Opinión

Golpistas y traidores a la patria

Furiosos por las revelaciones hechas sobre la “Casa Gris de Houston, Texas” y que han dejado en cueros la supuesta autoridad moral del presidente de la república, los legisladores del grupo parlamentario de Morena en el Senado de la república, manifestaron su respaldo incondicional al Jefe del Ejecutivo. En conferencia de prensa, donde presentaron un documento firmado por 61 senadores, afirmaron que “Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo.” En su animosidad, los parlamentarios del partido oficial, seguramente, no se dieron cuenta del dislate en el que cayeron: únicamente los regímenes totalitarios confunden al líder supremo con el conjunto del cuerpo político. (Nadia Urbinati, Me the People, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 2019).

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Además, el de los senadores morenistas es un documento excluyente. Allí mismo se lee: “Los ataques de la oposición son sólo el reflejo de su miedo a perder sus privilegios y al éxito de la #4T.” Por deducción lógica, quienes están en contra de López Obrador y de la 4T son la no-nación, la no-patria y el no-pueblo. Y así lo dijeron: “los que se oponen al Presidente de México no son más que un puñado de mercenarios que al ver sus privilegios mancillados, luchan con todo su poder económico para que prevalezca el viejo régimen en el que podrían hacer sus negocios sucios en la oscuridad. Son ¡unos traidores a la nación, a la patria y al pueblo!

A los senadores morenistas se les olvidó, o no saben, que la democracia no es, simplemente, el gobierno de la mayoría; sino es el gobierno de la mayoría que respeta y toma en cuenta a las minorías. Todos los autores que han tratado el tema de la democracia coinciden en que una parte sustancial de este régimen es el diálogo, el acuerdo y el compromiso entre mayoría y minorías. Para eso se requiere que haya tolerancia, respeto por el oponente, saber que nadie es dueño de la verdad, sino que las decisiones se toman mediante la discusión libre de las ideas, y la negociación; no mediante la imposición de los caprichos del gobernante y la abyección y la adulación de los legisladores al mandamás.

Parece un ejercicio de nado sincronizado: el presidente Andrés Manuel López Obrador, advirtió que quienes hacen campaña contra su proyecto de transformación podrían ser acusados de “traición a la patria.” Se trata de una amenaza directa a sus detractores: el Código Civil Federal, en sus artículos 123 y 126, establecen penas que van de 2 a 40 años de cárcel por el delito de traición a la patria. Esos artículos, obviamente, no consideran que, por criticar al gobierno en turno, alguna persona deba ser acusada de traición a la patria; pero, el simple hecho de que el Jefe del Ejecutivo haya usado esa expresión para amedrentar a sus críticos, es un asunto sumamente grave: muestra a un funcionario público fuera de sus casillas, cegado por la ira, con deseos de venganza, irritado porque sacaron a la luz su doble moral.

El escándalo de la “Casa Gris de Houston, Texas” puso en claro por lo menos dos cosas: 1) el código de conducta que López Obrador predicó durante sus campañas presidenciales de 2006, 2012 y 2018, es decir, la austeridad, la humildad, la parquedad y la honradez, son simples argucias para presentarse como un personaje diferente de “la mafia del poder”; pero, en realidad, ni él ni su familia predican con el ejemplo. 2) Si no puede controlar su carácter, menos aún puede gobernar un país tan complejo y diverso como México. Y de eso ha dado sobradas muestras: contra viento y marea se ha empecinado en llevar a cabo sus obras insignia. Edificaciones que están destinadas al fracaso: el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas. En tanto que la pandemia de Covid lo ha rebasado así como la violencia del Crimen organizado para no hablar de la crisis económica que azota al país y que los mexicanos y mexicanas la vemos reflejada en nuestra mermada capacidad adquisitiva.

López Obrador y sus guaruras verbales llevan tiempo acusando a sus oponentes de “golpistas”. Tal imputación no se sostiene en pie, entre otras razones porque, para llevar a cabo un golpe de Estado se necesita al ejército. Y, bien sabemos, que el presidente ha cultivado esmeradamente la amistad y lealtad de las fuerzas armadas no hacia la nación, sino hacia su persona. Sin embargo, el epíteto de “golpistas” es efectivo para desacreditar a quienes no están de acuerdo con él: azuza a sus huestes en contra de esos enemigos del cambio y de su proyecto de nación.

Es la misma táctica que utilizaron, en su momento, Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua. En efecto, el modelo de cambio político que tiene en mente Andrés Manuel López Obrador es el modelo bolivariano. El manual de procedimientos se encuentra en el Foro de Sao Paolo que indica tomar el poder por medio de los mecanismos de la democracia constitucional, para luego, ir implantando el esquema de la democracia directa (léase autocracia populista), en el que ciudadanos pensantes, partidos políticos de oposición, periodistas críticos, medios de comunicación independientes y organizaciones de la sociedad civil que escudriñan en los bajos fondos del poder, no tienen cabida.

No es casualidad que, en política exterior, Andrés Manuel López Obrador se esté acercando a Cuba, Nicaragua y Venezuela.