
Dos años antes, en el 2013, de que el colombiano Camilo Restrepo comenzó a filmar su primer cortometraje La impresión de una guerra (2015) conoció a Pinki. Era el novio de su hermana, “quién con sus amigos anda por los semáforos de la ciudad haciendo malabares para recoger monedas de los automovilistas”, comentó el cineasta colombiano en entrevista con Crónica Escenario.
“Cuando regresé a Colombia me interesé en estos chicos que eran muy jóvenes y que tenían esta vida artística pero muy fuera de los cánones normales de lo que sería el arte legitimado por la sociedad, es decir un arte callejero. Esos jóvenes con muy pocas perspectivas de trabajo, tienen que buscarse la vida con ese talento artístico. Luego volví en el 2015 fui a rodar una nueva película y Pinki y mi hermana estaban en la misma situación, así que le dije a Pinki que me acompañara hacer unas toma para una película que se llama La impresión de una guerra qué es un cortometraje sobre las marcas de la violencia en Colombia”, añadió.
La charla que tuvo con Pinki ese día fue crucial para sembrar en él la semilla de su primer largometraje: “Caminando me contó su experiencia dentro de una secta religiosa en la que fue manipulado, fue seducido por un líder que se hacía llamar El padre, fue manipulado con fines religiosos pero en realidad eran fines lucrativos o una ambición de poder de este líder. Luego Pinki se dio cuenta de esta manipulación y del mal que había hecho dentro de la secta porque entraba en ámbitos de la delincuencia y salió con la idea de querer matar a este líder porque se quería vengar no solo porque él había caído en su red, sino porque quería impedir que otros jóvenes cayeran”, expresó
Así nació la semilla de Los conductos, la película ganadora del premio a la mejor película en la nueva sección Encounters de la Berlinale: “Le dije que sería bastante interesante hacer ese gesto de venganza al que nunca llegó, le dije que para eso sirve el cine para matarlo. Intentamos satisfacer ese deseo e imaginar un Pinky atorado en ese momento clave de su vida en el que todavía vive la frustración y que echa a rodar su vida para adelante. El final de Los conductos era ver cómo darle a Pinky una perspectiva de vida diferente en la que estuviera satisfecho”, dijo.
VIAJE A LA PSICODELIA DE UN “DESECHABLE”
El filme consiste en un viaje en dos dimensiones paralelas: una, muy cruda, en la que el protagonista, Pinki, un hombre con razgos de Cristo callejero, trata de reiniciar su vida tras huir de una secta religiosa. En medio de su vagabundeo nocturno en el mundo de la droga, los túneles y las fábricas clandestinas en los que el protagonista busca trabajo, surge otra dimensión más psicodélica. Allí irrumpen las formas ligeras de unos globos en un supermercado o las telas oníricas de taller de camisetas piratas, que reflejan las reminiscencias que experimenta Pinki en su cabeza.
“El título de Los conductos tiene que ver con varias cosas. Lo primero es la idea de qué Pinki fue conducido por un líder a cometer actos contra su propia voluntad. Fue guiado de alguna manera. El conductor, en todo caso, era alguien que lo dirigía y así lo llevaba por unos caminos o conductos de los que ya no encontraba ninguna salida”, explicó el cineasta.
“También a mí me hace sentido qué los conductos se referían también a las conductas, a la manera en que uno puede ejercer su libre albedrío. Irse un poco de los conductos que han sido trazados en la historia para encontrar una manera propia de andar en la vida. Es por eso que hay un lazo establecido entre conducir y ser conducido; estar dentro de un conducto o tener una propia conducta y así tiene una conexión desde la idea de un padre con un hijo y un guía con un discípulo”, agregó.
Para llevar a la pantalla grande la historia de Pinki, Camilo Restrepo presenta una propuesta que sale de los cánones tradicionales del cine, al presentarnos un montaje minimalista que nos mantiene expectantes entre un mundo onírico y una realidad que tiene un eco social en la que se asoma una mirada de cine documental para abrir la conversación hacia el tema de la marginación. A su vez el mundo de Pinki tiene algo de comedia absurda y lirismo poético que se desarrolla en un contexto urbano.
“Era muy fácil imaginar cómo sería ese mundo porque comencé a tomar aspectos de la vida real de Pinki. Luego de que hicimos ese cortometraje en el 2015, cuando no estaba más con mi hermana, sufrió una drogadicción muy fuerte con sustancias muy pesadas y estaba viviendo al borde de la miseria en las calles de Medellín”, relató Restrepo.
“Pinki se había convertido en lo que llamamos en Colombia un desechable, es decir, una persona cuya vida ya no vale gran cosa y precisamente ese es uno de los temas que aborda. En la película vemos como no solo afecta, en lo personal, en la vida de Pinky, sino el aspecto personal de toda la gente que se encuentra en los márgenes de la ciudad”, continuó.
