
Vivimos tiempos de agonía en muchos sentidos y uno de los factores determinantes, fuera de la pandemia o de la tecnologización y sanitización de la sociedad, es también un cambio en el modo de pensar el trabajo.
La idea de que el trabajo debe ser algo vocacional, parece ser ya anacrónica y las “profecías” de Marx son reales: “el trabajo enajenado”, que lleva a un malestar personal y social, es ya una realidad. Inclusive los que trabajan aquello que les gusta están limitados por las imposiciones de las las organizaciones o las instituciones que buscan su propio beneficio; y esto hace que el prestador de un trabajo se sienta exhausto , como decía el mismo Marx. El filósofo alemán no es el único que reflexiona en torno a qué significa el trabajo (desde Kierkegaard, Simone Weil, Martin Buber, Hannah Arendt, etcétera) hay muchos filósofos que han hablado sobre la importancia del mismo para la realización del ser humano y de la sociedad.
Si bien el trabajo que hace una persona es para superarse a sí misma y para contribuir al desarrollo de la comunidad o sociedad, la realidad que vivimos, determinada por la avaricia de los sistemas e instituciones que quieren ganar más y gastar menos, hace que el trabajo sea transformado en una nueva forma de esclavitud.
Las instituciones ya no buscan personas que puedan crecer profesionalmente y que puedan desarrollar sus vocaciones, sino “sustitutos”, es decir, empleados a corto plazo que hacen un servicio, en condiciones muy malas, y que sirven mientras no se vuelva un factor que implique costos cada vez más elevados. Y esto que todavía no ha llegado el tiempo de la invasión de la inteligencia artificial general y exponencial, que tiene como propósito sustituir precisamente muchas labores.
Cuando uno es empleado, es decir un sustituto, el trabajo se transforma en “chambas” temporales, siendo la dignidad humana tremendamente instrumentalizada. Hay algunos que dicen que esto permite “flexibilidad” cuando, en el fondo, lo que ofrece es “inseguridad”. Es verdad que en Japón esta “flexibilidad” se prefiere y es cada vez más buscado el empleo parcial. Pero en estos países se garantiza el ingreso y la calidad de vida de los empleados.
En muchos otros países -como en México también-, en cambio, la esclavitud laboral de nuestra sociedad está oculta por discursos propagandísticos que resaltan el “respeto a la dignidad de la persona” y un sinfín de “códigos de ética” que no sirven. Por lo mismo, las profesiones dejan de ser aspiracionales ya que en el momento cuando los “prestadores de servicios” crecen profesionalmente son eliminados con crueldad por “x” razones.
Si durante mucho tiempo se pensaba que la causa de esta alienación es el capitalismo; hoy se culpa a la ideología neo-liberal. Sin embargo, aunque podamos encontrar fácilmente a los culpables, no nos esforzamos en buscar alternativas y la perspectiva sobre el futuro del trabajo es muy sombría. No extraña que muchos jóvenes no quieren ya trabajar y realizarse a través de una profesión, buscando escapes en el obtener un dinero rápido a través de las redes-sociales (influencers) o, peor todavía, robando y haciendo todo tipo de cosas que acaban en violencia. Sea lo que sea, lo cierto es que hay una cadena de “crimen moral” que las instituciones aplican a sus empleados. En lugar de apoyar y promoverlos o, inclusive, ayudarlos a adaptarse a las nuevas tecnologías, a los nuevos retos, al contrario, implementan métodos de amenazas, abuso y control, generando miedo, obediencia y corrupción. Y esto da lugar a lo que llamo una cultura del silencio por miedo a no perder el “empleo”.
Contrario a los discursos, se olvida una cosa muy importante: una sociedad no puede ser libre y democrática cuando no se respeta a los que trabajan para su prosperidad. Los países más desarrollados, y ya sabemos cuales son, tienen esta cultura del trabajo y de respeto al trabajador, precisamente.
La pobreza se puede disminuir solo en el momento en el cual un Estado, en general, promueve la educación y crea condiciones para obligar a las empresas y a las instituciones o empleadores de todo tipo, ofrecer a sus empleados un trabajo digno y aspiracional. Mientras no exista este tipo de organización, y mientras no hay leyes que protegen a los empleados, todo lo demás es un mero simulacro. Todas las instituciones deberían aprender a reorganizarse de tal manera que todo trabajador, empleado, profesionista, tenga una oportunidad de crecimiento, afirma la especialista australiana Attracta Lagan. No hay rendimiento y no hay calidad, si no existe un apoyo o una motivación positiva de crecimiento para los empleados.
Hoy en día, las empresas y las instituciones, inclusive las educativas, funcionan bajo un criterio mercantil y moralmente depravado: más edad, más costo, más facil de despedir y así es como se aumenta la pobreza. Las personas mayores de 50 años ya no tienen futuro profesional. Y no existe ninguna estrategia para ser apoyados y reintegrados en el circuito laboral. Cuando se sabe que precisamente a estas edades uno alcanza su mayor calidad profesional que debería ser apreciada y sostenida: es decir, un profesionista con antigüedad es ya especializado en su profesión, tiene experiencia para poder lograr mejor calidad, conoce las necesidades de una institución, organización, empresa; conoce los protocolos, conoce la comunidad y sabe crear vínculos que son fundamentales para la confianza y el compromiso laboral. “Inculcar una cultura de crecimiento profesional puede ayudar a fortalecer la reputación de una organización y atraer nuevos candidatos que valoren las oportunidades de actualización”. Y, al contrario “Tratar a las personas como de un solo uso, como lo haría con un juego de cocina de plástico, no tiene sentido desde una perspectiva de responsabilidad social corporativa”, afirma James Msilvena.
Es absurdo y, a la vez, una mentira hablar de responsabilidad social en instituciones que tratan a sus empleados como objetos desechables ya que el modo en el cual se trata a un trabajador, empleado, o profesionista, habla del grado de civilización de una sociedad.
Han pasado muchos años desde que Fritz Lang proyectaba en su película Metrópolis el sacrificio de vidas humanas en el nombre del progreso; igual han pasado muchos años desde cuando el escritor rumano exiliado, Constantin Virgil Gheorghiu escribía la tremenda novela La hora 25; estos ejemplos -y muchos más- siendo manifestaciones que hablaban del sacrificio humano en el nombre del dios Progreso. Lo triste es que este sacrificio sigue siendo hoy el mismo pero a través de otras facetas, y una de ellas es el problema del trabajo.
Es verdad, vivimos tiempos complicados: problemas económicos, pandemia, cambio climático, cambios sociales, etcétera pero dentro de toda esta tormenta, no podemos abandonar el camino, hay cosas que no podemos ignorar porque de esto depende nuestro futuro como sociedad y como humanidad. El cuestionamiento sobre el sentido del trabajo en una sociedad debería ser una preocupación fundamental de los gobiernos, porque la falta de empleo, genera pobreza y violencia. Los estados no pueden sostener la pobreza ad infinitum con todo tipo de programas sociales de apoyo, la tiene que enfrentar a través de la educación, de generar empleos y de apoyar y proteger a los seres humanos que dignifican su vida a través de un trabajo que los hacen crecer, realizarse y sentirse parte de una labor social.
• Catalina Elena Dobre, doctora en Filosofía
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