Opinión

La perversa lógica del complot

Desde siempre las ideas de conspiración, sabotaje y traición han tenido un uso político, sobre todo en tiempos de crisis. Ellas proyectan la imagen de un acuerdo secreto impulsado por grupos que se confabulan para hostigar y deponer al poder establecido por medio de sabotajes continuos con objetivos de desestabilización. Incluso se considera válido el espionaje y la invención de pruebas para justificar ciertos comportamientos políticos. Los sujetos que conspiran estarían promoviendo acciones para lograr que distintas circunstancias concurran hacia el mismo fin que es derribar un orden existente. Tales confabulaciones se mantienen ocultas para evitar reacciones que las puedan neutralizar antes de tiempo. Las teorías conspirativas pretenden explicar un evento acontecido o que está por suceder en base a circunstancias prefabricadas. Esta lógica del complot ha sido utilizada con mucha frecuencia para perseguir a disidentes y opositores.

Así ocurrió con la llegada de los nazis al poder el 30 de enero de 1933 –hace exactamente 90 años- cuando el partido nacionalsocialista y sus aliados ocuparon formalmente el gobierno en Alemania. Ese día un gabinete conservador asumió el poder con Adolfo Hitler como Jefe de Gobierno. La lógica del complot acompañó al nazismo desde sus inicios mientras expandían su poder hacia otros ámbitos. Recurrieron a la violencia para imponer leyes de emergencia o promovieron auténticos sabotajes como el incendio del Parlamento Alemán (Reichstag) ocurrido pocos días después de su llegada al gobierno y que marcó el final de la República y de la Constitución democrática de Weimar. A partir de este suceso, y por medio de decretos para “la protección del pueblo y el Estado”, la lógica del complot fue tomada como pretexto principal para llevar a cabo arrestos masivos contra la oposición parlamentaria comunista y socialdemócrata. Los nazis aprovecharon la situación para declarar el estado de emergencia y posteriormente, disolver el parlamento, suspender las libertades civiles y convertir en ilegales a los sindicatos y partidos. Con sus rivales detenidos, exiliados o asesinados, los nazis ampliaron su control sobre el gobierno y consolidaron su poder, inaugurando la época de los totalitarismos modernos.

AMLO y Sheinbaum en una fotografía de archivo

AMLO y Sheinbaum en una fotografía de archivo

Cuartoscuro

Esta lógica del complot también se presenta en nuestro país. Así se observa cuando Claudia Sheinbaum aduce sabotaje y acusa de conspiración a la oposición para ofrecer justificaciones a los desperfectos que por falta de mantenimiento, regularmente suceden en el Metro de la Ciudad de México. A esta tesis se han sumado los legisladores de Morena y sus aliados quienes argumentan –como suele suceder, sin pruebas- la existencia de un complot detrás de tantos accidentes en el Sistema de Transporte Colectivo de la capital. Un mito al que se ha sumado la “autónoma” Fiscalía CDMX. La Jefa de Gobierno ha repetido insistentemente que los desperfectos del Metro son intencionados y que forman parte de un complot que busca dañar su imagen política. Así se ha justificado también la militarización que se expande en México.

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En esta misma perspectiva conspiratoria se encuentra el denominado “Plan B” del Ejecutivo Federal que busca desarticular al Instituto Nacional Electoral. Dicha estrategia se rige por la tesis de un complot de las viejas élites “fraudulentas”. Su análisis y búsqueda de aprobación reiniciará este miércoles cuando abre su periodo ordinario de sesiones el Senado de la República. La reforma electoral de AMLO que involucra a las leyes General de Instituciones y Procedimientos Electorales, General de Partidos Políticos, Orgánica del Poder Judicial de la Federación y General de Medios de Impugnación, representa el verdadero complot y el más grave atentado en contra de nuestro orden democrático. Esta lógica de la conspiración es el itinerario histórico seguido por los autócratas para derribar a las democracias. No se debe permitir.