Deportes
'Para entender el deporte' --


/Dr. Mario Antonio Ramírez Barajas

El tiempo, ese bien intangible que no se puede comprar

El tiempo, esa divisa impagable

El tiempo, ese misterioso viajero que no se detiene ante nada ni nadie, fluye constante e imperturbable, ajeno a nuestras urgencias y anhelos. Como un río que desciende con firmeza hacia su destino final, el tiempo avanza, sin distinción de riquezas o estratos sociales.

Es un bien democrático, pero a la vez, el más esquivo de los tesoros: no se compra, no se vende, no espera. En este ir y venir incesante, el tiempo se alza como el único bien que ninguna riqueza material puede comprar, una joya inapreciable que se desliza entre los dedos de los poderosos y los humildes por igual, sin hacer distinciones ni concesiones.

Es el verdadero nivelador, el árbitro imparcial en el juego de la vida, recordándonos que, pese a nuestras diferencias, compartimos el mismo destino inexorable. Sin embargo, existe un secreto para navegar en sus corrientes con mayor destreza y plenitud: el deporte y la actividad física, esos compañeros fieles que nos permiten, de alguna manera, ensanchar los márgenes de nuestro reloj vital. A través de ellos, no añadimos minutos al día, pero sí profundidad y significado a cada uno de esos minutos, en una danza donde el tiempo, por un instante, parece rendirse ante la voluntad humana.

No podemos añadir horas al reloj, pero sí podemos elegir cómo vivirlas.

No podemos añadir horas al reloj, pero sí podemos elegir cómo vivirlas.

Foto. Autor /AI

El deporte: metamorfosis y rebelión

En el universo del deporte, nuestro cuerpo adopta el papel de una orquesta afinada, un instrumento que responde a las partituras de la disciplina y el esfuerzo con armonías de salud y bienestar. No es necesario aspirar a las cumbres del olimpismo para sentir la transformación: cada paso en una caminata, cada brazada en la alberca, cada pedalazo en la bicicleta es un acto de rebeldía contra la inercia, una caricia a la esencia vital que nos anima. Nos invita a dialogar con nuestro propio ser, a explorar los límites y a expandirlos, no en busca de medallas, sino de momentos más plenos y significativos.

El deporte como escuela de vida

Lejos de ser un escenario reservado para semidioses, se revela como un espacio inclusivo, un templo donde cada persona, al margen de las luces y las ovaciones, puede honrar la vida a través del movimiento. Cada paso, cada respiración consciente, cada gota de sudor se convierte en un homenaje al tiempo que nos ha sido otorgado. La ciencia nos susurra al oído que la actividad física regular es una receta para la salud, un bálsamo para el cuerpo y el espíritu, un puente hacia una existencia más dilatada y satisfactoria.

En la sencillez de una rutina de ejercicio, en la constancia de un hábito saludable, se tejen reflexiones profundas sobre nuestra existencia. El deporte se convierte en una escuela donde aprendemos el valor de la perseverancia, el coraje de enfrentar nuestros propios miedos y la satisfacción de superar los límites que creíamos infranqueables. Nos enseña que cada tic-tac es un tesoro, una oportunidad para crecer, para amar, para ser un poco más nosotros mismos.

La auténtica riqueza de estar vivos

En esa fina línea que separa el esfuerzo del descanso, en ese equilibrio delicado y esencial, descubrimos la verdadera naturaleza de lo humano. Al igual que la vida, se compone de instantes, de pequeñas victorias cotidianas que, aunque efímeras, tienen el poder de dar forma y color a nuestro viaje personal.

No podemos añadir horas al reloj, pero sí podemos elegir cómo vivirlas. El deporte y la actividad física nos brindan esa elección: la de abrazar cada segundo con vitalidad, con pasión, tejiendo así un tapiz de experiencias que reflejan la auténtica riqueza de estar vivos.