Opinión

Cuba, Centroamérica y los sueños de Andrés Manuel

Empedrado

La gira del presidente López Obrador a Centroamérica y a Cuba da cuenta de los sueños y de los procesos mentales del mandatario mexicano. Da cuenta, asimismo, de que circula con placas que vencieron hace mucho, el siglo pasado.

Desde su campaña presidencial, López Obrador ha insistido en la necesidad de una política integral, que involucre a las naciones de América Central, como mecanismo para frenar la migración y como método de superación de toda la región, que incluye el sur mexicano, que en las últimas décadas se atrasó mucho respecto al resto del país.

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México

Andrés Manuel López Obrador, presidente de México

Cuartoscuro

A diferencia del malogrado Plan Puebla-Panamá, que en su momento impulsó el presidente Fox, el propósito de AMLO no está centrado en atraer inversiones a esas regiones, sino en la promoción de una política social que, bajo su lógica, no sólo sacará a la gente de la miseria, sino que ayudará a restaurar el tejido social, lacerado por la violencia. A esa política social, le da un empujoncito con ayudas directas.

Como López Obrador está convencido de que sus programas funcionan muy bien, lo que ha hecho es exportarlos allí donde puede hacerlo. Y se los aceptan, porque vienen con el paquete de ayuda incluido (en otras palabras, México es que financia). El presidente mexicano queda feliz, asumiéndose como líder de la región, y recibiendo apapachos de todos, especialmente de quienes tienen afinidades ideológicas (la presidenta de Honduras) o de personalidad (el mandatario de El Salvador). Queda feliz con su conciencia social, y también con su ego.

El primer problema es que esos programas, “Sembrando Vida” y “Jóvenes Construyendo el Futuro” no funcionan tan bien como cree López Obrador. En ambos se han detectado problemas no menores. En “Sembrando Vida” se detectó falseo de dato, uso mañoso de proveedores, en varios casos ha terminado al servicio de propietarios de fincas y, sobre todo, se ha traducido en una deforestación inducida para luego reforestar con cargo al erario. En “Jóvenes Construyendo el Futuro”, junto con varios casos exitosos, se han detectado múltiples casos de simulación, en beneficio de empresas o de operadores del programa. Y ni siquiera sumando todos los programas sociales del gobierno federal se ha logrado aliviar el problema de la violencia. Evidentemente el tejido social está más dañado de lo que se suponía, y no basta con esas estrategias.

El segundo problema es que, al replicarse dichos programas en América Central, pero en tamaño reducido, lo más probable es que sumen las características locales, y eso haga más difícil el trasplante.

En cualquier caso, López Obrador cumple en lo que le importa: exportar lo que él considera que son sus soluciones y reflejarse en el agradecimiento de los beneficiarios y de los gobiernos hermanos.

Una cosa diferente es Cuba, país al que también ha ayudado López Obrador, pero no a través de la exportación de sus proyectos, sino con el espaldarazo político y una serie de compras, que se sumarán a la cadena de subsidios con los que, desde hace décadas, México apoya al régimen cubano.

Del florido lenguaje con el que se expresó López Obrador, lleno de elogios a la Revolución Cubana, queda claro que se quedó estancado en los años setenta, y en la idea de un Fidel que brilla en la montaña, un rubí, cinco franjas y una estrella. En la del bastión antimperialista que, en plena guerra fría, intentaba implantar el socialismo a pesar de la cercanía con Estados Unidos.

Una cosa es condenar el contraproducente embargo estadunidense a Cuba, y otra -muy diferente- expresar abiertamente una identificación con un gobierno que hace décadas dejó de ser revolucionario, para convertirse en un Estado policiaco, incapaz de brindar a su población los satisfactores elementales (claro, a menos de que seas de la nomenklatura) y que, para colmo, ahora que es dictadura pura y dura, Cuba ni siquiera está encabezada por alguien apellidado Castro, sino por un burócrata convertido en autócrata.

En esa misma lógica, López Obrador dijo que nunca apoyaría a “golpistas” que conspiran contra el régimen cubano. Compra la idea (o bueno, ya la tiene también para México) de que toda oposición, y de hecho toda crítica, es una intentona para tumbar al gobierno y poner otro “al servicio del Imperio”.

Esas expresiones en poco ayudan al que podría ser, o podría haber sido, un papel estratégico para México, y que podría dejar bien parado a López Obrador: el de mediar para acercar las posiciones de La Habana y Washington. AMLO prefirió pintar su raya histórica y quedar para la posteridad del lado de los buenos (de los que él ve como “buenos”).

La otra señal de apoyo fue la contratación de 500 médicos cubanos, en donde no se les paga a ellos, sino al gobierno, y la adquisición de vacunas contra el COVID, que se destinarán a los menores de edad. Lo primero es un gesto de solidaridad con el régimen (no con los doctores) al que AMLO agregó una frase tan falsa como innecesaria: que en México hay escasez de doctores. Lo segundo, un intento por matar dos pájaros de un tiro: acallar las críticas ante la falta de vacunación a niños en México y dar una ayuda económica a los socios caribeños. Veremos qué tanta confianza tiene la población, y qué tanto prejuicio, hacia las vacunas cubanas.

Para López Obrador, la gira fue de ensueño. Los sueños de Andrés Manuel son los de colocarse como paladín del combate a la pobreza y la desigualdad en toda la región centroamericana, y de ser visto como un aliado de hierro de la Numancia antimperialista caribeña que admira desde sus años mozos.

En el camino, además, recibió de Cuba la medalla José Martí, como Allende y como Mandela. Pero también como Ceaucescu, como Hussein, como Mugabe, como Lukashenko, como Putin y como Nicolás Maduro.