Opinión

¿RELIQUIA DE LA GUERRA FRÍA?

Existe una especie de moda entre especialistas de relaciones internacionales de analizar los fenómenos contemporáneos desde una perspectiva de postguerra fría. Si bien conceptualmente es incipiente por diversas razones que no discutiremos en este espacio, lo que parece inobjetable es que efectivamente existen situaciones inconclusas, heredadas del tiempo de la guerra fría, y de organizaciones que datan de esa época, las cuales no solamente no han desaparecido, sino que han buscado encontrar sentido a su existencia a más de tres décadas de finalizada la guerra fría. Es el caso de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN) que en días pasados cumplió 75 años de existencia.

El 4 de abril de 1949, doce países (EU, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) firmaron el tratado para la creación de la OTAN, con el trasfondo del vivo recuerdo de los horrores de la segunda guerra mundial, finalizada por ese entonces, apenas 4 años atrás. El entendimiento entre las potencias vencedoras, Estados Unidos y sus aliados Reino Unido y Francia, por un lado, y Unión Soviética (URSS) y sus aliados, por el otro lado, duró poco tiempo y sus desavenencias dieron lugar al enfrentamiento indirecto, así como a la división del mundo en dos bloques de poder antagónicos. Ello dio lugar a la guerra fría desde el momento y hasta el colapso de la URSS y su bloque, a inicios de la década de los noventa del siglo XX.

La OTAN se propuso asegurar que una nueva guerra no sucediera en Europa, al tiempo de evitar la expansión del “comunismo” y de la influencia soviética. Algunas voces especializadas han sugerido que la creación de la llamada Alianza Atlántica, sirvió un propósito político y simbólico, relacionado con la debilidad de la democracia europea en el contexto descrito hacia finales de la década de los cuarentas, ya que se temía que el avance de la URSS pudiera hacer fracasar a los nacientes gobiernos occidentales. De manera que al contar con una alianza de este tipo, los dirigentes occidentales tendrían un referente muy importante, de contraste, que mostrar a sus ciudadanos a fin de contrarrestar dicha influencia.

Un elemento fundamental en ese entramado, fue claramente la presencia de Estados Unidos no sólo como eje articulador sino como garante de la seguridad europea. A la fecha la seguridad europea sigue dependiendo fundamentalmente de EU. Solamente la presidencia de Trump, de 2017 a 2021, puso entredicho este esquema, y estuvo a punto de finiquitarlo al exigirle a los países europeos que pagaran y se hicieran cargo de su propia seguridad.

En agosto de 1949, la URSS detonó su primera bomba nuclear con lo que EU perdió el monopolio nuclear, dando inició a la carrera armamentista, cuyo frenesí llevó al mundo a grados de inseguridad nunca antes vistos. En cualquier caso, ello transformó a la Unión Soviética en un enemigo colosal y reafirmó los temores para la creación de la OTAN.

En mayo de 1955, los países del bloque socialista, específicamente países de Europa del Este, firmaron el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua, mejor conocido como Pacto de Varsovia (URSS, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania del Este, Hungría, Polonia y Rumania), como una respuesta a la OTAN, a fin de buscar un equilibrio de poder en el teatro europeo. Tras el colapso del “socialismo real”, el Pacto de Varsovia fue disuelto en julio de 1991, con el retiro de Bulgaria, su último miembro.

Paradójicamente y a pesar de la formación de estas alianzas políticas y militares rivales, el flagelo de la guerra no volvió a afectar a Europa sino hasta siete décadas después, con la agresión militar de Rusia a Ucrania en 2022. Cabe señalar que la OTAN siguió ampliándose hasta contar a la fecha con 32 miembros. En 1952 ingresaron Grecia y Turquía, en 1955 Alemania (Occidental en ese momento), España en 1982. Más adelante, y también con el mismo sentido de paradoja histórica, los países del Pacto de Varsovia y otros que anteriormente integraron Yugoslavia, se incorporaron paulatinamente a la OTAN: Hungría, República Checa y Polonia en 1999; Bulgaria, Estonia, Eslovaquia, Eslovenia, Letonia, Lituania y Rumania en 2004; Albania y Croacia en 2009; Montenegro en 2017; Macedonia del Norte en 2020; Finlandia en 2023 y Suecia en 2024.

Con la desaparición de la URSS y el bloque soviético de la escena mundial, la OTAN pervivió, si bien carente de un propósito de acción claro. La invasión de Afganistán, el combate al terrorismo y la intervención en Libia, sirvieron para dar propósito a la OTAN.

Sin duda son muy cuestionables sus logros en esos frentes, pero la invasión rusa de Ucrania ha dado nuevos bríos a la cohesión de la OTAN y ha fomentado el ingreso de dos nuevos miembros, Finlandia y Suecia, que se habían caracterizado por sus posturas de neutralidad.

El secretario de Estado de EU, Antony Blinken (d) y el secretario general de la OTAN, celebran el ingreso de la antes neutral Finlandia junto al primer ministro Pekka Haavisto

El secretario de Estado de EU, Antony Blinken (d) y el secretario general de la OTAN, Jen Stoltenberg celebran el ingreso de la antes neutral Finlandia junto al primer ministro Pekka Haavisto

ETB

De alguna manera el gobierno ruso, contrario a sus intereses, ha fomentado esta revigorización de la Alianza Atlántica. El liderazgo estadounidense ha vuelto a ser fundamental en este sentido, y si bien ha concitado el apoyo europeo a la causa ucraniana, ha agudizado el debate entre sus miembros más conspicuos sobre la dependencia europea. El temor de una segunda presidencia Trump, como resultado de las elecciones presidenciales programadas para noviembre de este año, han reavivado el debate sobre la necesidad de dejar de depender del país norteamericano.

Los 75 años de la OTAN han sido materia de celebración entre sus integrantes pero abren una coyuntura de reflexión.