matarlas, pues se les considera inferiores”.
¿Cuál es el pecado real de Lorenzo Córdova? No haber estado dispuesto a torcer su accionar a favor del partido y el gobierno de López Obrador, ceñirse a la legalidad y la institucionalidad del organismo del Estado que presidió y defender la autonomía y el presupuesto del INE, contra los intentos de distorsión de la democracia mexicana. El pecado es que en algún momento AMLO creyó tener en él un aliado, y lo que tuvo fue un funcionario probo, imparcial y profesional.
¿Y por qué se centraron en el chiste para atacarlo? Porque a Córdova, cuya honestidad personal nadie es capaz de poner en duda, no le encontraron nada más.
¿Por qué usaron el libro de texto? Porque temen que Córdova siga siendo, en los años por venir, una piedra en el zapato de la 4T en su intento de vaciar de contenido y afectar la esencia de la democracia mexicana. Se trata de una campaña personalizada de desprestigio entre los maestros, los padres de familia y las nuevas generaciones, con intenciones de largo plazo.
AMLO dice que quienes critican los libros de texto son “fanáticos”. Ciertamente algunos de quienes lo han hecho lo son, los que manejan sofismas y realizan acciones similares a los que siempre se han opuesto a la educación pública. Pero López Obrador generaliza a propósito, para poner un velo sobre las críticas fundadas que tocan los elementos pedagógicos y de información ausentes en esta edición de los libros, y los que dan cuenta de la manipulación ideológica y política. Y, sobre todo, no ve el fanatismo en su propio lado. Al contrario, a menudo lo insufla.
Ha sido el fanatismo, esa pasión extrema, incapaz de ver la realidad, acompañada de la manía de ver enemigos por todos lados y perseguir a los disidentes, lo que ha alimentado algunas partes de los libros de texto, despojándolos de su propósito original. Y ejemplo claro de ello es la mención innecesaria, pedagógicamente inútil, pero sobre todo malintencionada, de la que es víctima el doctor Lorenzo Córdova.
Mi solidaridad con él.
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