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‘La noche del demonio’: Cuando James Wan tenía hambre de experimentar

CORTE Y QUEDA CLASSICS. A propósito de que esta semana estrena una nueva entrega de la saga revisitamos una de las películas de terror más importantes de las últimas décadas

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Fotograma de 'La noche del demonio'.

Fotograma de 'La noche del demonio'.

CORTESIA

Después de abrirle la puerta al subgénero conocido como ‘torture porn’ con la aplaudida Saw: Juego macabro (2004) y continuar experimentando en el género del terror a través de El Títere (2007), el director James Wan llegaría en el 2010 con una cinta que serviría como un ejercicio interesante para comenzar a crear su propio sello. Uniéndose nuevamente con su eterno amigo, Leigh Whannell, La noche del demonio llegaría para coquetear con las ideas de la casa embrujada y las posesiones con un giro especial que conquistaría a los amantes del género.

La historia se centra en la familia Lambert, encabezada por Josh (Patrick Wilson) y Renai (Rose Byrne), que acompañados de sus hijos Dalton (Ty Simpkins) y Foster (Andrew Astor) y su bebé recién nacida, se mudan a un nuevo hogar sin saber que la tranquilidad que buscan conseguir se verá perturbada por algo extraño, una aparente presencia sobrenatural que está conectada a ellos y no cesará de hostigarlos hasta conseguir su cometido.

Antes que nada, cabe resaltar que Wan se ha convertido en un ejemplo para los amantes del género e incluso para cineastas que han seguido sus pasos en cuanto a las fórmulas y estilos que él maneja, para bien o para mal. Sin embargo, el malayo nacionalizado australiano tuvo una etapa en la que aún experimentaba con las maneras de generar ese miedo. Esto lo llevó a la creación de atmósferas eficientes, algo que destaca mucho en La noche del demonio, que parece un ejercicio inicial de cómo jugar a la casa embrujada que después implementaría en total forma con la saga de los Warren en El conjuro, tres años después de este filme.

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El espectador enfrenta la claustrofobia y paranoia de los Lambert, especialmente de Renai (Byrne), que no tiene idea de cómo encarar lo que está sucediendo con su familia y el inesperado coma sin explicación científica de su hijo mayor, Dalton (Simpkins). Mientras ella grita, llora y se aterroriza ante lo inesperada, Josh parece parco, incrédulo y escéptico a todo lo que está sucediendo en su hogar. Esto se transmite a través de un juego de cámara efectivo donde Wan se centra en las interacciones íntimas de los actores, siendo el plano más abierto el de una sala de estar o una cocina sin luz, entre otros.

La fotografía también juega un papel destacado en la creación de la maldición que azota a los Lambert. Aquí, es la labor de John R. Leonetti, constante colaborador de Wan hasta la secuela de esta cinta, junto con David M. Brewer, que logran una distinción en los colores básica pero funcional. Cuando lo espectral aparece e incluso en el desarrollo climático de todo lo relacionado con ‘The Further’ (o el más allá), se genera una paleta de colores que marca muy bien la distancia entre el mundo de los vivos y los muertos.

Otro gran acierto es el conjunto del diseño sonoro de la cinta al lado de la partitura enervante de Jospeh Bishara, quien utiliza elementos de cuerdas y pianos chillantes para crear tensión en los momentos adecuados, trabajo que le ha valido ser el compositor de cabecera de toda la franquicia de La noche del demonio. No hay que omitir su cameo dentro de la misma película como el mismo Demonio de cara roja y cuerpo negro que es la mayor amenaza para Dalton y los Lambert.

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A nivel guión, la historia tiene ciertas convenciones de toda película de este género, pero la capacidad de Whanell de trasladar el relato de una casa embrujada hacia una posible posesión que se convierte en un dilema de proyecciones y viajes astrales que atraen a los no vivos que anhelan tener un cuerpo para volver a vivir, le suma una complejidad poco vista en el suspenso y el terror. Es a partir de este giro de tuerca que la historia de los Lambert pudo extenderse hasta convertirse en la saga que es ahora y que, en este año, parece encontrar su final con la quinta entrega.

Asimismo, plantea una nueva dimensión para los miedos enfrentados en los sueños, abriendo la puerta no sólo a entes vengadores alimentados por las pesadillas como Freddy Krueger en Pesadilla en la Calle del Infierno, sino planteando la posibilidad de una proyección astral como la ventana adecuada para una posesión demoníaca o la infestación de un espectro fantasmal, bueno o malo, que pueda meterse en la piel de un ser vivo y ser amante de una canción tan tétrica como “Tiptoe through the tulips” de Tiny Tim.

Al lado de estos aciertos, también encontramos la presencia de un cast talentoso. Comenzando por la pareja protagonista, sobresaliendo el actor Patrick Wilson que, a partir de aquí, se convertiría en uno de los actores fetiche para Wan. Su presencia dura se complementa con la fragilidad de Byrne. Pero es el regreso de Lin Shaye, considerada como una de las madrinas de las reinas del grito en el terror, en el papel de la psíquica paranormal Elise que se roba el show en el segundo tramo de la cinta. Acompañada de un dúo de cazafantasmas peculiar llamados Specs (Whanell) y Tucker (Angus Sampson), dan un equilibrio de comedia necesaria para la atmósfera construida.

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Entonces, es en La noche del demonio que James Wan aún tenía algo que demostrar como cineasta, encontrando los recovecos que el género tenía para ir creando una propia fórmula que se ha vuelto el pan de cada día en sus producciones de terror. Sin embargo, se agradece ese sentido de película independiente que permea las pesadillas de la familia donde el director aún jugaba con los efectos prácticos de maquillaje, eludiendo la espectacularidad falsa del CGI usándolo en pequeñas dosis, así como no abusar de esos malditos jump scares que se han vuelto tan aburridos como predecibles.

Por ello, La noche del demonio se erige como un recordatorio de un James Wan con hambre de experimentar, un realizador que optaba por crear las atmósferas adecuadas para sus relatos de suspenso y que se empeñaba en explorar una buena historia al lado de Leigh Whannell, posiblemente su alumno más avanzado a la fecha. Si bien el malayo-australiano continúa explotando su vena de terror como productor y guionista, es un hecho que ya no ha alcanzado esos primeros años de libertad creativa en los que el demonio dentro de él se liberaba de mejor forma.

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