Opinión

El internado rotatorio de pregrado

El internado rotatorio de pregrado es la parte final de la carrera de medicina. La carrera está constituida por dos años de materias básicas, en las que el alumno aprende toda la parte conceptual y científica en la que se basa la medicina. Esto ocurre usualmente en el campus universitario. Le siguen entre dos a tres años de materias clínicas, en las que los alumnos aprenden sobre enfermedades, cómo reconocerlas, entenderlas, diagnosticarlas y tratarlas. Esta parte acontece en los hospitales y de ahí que existe una relación muy cercana entre las universidades y los hospitales. En muchos lugares del mundo las universidades tienen su propio hospital, lo que casi no ocurre en México. Al final de estos cinco a seis años, los alumnos saben mucha medicina (los que de verdad estudiaron esos años), pero buena parte de eso es más a nivel teórico que práctico.

Médicos nacionales y extranjeros, personal de salud y público en general participaron en el Segundo Congreso Internacional de Salud Mental

Médicos nacionales y extranjeros y personal de salud

KARLA GIL

El internado de pregrado tiene una duración de un año y es el momento en que un estudiante se inserta en la fuerza laboral de un hospital y tiene la oportunidad de adquirir experiencia en la práctica de la medicina y continúa con la adquisición de conocimiento a través de la lectura y participación en actividades académicas. El internado de pregrado exime al alumno de la realización de una tesis, así que, en medicina no se hace tesis. No se puede uno graduar plagiándole a alguien más su trabajo. Cuando termina el internado, se presenta el examen profesional, con lo que legalmente se puede ejercer la medicina y le sigue un año de servicio social, en el que los alumnos retribuyen al pueblo el haberles dado la oportunidad de estudiar una carrera universitaria, aunque esta haya sido en una universidad privada.

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Hace cuarenta años que un grupo de entrañables amigos y yo fuimos internos de pregrado en el Hospital General de México. Todavía nos tocó asomarnos a la medicina de antaño, en un hospital con muchas carencias y con enfermos que tenían cuadros clínicos floridos, como los que se describían en los libros de semiología clínica de mediados del siglo pasado y que hoy en día, gracias a la ciencia y tecnología, ya no los vemos. No había entonces tomografía computada, ni resonancia magnética, o los procedimientos de endoscopía, hemodinámica, radiología invasiva y endourología de ahora. Hacia final del internado llegó al Hospital como bombo y platillo el primer aparato de ultrasonografía, con el que se podía medir el flujo en los vasos sanguíneos de gran calibre. Hoy, los residentes tienen uno pequeño con los que hacen esto mismo, pero en la cama del enfermo, como parte de la exploración física.

Éramos un grupo de estudiantes entregados al estudio de la medicina y eso pagó bien. Rubén Niesvizky, hombre amable, culto, melómano, con gran sentido del humor, se convirtió en un hematólogo de clase mundial, hoy en Nueva York, es un experto internacional en Mieloma Múltiple. Dan Schuller, un caballero, metódico, inteligente, con mejor sentido del humor todavía que Rubén, el mejor estudiante de medicina que he conocido, se convirtió en neumólogo e intensivista y ha dirigido varios de estos departamentos en los Estados Unidos. Jorge Oseguera, serio, introvertido, cuestionador, con gran pasión por la atención clínica, se convirtió en un destacado cardiólogo, jefe de este departamento en nuestro Instituto y Fernando Mainero, gran amigo, leal como pocos, hombre sabio desde pequeño, se convirtió en uno de los mejores cirujanos de mama que han visto nuestro país en las últimas décadas. Los saludo con el cariño que se acrecenta con la distancia temporal.

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM