Las campañas presidenciales arrancaron ya. Cada candidatura con su estilo y estrategia, inician el recorrido por todo el país, por todas las redes y canales de comunicación posibles, buscando convencer a quienes votaremos de que son, en lo individual, la mejor propuesta.
Dos son los objetivos de las campañas: que la ciudadanía salga a votar, y que lo haga por determinada candidatura.
Varias son las razones para salir y votar; la primera se relaciona con la responsabilidad ciudadana, pues sufragar no es un acto en beneficio propio sino una acción que debe buscar el beneficio colectivo, esto es, elegir pensando en lo mejor para nuestra comunidad.
Pero no podemos obviar que un incentivo fundamental para votar son las campañas y las candidaturas en concreto. A estas, por medio de la acción de los partidos, les toca convencernos de levantarnos un domingo de nuestro cómodo sillón, para hacer una fila por un tiempo variable, y al final marcar el emblema de cierta opción.
Este convencimiento pasa por lo racional. Por presentarnos diagnósticos convincentes de la situación del país, así como propuestas que nos parezcan racionales y ejecutables. Pero no debemos obviar el elemento emocional.
Si, las campañas políticas deben emocionar, para lograr que la ciudadanía salga a votar.
Esta emoción es irracional, en el sentido de que no pasa por una ponderación intelectual, sino por una especie de “enganche” que, supongo, las personas especialistas en mercadotecnia política saben cómo lograr.
Así, razón y emoción se deben conjuntar, idealmente, para conseguir que la gente salga y vote.
También las campañas sirven para tratar de evidenciar porqué las otras opciones no parecen adecuadas. Se señalan los yerros, las falencias o defectos del partido de enfrente, o de su candidatura, tratando de mostrar lo equivocado de su diagnóstico así como lo erróneo de sus propuestas.
Ahí es donde entran las campañas negativas; sin embargo, esto no debe ser pretexto ni para la mentira ni para la violencia de género. La política tiene por límite el derecho, pero también la ética, pues sin esta se convierte en mera búsqueda del poder por el poder mismo.
Los medios de que se servirán en las campañas serán desde los convencionales, como revistas o periódicos; los electrónicos, tales como la televisión y el radio; pero también de forma muy intensa las redes sociales.
Ahí va a ser interesante observar a qué red se le da más peso por cada candidatura, así como el público al que se dirigen; pues no es lo mismo postear un mensaje en Facebook que una historia en Instagram, dado que las personas que usan esas redes no necesariamente son las mismas.
En lo personal me intriga si se usará, y como, la plataforma Twitch, dedicada a transmisiones en vivo.
Veremos cómo se desarrolla esta etapa tan interesante del proceso electoral.
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