Opinión

Mujeres: Ninguna sumisión

Este miércoles recordaremos nuevamente la situación inaceptable en que se encuentran las mujeres en México. Esta semana se presentarán –como sucede todos los años- grandes diagnósticos y refinadas estadísticas que ilustrarán la pésima situación prevaleciente para ellas. A pesar de los inmensos esfuerzos colectivos para imponer la paridad efectiva en todos los ámbitos de nuestra vida nacional, es claro que aún queda mucho por hacer. Por ello, debemos recordar el impulso que supuso para los derechos de las mujeres el movimiento ilustrado que nació con la Revolución Francesa. Los conceptos de vindicación e igualdad resuenan desde el siglo XVIII hasta nuestros días y no es posible pensar una sin la otra. La vindicación femenina fue posible gracias a la existencia previa de un corpus de ideas filosóficas, éticas y jurídicas con pretensiones universalistas aplicables a toda la especie humana, mientras que el ideal de la igualdad sentó las bases intelectuales y políticas para desplegar la exigencia de paridad entre mujeres y hombres. El movimiento emancipador planteó desde sus inicios la universalización de los derechos y la autonomía de los sujetos.

Marchamos porque estamos hartas de caminar con miedo en las calles.

Marchamos porque estamos hartas de caminar con miedo en las calles.

Lizeth Diana Hernández

En el ámbito político moderno esto se traduce como la emancipación de la persona respecto de los prejuicios y de la autoridad despótica. La capacidad de autodeterminación es considerada un sinónimo del individuo autónomo, tanto en el orden de lo racional como en el terreno político. En tal contexto, el filósofo Immanuel Kant presenta sus imperativos categóricos y su Sapere Aude (“ten el coraje de pensar con tu propia cabeza”), entendidos como la liberación por medio del ejercicio de la razón. El sujeto ilustrado es quien logra emanciparse de la tutela ajena para decidir por sí mismo. Son destruidas las viejas cadenas de la sujeción que se encontraban ancladas a una autoridad que no tiene una legitimidad fundamentada en el consenso sino en la tradición. La nueva doctrina del contrato social que justifica el poder y el derecho deberá responder a las exigencias de una sociedad civil emergente, democrática e incluyente. Esto implicaba eliminar el sello masculino que históricamente ostentó la ciudadanía.

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La exclusión secular de las mujeres era atribuida, con distintas variantes: “a la debilidad de su cuerpo y de su mente”, así como a una división del trabajo que hacía que ellas sólo fuesen aptas para la reproducción y la maternidad. A pesar de las grandes transformaciones observadas, todavía prevalecen esquemas de dominación en donde lo que es válido y obligatorio para ellos, resulta inaceptable y prohibido para ellas. Los crecientes reclamos para la incorporación de las mujeres en las distintas esferas de la vida social evidencian los límites que aún existen en materia de libertad, igualdad y fraternidad. En las sociedades contemporáneas la legitimidad solo puede derivar de la protección de los derechos de los individuos, que al ser incorporados en la ley pasan a ser considerados como derechos ciudadanos que deben ser garantizados por el poder estatal.

La ciudadanía implica la presencia efectiva en el espacio público de todas las personas así como su participación plena en los asuntos relevantes de la sociedad. La emancipación, la vindicación y el pleno reconocimiento de los derechos de las mujeres continúan representando en nuestros días, los ejes cardinales de la agenda política en su lucha contra los estigmas e imposiciones del patriarcado. El feminismo es un movimiento renovado que surge del núcleo de los planteamientos democráticos de la modernidad, cuestionando y denunciando las exclusiones, marginaciones y discriminaciones que afectan los derechos de las mujeres mexicanas. Sobre estas bases ideales y políticas, ahora ellas articulan sus voces de forma colectiva para dejar oír claramente y de manera pública, sus reivindicaciones de inclusión y paridad.