
Ofelia Medina, sacerdotina de cierto despertar cultural en el país, cruzó su camino con Vicente Fernández en Uno y medio contra el mundo (1973).
Era la década de los setenta, aún con el trauma de las matanzas de Tlatelolco y el Halconazo en carne viva, tanto el país como la cinematografía nacional se desbarrancaban en absurdos que borrarían proezas de décadas anteriores.
Chente era ya para entonces un cantante excepcional, capaz de alcanzar tonos y fuerza sin calentar la garganta (alguna vez César Costa lo hizo notar al entrevistarlo para su programa televisivo); como actor, quedo claro en Uno y medio, tampoco hacía acondicionamientos. El tono pueril del cine mexicano en declive domina la citada pelicula sin tapujos. Sin embargo, la mezcla de factores empujó la historia hasta hacerla notoria, destacada, entre todas aquellas, muchas cintas, cuyo destino final fue los sábados en la tarde en el Canal 2.
Ofelia Medina y Chente, sus personajes, interpretaron una tragedia griega, al estilo Huentitán y con la guía del director José Estrada. Maniatados por paradigmas y prejuicios aún anclados con firmeza, los personajes viven una historia sencilla en donde un adulto sin mucho oficio ni beneficio se relaciona con un niño que sólo tiempo después decubrirá que es niña. La niña lo ve en prisión y plasma en el cerebro del hombre un antecedente similar al que deja Jessica Alba y Bruce Willis en su Sin City: a la salida de prisión, ese antecedente no tiene nada que ver con lo que el tiempo hace en cada personaje.
El destino no podía ser lineal, pues opta siempre por zaherir a sus víctimas y quienes se reencuentran tienen que regresar a sus andanzas de antaño aunque ya no sean viables. Terminan ultimados "por jotos" cuando en realidad Ofelia y Chente ejercían una heterosexualidad clásica.
Después de esa película, Chente seguiría su camino hacia otras que marcarían un declive en su quehacer dentro del arte cinematográfico (sí, era posible); eso poco importaba, su papel en la canción ranchera se tornó indiscutible.
Ofelia Medina se encarnaría lo mismo en Frida Calo que en el movimiento zapatista.
Una actualización de Uno y medio contra el mundo no sería concebible; desbaratadas muchas de las telarañas contra la homosexualidad y endiosadas las artistas que siguieron al sendero del compromiso social de Ofelia (sí, en muchos casos por el sendero del peje), la rara historia de enredos trágicos de Chente-Ofelia quedó como pieza única.
Es probable que al lector no le complazca esta pelis si Roma le llenó el ojo, pero se le recomienda que le dé una oportunidad de acompañarle la comida de un sábado por la tarde. Si el asunto no resulta, siempre podrá decir que se trató de un homenaje a quien se fue un 12 de diciembre, día de la Virgen y, ahora, del charro de Huentitán.
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