Opinión

Un Nobel por pensar fuera del cuadro

Empedrado

FRANCISCO BÁEZ RODRÍGUEZ

FRANCISCO BÁEZ RODRÍGUEZ

Resulta por lo menos interesante que el Premio Nobel de Economía haya sido otorgado a destacados investigadores, más por su método que por los hallazgos específicos en la materia. Y, por lo menos para mí, eso es muy saludable, porque lo que hicieron David Card y Joshua Angrist, y posteriormente modeló Guido Imbens, fue, simplemente, usar el sentido común y pensar fuera del cuadro.

Sucede que en economía la teoría suele mandar. Y que, a menudo, los economistas quieren constreñir la realidad a sus construcciones teóricas. Es muy común que se confunda la teoría con la realidad, se le niegue su calidad de construcción y se la convierta en un fetiche.

Lo que hizo David Card, primero con Alan Krueger y más tarde con Angrist, fue dejar de lado el fetiche y ponerse a ver la realidad medible. En vez de dar por sentados como verdaderos los postulados casi teológicos de la economía tradicional, ideó un método para verificar los resultados de las políticas públicas: las diferencias en las diferencias.

El más famoso de los estudios se hizo en 1992, cuando Card tenía sólo 26 años. Fue sobre los efectos en el empleo de un aumento en los salarios mínimos. La ortodoxia económica dice que un incremento en los mínimos llevará a mayor desempleo, por los efectos del aumento en los costos de las empresas y que, por lo tanto, lo mejor es dejar a las fuerzas ciegas del mercado determinar los salarios.

Bueno, pues lo que hizo Card fue no creer a pie juntillas en lo que le habían enseñado en su primer curso de microeconomía, sino verificar en el terreno los efectos, y hacerlo tomando en cuenta todas las variables posibles.

En Nueva Jersey hubo un aumento de los mínimos y no cayó el empleo. De inmediato, los economistas tradicionales intentaron explicar el asunto para que la aparente paradoja cupiera dentro del corset de su teoría. De seguro otras variables, como la dinámica del crecimiento económico o el fin de los retrasos en la demanda eran la causa de que no hubiera habido un aumento en el desempleo.

Y aquí lo importante es el método: para descubrir el efecto del aumento del salario en el empleo había que utilizar un grupo de control, tal y como se hace -por ejemplo- en las vacunas, para diferenciar los resultados entre quienes son inoculados y quienes reciben un placebo. Y lo complejo es encontrar el grupo de control.

Card y Krueger encontraron dos grupos de control. Primero, se enfocaron en los trabajadores del sector de comida rápida, en el que muchos ganan el mínimo. Luego, compararon la evolución del empleo entre los de las empresas de Nueva Jersey que habían dado el aumento con los de la vecina Pennsylvania, que no lo había dado. Y también lo compararon con los de las empresas de Nueva Jersey que ya pagaban desde antes por encima del mínimo legal.

Con los grupos de control, quedaban cubiertos elementos como la dinámica de la economía, los cambios en los costos de la oferta, la demografía y los gustos del público, que eran los argumentos de los esclavos de la teoría. Y lo que hicieron fue revisar las diferencias en el empleo de uno y otro grupo: la diferencia de las diferencias era el efecto neto del aumento salarial. Y pum, resultó, para el abierto enojo de los teóricos, que el libro de texto estaba mal.

Hay quienes aún insisten -los vimos aquí hace no pocos años- en que el libro de texto está bien, y la realidad está mal.

Angrist hizo con Krueger un trabajo similar, en el que resultaba que las personas nacidas en el primer trimestre del año escolar de EU eran más pobres que los nacidos posteriormente. La razón era que podían legalmente dejar la escuela antes que sus compañeros de curso. Aunque es obvio que pocos lo hacían, esa diferencia implicaba un nivel marginalmente más bajo de escolaridad. Lo radical es que se pudo ver que un año de escolaridad equivalía a un 10 por ciento más de ingresos en la vida adulta.

Otro trabajo de juventud de Card es el que abordó la controversia sobre los efectos de la inmigración de los marielitos (la oleada de refugiados cubanos) en el mercado laboral de Miami. La teoría dice que debió de haber tenido un impacto tanto en el nivel de los salarios (mandándolos a la baja) como en el del desempleo (incrementándolo). Pero no fue así, el mercado laboral de Miami fue lo suficientemente flexible como para absorber mano de obra que en su mayoría era no calificada y los inmigrantes, como consumidores, contribuyen a la demanda de sus servicios.

Pero otra vez, más que derivar de ahí una teoría general sobre la inmigración, lo relevante es el método: no tomar las teorías dominantes como Verdad Revelada, sino trabajar de manera científica para verificarlas… o no.

Estos economistas, ahora premiados (Krueger no pudo serlo porque falleció en 2019), fueron acusados en su momento de afectar la credibilidad de la teoría económica. Porque iban contra la sabiduría convencional y mostraban que muchos de los postulados de la ortodoxia económica están sobre pies de barro.

Lo que hicieron -ojo, con matemáticas y sentido común que dieron lugar a modelos medianamente complejos, no con mera “intuición popular”- fue un acto de iconoclastia. La investigación empírica unas cuantas veces da la razón a la teoría económica tradicional, pero más veces todavía, se la niega. Card, Angrist e Imbens minaron con ello el edificio de la ortodoxia del libre mercado. Pensaron afuera del cuadro.

Y ahora se llevaron el Nobel.

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