Opinión

Por quién doblan las campanas

CUARTOSCURO

CUARTOSCURO

Crisanta Espinosa

Pasaron los días de muertos, como se dice campechanamente en México. Hubo un magno desfile que recorrió céntricas calles de la ciudad de México y que observaron miles y miles de curiosos (¿se habrán cuidado todos y cada uno de posibles contagios?), muchos pusieron altares en sus casas con velas, flores, comidita y bebidas alcohólicas para ofrecerlas a sus difuntos. Las tradiciones mexicanas se mezclaron con el Halloween en algunas ciudades de los mismísimos Estados Unidos. Interesante.

Las celebraciones del primero y dos de diciembre me atrajeron en una lejana época de mi vida. Eran magia pura frente a la parquedad al respecto de mi familia de exiliados españoles. Ya no me atraen. Me angustian. Ayer, 2 de noviembre, murió una queridísima amiga, bella, inteligente, divertida y muy devota de dios y del catolicismo. A pesar de mis descreencias y de su misticismo, lo suyo iba en serio, nos quisimos mucho. Hoy me siento tristísima. Me imagino ahora el dolor de tantítisimos mexicanos (y mexicanas, se entiende) cuyos hijos, padres, hermanos han desaparecido en esta guerra soterrada y sangrienta del narco. ¿Qué decir de los feminicidios, que, según el presidente Andrés Manuel López Obrador han disminuido en el último mes? También hay homicidios, más de 36,000, apunta Alejandro Hope en su columna de este miércoles 3 de noviembre en El Universal. Arriba de cien al día.

Por si fuera poco, miles de personas han muerto de Covid 19. Existen los datos que ofrece el gobierno de la Cuatroté y los que los médicos y especialistas calculan. Unos seiscientos mil dicen los que contabilizan fuera del gobierno. Con todo esto se conjugan las cifras de niños que han muerto por cáncer, a los que no se les pudo abastecer de medicinas porque la Cuatroté tiene conflicto con las farmacéuticas. Es el mismo caso de los adultos con cáncer. Muchas otras medicinas, las psiquiátricas, por ejemplo, escasean. Quien no ha sufrido el llamado de la locura no sabe lo que esto significa.

Si el personaje de la guadaña nos aguarda en un lugar y en un momento inesperados, muchos mexicanos la han visto venir expedita y sin conmiseración en los últimos tiempos. La muerte, siempre al acecho, ¿Alguna estrategia para detenerla durante las balaceras, los contagios de la Covid, la furia falocéntrica de los machos todopoderosos y del narco frenético? No parece, al gobierno actual le interesa no sólo barrer la corrupción, de arriba hacia abajo, sino saber qué dicen del señor presidente los demonios sueltos neoliberales, conservadores y de derecha, que son una legión maldita y se cobijan dentro de la UNAM, se refugian en el periodismo y debajo de las piedras.

Por cierto, ahora que en muchas partes del mundo se considera una tercera vacuna contra el virus de Wuhan. ¿Lo tienen en la mira nuestras autoridades o ya nos damos por triunfadores los mexicanos en lo que respecta a la a ganarle la partida a tan mortífero virus?

Por lo pronto, yo me conduelo de la muerte de mi amiga. Pudo haber sido una secuela de Covid, aunque tenía completo el esquema de vacunación, u otra cosa, una infección rejega. No lo sé bien. Cuando un amigo querido muere, uno se ve en su espejo. No es un dato sino algo que nos atenaza y hiere. John Done (1572-1531) el grandísimo poeta inglés metafísico, en uno de sus extraordinarios poemas, incluido en Devociones, dice así en español:

“Ninguna hombre es una isla, ni se basta a sí mismo. (…) La muerte de cualquier hombre me disminuye porque soy parte de la humanidad; así, nunca pidas a alguien que pregunte por quien doblan las campañas; están doblando por ti (it tolls for thee).

De allí tomó Ernest Heminway el título para su novela sobre la Guerra Civil Española.

Cada muerte, la que nos pega de cerca, o aquellas otras que se sumergen en el anonimato nos anuncian nuestra futura muerte. No lo olvidemos. No se trata de números nada más, que nos distraen de lo irremediable. Son un anuncio de lo que nos espera antes o después, en la cama o a la vuelta de la esquina.