Opinión

Hora crucial en la UNAM

Este otoño de 2023 la Universidad Nacional pasará por una de las circunstancias más difíciles en su historia reciente. El cambio de Rector pondrá a prueba la capacidad de la UNAM para ejercer y defender su autonomía. El presidente López Obrador, de diversas e inequívocas maneras, ha mostrado su interés para intervenir en la UNAM e influir en la designación del Rector. La independencia de la Universidad Nacional le incomoda y la considera perjudicial para su proyecto de gobierno.

El presidente descalifica sistemáticamente, e intenta debilitar, a toda institución que no se allane a sus propósitos. Lo hace con el INE y el INAI, con la Suprema Corte, o con los medios de comunicación que no se dedican a aplaudirle. Lo hace, también, con la Universidad Nacional.

La UNAM.

La UNAM.

López Obrador ha querido desacreditar a científicos y académicos y a tres docenas de ellos, que formaban parte de un organismo consultivo del Conacyt, su gobierno buscó encarcelarlos. En instituciones supeditadas al organigrama oficial, como el CIDE o el Instituto Nacional de Antropología, se persigue a profesores e investigadores que tienen opiniones críticas acerca del gobierno. Sobre el desempeño de la UNAM, el presidente ha mentido cuando, entre otras expresiones, ha dicho que esta Universidad “se derechizó… en el periodo neoliberal porque no dijeron nada durante el saqueo más grande en la historia de México” (octubre de 2021). Las contribuciones de la UNAM para documentar insuficiencias de la política económica en las últimas décadas han sido constantes y muy conocidas.

El presidente quisiera una Universidad subordinada a los proyectos de su gobierno y, sobre todo, silenciosa ante sus excesos y errores. No es esa la tarea ni la vocación de los universitarios. Con la misma libertad con la que han examinado y a menudo cuestionado a todos los gobiernos anteriores, muchos universitarios lo hacen con el presidente López Obrador y su administración. A él, intolerante, esas críticas lo exasperan.

Los gobernantes populistas acostumbran desdeñar el conocimiento científico y académico. No reconocen más fuente de autoridad que sus propios diagnósticos e intereses. La verdad, la acomodan a sus encerradas apreciaciones de la realidad o, simplemente, la niegan. Por eso una institución como la Universidad, que está obligada a la reflexión y la diversidad, les resulta insufrible a los líderes populistas.

El enfrentamiento del presidente con la comunidad científica, cuyo núcleo más grande se encuentra en la Universidad Nacional, acota y dificulta el proceso de sucesión para la Rectoría. La gestión del Dr. Enrique Graue terminará a mediados de noviembre y ya comenzó un intenso proceso de consultas que debe realizar la Junta de Gobierno. Junto con la intención de participar, los aspirantes hicieron públicos sus proyectos de trabajo. En esta ocasión, quizá más que las propuestas, serán fundamentales el interés, y la capacidad de quienes aspiren a la Rectoría para defender la autonomía de la UNAM.

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Apenas había comenzado su gestión cuando, en diciembre de 2018, el presidente López Obrador envió al Congreso una iniciativa para cancelar la reforma educativa y que, de paso, eliminaba de la Constitución a la autonomía de las universidades. La autonomía no fue borrada de la Constitución, pero esa tentación se ha mantenido. En febrero de 2020, un diputado de Morena propuso modificar la Ley Orgánica de la UNAM para que el Rector y los directores sean electos por votación directa. En marzo de 2023, otro diputado del mismo partido presentó una iniciativa similar. Ambas propuestas quedaron congeladas, pero ha sido evidente el interés para trastocar el procedimiento de designación que le ha sido útil a Universidad Nacional durante casi ocho décadas.

El presidente López Obrador y algunos miembros de su partido consideran que, en la UNAM y otras universidades públicas, las autoridades debieran ser electas por votación universal. Esa es una concepción muy elemental de la democracia en las instituciones académicas. La elección directa de autoridades, deja a las universidades al garete de la política y el proselitismo clientelares. En busca de votos, sobre todo entre estudiantes, los aspirantes hacen promesas y obsequios que nada tienen que ver con las prioridades académicas. La estabilidad y la independencia del trabajo académico, así como la heterogeneidad de tareas y responsabilidades que hay entre los universitarios, requieren de un mecanismo distinto a la elección directa.

En la UNAM, como es bien sabido, el Rector y los directores son designados por una Junta de Gobierno compuesta por 15 personas que, a su vez, han sido nombradas por el Consejo Universitario. En el Consejo están representados los profesores e investigadores, los estudiantes y, con una presencia simbólica, los trabajadores administrativos. Ese método para designar al Rector es una forma de democracia indirecta.

También es un mecanismo imperfecto. La Junta de Gobierno no siempre está al tanto de la situación en cada escuela o instituto; entre sus integrantes es habitual que haya académicos y/o profesionistas interesados en conocer las opiniones de cada comunidad de la UNAM y otros que desdeñan la participación de quienes acuden a darles sus puntos de vista. La Junta de Gobierno hace diversos tipos de consultas, pero sus deliberaciones son privadas.

El método de designación de autoridades, y la estructura misma del gobierno de la UNAM, son perfectibles, pero hasta ahora han sido los menos peores que hemos podido tener. La delegación en 15 personas de la gran responsabilidad que implica el nombramiento del Rector puede resultar chocante si se le compara con los centenares de miles de alumnos y académicos que tiene la Universidad Nacional. Pero ese mecanismo indirecto ha sido eficaz ante las presiones políticas, sobre todo externas a la UNAM.

La independencia de la Junta de Gobierno en primer lugar, y luego de la persona que sea designada para ocupar la cardinal oficina en el sexto piso de la Torre de Rectoría, estarán a prueba en las siguientes semanas. El mejor Rector será el que tenga más aptitudes y convicciones para, apoyado en los universitarios, preservar la autonomía de nuestra Universidad Nacional.

Una versión inicial de este texto se publicó en “Cambio de rumbo”, suplemento del periódico Unión del STUNAM.