Opinión
Putin culpa del ataque a Kiev; que voltee a Kabul y Damasco y se mire al espejo
Fran Ruiz

Putin culpa del ataque a Kiev; que voltee a Kabul y Damasco y se mire al espejo

Si grazna como un pato, camina como un pato y nada como un pato… es Volodimir Zelenski. Esto es lo que Vladimir Putin pretende absurdamente que se trague una traumatizada sociedad rusa, hambrienta de venganza por el salvaje atentado terrorista en Moscú. Pero los cuatro terroristas confesos, procedentes de Tayikistán (en Rusia viven millones de inmigrantes procedentes de la exrepúblicas musulmanas centroasiáticas, que son considerados ciudadanos de segunda categoría), no confesaron que lo hicieron por órdenes de Kiev, y eso que llegaron al tribunal con signos evidentes de haber sido torturados (es probable que acaben confensado la autoría ucraniana, si persiste la tortura).

A una semana de su baño de masas por su victoria en las elecciones presidenciales (previa eliminación de sus rivales), Putin no logra asimilar que cometió recientemente uno de los errores más catastróficos de su presidencia, cuando hizo caso omiso a la inteligencia estadounidense, que le avisó hace un mes de que el Estado Islámico (EI o ISIS en inglés) preparaba un atentado “multitudinario” en Moscú. Ahora trata de forma patética de culpar a Ucrania y de golpear aún con mayor dureza al gobierno y al pueblo ucraniano.

Pero, por mucho que el Kremlin y sus medios (RT, Sputnik) bombardeen con propaganda para engañar a los rusos y a sus aliados exteriores, difícilmente podrán mantener por mucho tiempo el bulo de la trama ucraniana. Además pueden lograr el efecto contrario: al no seguir la inteligencia rusa la pista del Estado Islámico, los yihadistas se animen a dar un nuevo zarpazo terrorista en territorio ruso, agravando mucho más la sensación de seguridad e invencibilidad que el presidente ruso siempre usó como el secreto de su éxito.

Video de los terroristas de Moscú con la bandera del Estado Islamico detrás

Video de los terroristas de Moscú con la bandera del Estado Islamico detrás

Amaq

Un primer análisis tras la masacre de Moscú es que el Estado Islámico —que parecía derrotado en 2018 tras la pérdida de su poder territorial, luego de tres años de “califato del terror” en Siria e Irak— ha resurgido con virulencia y representa de nuevo una amenaza global, como ya han comprobado recientemente en carne propia no sólo Rusia sino su aliada Irán.

El pasado 3 de enero, dos terroristas del EI se autoinmolaron en medio de una multitud que se reunió ante la tumba del jefe de la Guardia Revolucionaria, Qasem Soleimani, en el cuarto aniversario de su asesinato por un dron estadounidense. Murieron casi un centenar de personas en el peor ataque terrorista ocurrido en Irán desde el triunfo de la Revolución Islámica, en 1979.

En el caso iraní, como en el ruso se trata de una venganza del EI que se sirve frío y que se remonta a 2015, cuando, al calor de la Primavera Árabe, la mayoría suní siria se levantó en armas contra el régimen sirio de Bachar al Asad. Acorralado, el “tirano de Damasco”pidió socorro a Putin, a cambio de una alianza militar duradera. La entrada del poderío militar ruso en la guerra civil siria fue clave para aplastar al pueblo, y de paso, para desmantelar el califato del Estado Islámico en el este del país, como lograron tres años después.

La derrota en Siria e Irak del EI (que nació de la venganza por la invasión de EU en Irak y el asesinato de Sadam Husein) obligó a los yihadistas que se salvaron de ser abatidos a buscar refugio. Y qué mejor lugar para esconderse y reorganizarse que donde Osama bin Laden planeó desde una cueva el 11-S: Afganistán.

En 2015, el mismo año que el EI fue derrotado en Siria e Irak. se fundó en algún lugar clandestino de Afganistán el ISIS-K o EI-K, el Estado Islámico-Khorasan, en homenaje de los terroristas al desaparecido califato centroasiático de Jorasán, que comprendía partes de Irán, Afganistán, Tayikistán y territorios musulmanes ahora integrados en Rusia, como Chechenia y Daguestán.

El objetivo de esta rama era atacar a las minorías chiitas afganas y de la vecina Pakistán, aprovechando que el gobierno de Kabul y sus aliados estadounidenses estaban distraídos, tratando de frenar los contraataques cada vez más audaces de los talibanes para recuperar el poder.

El 15 de agosto de 2021, los talibanes entraron en Kabul y once días después, tras negociar la retirada de las tropas de EU, el EI-K se presentó ante el mundo como sólo saben hacer: con un ataque terrorista suicida en el aeropuerto de Kabul, que mató a once soldados estadounidenses y decenas de afganos, cuando trataban de huir del país.

Desde entonces y gracias al vacío que dejó la humillante retirada estadounidense, el EI-K desafía no sólo el poder de los talibanes sino que considera objetivos de guerra a los “cristianos infieles” y los “chiitas herejes”. Por eso la saña de los terroristas con Irán, la gran patria del chiísimo (corriente musulmana que se escindió de la mayoritaria sunita), y por eso la saña de los terroristas con el nuevo imperio cristiano-ortodoxo que quiere montar Putin, a costa de recuperar por la fuerza Ucrania (y luego ya verá el presidente ruso por dónde continúa).

Así que, si el nuevo “zar” ruso insiste en culpar a Ucrania del atentado que no vio venir, que se mire primero en el espejo y vea de frente quién es el culpable último de lo ocurrido en la sala de conciertos de Moscú.