“Lo que yo quería hacer al principio era entrar en esa mente de alguien que está consumiendo drogas. No entrar en la psicología del personaje sino en su psicodelia. Eso es lo que pasa en la película, entramos a un mundo alterado en el que las realidades son difíciles de entender; en el que lo importante de la realidad no es lo que pasa si no lo que se percibe. Especialmente lo que se percibe bajo una sustancia o bajo otra, incluso en lo que se percibe para la palabra líder. No quería que solo fuera el retrato de esa persona sino que resonará con otras historias de otros colombianos incluso fuera de Colombia que también vivían en la marginación”, explicó.
UN FILME QUE CONECTA CON EL PASADO VIOLENTO DE COLOMBIA
Por otro lado, la historia de Pinki encuentra resonancia con otros momentos clave de la historia de Colombia, que Restrepo retoma para hacer juego con el mundo onírico en el que vive su protagonista: “Pinki se retrata a sí mismo e interpreta su propio rol y yo soy quien le pone los bordes, el que hace el marco de su retrato con el contexto en el que se desarrolla su historia personal, ampliado el hablar no solo de la Colombia contemporánea en la que vive sino también a la Colombia de los cuarentas y cincuentas refiriéndome a un bandido llamado Desquite”, comentó, en referencia a un personaje que se encuentra Pinki en la historia de Los Conductos.
“Esa era una época muy violenta de Colombia y ahí había este bandido qué para los campesinos representaba una especie de Robin Hood, alguien que, dentro de la injusticia tomaba las armas para vengarse. Desquite en Los conductos es el compañero de Pinky y simboliza el deseo de venganza encarnado, qué resuena con la venganza que quiere con el líder de la secta”, dijo.
Además de Desquite, interpretado en el filme por Fernando Úsaga, el marco del retrato incluye otras historias que suman a la crítica social sobre la marginación: “Se trata de una sátira española que se llama El diablo cojuelo y una historia de unos payasos colombianos que pasaban en la televisión cuando era niño. Son historias que resuenan con el personaje de Pinki porque todos buscan la verdad o la realidad y todos están perdidos en mundos paralelos qué no parecen ser lo que son”, mencionó.
“Ellos viven alucinaciones que son el deseo de ver las cosas como las vería alguien más, como yo o el diablo, por qué para nosotros los humanos la realidad solo es posible verla parcialmente en la idea que construimos de nuestros propios actos”, agregó.
Al final del filme, hay una pincelada poética que cierra con broche de oro la experiencia de Los conductos: “El final de la película tiene un poema de un poeta colombiano que se llama Gonzalo Arango, que escribió en los años 60 y que dice, en una conclusión final, que si Colombia no puede dar un lugar digno en el que vivan sus hijos y continúa matándolos entonces un día llegará Desquite y regará sangre por todas partes”, dijo.
“Eso se vuelve una especie de vaticinio. Yo estaba pensando que debíamos despertar esa leyenda que aquel poeta había anunciado en los años 60 tenía que volver. Esa que a su vez está inspirada en la leyenda del bandido de los años 40 y por qué aún Colombia no ha llegado a ser el lugar digno para sus hijos, sino que sigue siendo el lugar de la muerte”, agregó.
ECO DE LOS DESEOS DE CAMBIO EN LA ACTUALIDAD
Finalmente, el realizador comparte una anécdota sobre la potencia del filme y su conexión con la realidad actual: “Es curioso que cuando fui a Colombia a presentar la película había muchas manifestaciones de jóvenes contra el gobierno. Muchos de ellos que fueron a ver la película entendieron ese mensaje como si fuera parte del movimiento de insurrección del momento, entendiendo que la película lo que hacía era generar un eco con los deseos que ellos tenían. Porque vienen de más atrás desde Gonzalo Arango o desde lo que esté poeta evocaba antes en la figura de Desquite”.
“Y es que, efectivamente, vivimos en un país que no mejora y podemos apropiarnos igualmente de estos dos enunciados artísticos que son el poema y mi película para dar una lectura nueva a nuestra condición de jóvenes en este país. Yo no quería hacer política en el sentido de tomar partido. Es política en el sentido de intentar ver cuales son los problemas de la sociedad, cómo se construye y cómo se destruye también, así como el hecho de que destruye a las personas y en Los conductos estamos hablando de una persona que ha sido marginalizada que, si bien cayó en las redes de una secta religiosa, es porque la sociedad no le daba absolutamente nada porque ya estaba fuera de ella y cuando intentó regresar solamente podía ser un payaso de las calles a cambio de una moneda”, enfatizó.
“Eso le pasó a él pero algunos otros se volvieron criminales. O les ocurre algo fatídico o se vuelven desechables cómo se les llama en Colombia que es la peor manera de la que pueden hablar de una persona, cómo alguien que no merece siquiera vivir. Una de las historias es la de un payaso que por la drogadicción se volvió desechable e incluso su padre intentó decir a los doctores que su hijo no merecía la vida. De eso quiero hablar, de cómo vivir en un mundo que mata porque somos desechables”, concluyó.
Los Conductos, de Camilo Restrepo, estrena en cines nacionales este jueves.
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