Escenario

“Cuarentones”: Un platillo cinematográfico que quedó un tanto rancio

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Pietro Loprieno llegó a las salas nacionales con la intención de profundizar en la infame crisis de los 40 en la historia de dos chefs amigos, pero al final deja un sabor de boca muy amargo

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En el elenco solo destaca un poco Adal Ramones, el resto de los roles están para el olvido.

En el elenco solo destaca un poco Adal Ramones, el resto de los roles están para el olvido.

CORTESÍA/TOCHIRO GALLEGOS

Todos en la vida atravesamos ciertas crisis existenciales derivadas de motivos muy diversos. Desde la banalidad de una decepción amorosa o el duro dolor de una pérdida, entre otros asuntos, originan que, de repente, tengamos que hacer un reinicio de nuestra forma de vivir y seguir adelante. Pero no hay otra más común e infame que la crisis ocasionada por la edad, una que además nos persigue y pareciera presentarse en varios puntos, ya sean los 30, los 25, los 50 o, como en esta cinta, a los 40.

Cuarentones, del italiano Pietro Loprieno, toca este tema enfocándose en dos chefs, César (Erick Elías) y su inseparable amigo y socio Paolo (Adal Ramones), que de repente tienen una gran oportunidad en un concurso para restauranteros en Cancún que puede ayudarlos de gran manera. Sin embargo, César entra en ese proceso de crisis no sólo con la edad sino porque súbitamente descubre que detrás de su vida perfecta con su esposa e hijo se oculta una gran mentira.

A partir de ahí, la dinámica entre ambos compañeros oscila entre la visión dura y dramática de César que afecta su desempeño en la cocina contra la forma constantemente optimista de Paolo, que busca mostrarle a su amigo que, aún en los peores momentos de la vida o la crisis de mediana edad, siempre se puede aprender algo bueno para continuar.

Este tema no es ajeno en el cine pues la empatía que generan este tipo de procesos es muy universal y sirve para plantear enfoques interesantes acerca de los mismos, ya sea a partir del dolor y el drama que se convierte en una celebración de vida, como en Una ronda más (Vinterberg, 2021) o a partir de la comedia dejando el aprendizaje de que madurar no es tan malo como aparenta y que la vida no es la misma de jóvenes a veinte años después, como lo hace Guadalupe Reyes (Espinosa, 2019).

Sin embargo, el problema con Cuarentones radica en que desde la misma historia pareciera no saber qué es lo que realmente quiere abordar, cambiando de tono y forma narrativa constantemente sin encontrar una verdadera profundidad o sentido a la crisis que vive su protagonista. De repente, el guion da unos bandazos entre la cuestión de la edad para ir hacia la cuestión de la paternidad o incluso tocando el tema de la cocina como forma de catarsis mal planeada que cae en un absurdo tremendo que en lugar de risa causa pena ajena.

Esos constantes cambios de enfoque causan que el filme se convierta en un anecdotario de situaciones que buscan provocar risas sin lograrlo a la par de que, en lugar de construir una historia de crecimiento personal, van desarmándola, dando la sensación de que más que un guion fue una lluvia de ideas dispersas metidas con calzador en un relato donde la empatía nunca se genera.

Las actuaciones no ayudan mucho. Erick Elías parece esforzarse tanto por hacer creer su crisis que se siente falso, no encuentra el tono nunca de su papel y genera que su César sea alguien carente de química o empatía. Las contrapartes femeninas también son planteadas como un mero extra que va desde la esposa egoísta (Ximena González-Rubio) hasta la bonita, exitosa y carismática pero con nulo desarrollo Naomi (Gaby Espino). Los cameos de Anabel Ferreira y Silvia Mariscal son igual de mal planteados en un afán de sacar sonrisas pero con nulo éxito.

Irónicamente, el que más se salva dentro de ese caos actoral es Adal Ramones. A pesar de su cast inexplicable, pues se supone debe ser un tipo con raíces italianas venido de Milán a México, su Paolo es el que fluye mejor dentro de este filme que, como una mala experiencia culinaria, no encuentra nunca su adecuada cocción al mezclar un montón de ingredientes que acaban por hacer la experiencia olvidable o amarga.

Así, Cuarentones se convierte en una película que pudo tener puntos interesantes de existir una idea más acertada o mejor planteada pero en su afán de convencer al público, cual concurso de cocina, se le pierde el gusto a la primera dejando un sabor de boca amargo en el espectador, haciendo que la infame crisis de los 40 no ofrezca un aprendizaje ni crecimiento en este platillo cinematográfico que quedó un tanto rancio.