«Busco una relación», eso es lo que le digo a mi primera cita de Tinder. Él me lleva a una de las plazas más hermosas que he visto en la ciudad. Paseamos por cada tienda y me pruebo un montón de prendas. Cuando me pongo un vestido y modelo frente a él, me dice que estoy bellísima y me llena de piropos deslumbrantes.
Su único problema es que no quiere comprar nada para mí. Hasta para dejarme en casa esa mañana, me pide dinero para la gasolina, porque claro, fuimos en su carro. Yo odio a los tacaños y no puedo estar con él.
«Busco una relación con un hombre que no sea tacaño», aclaro a mi segunda cita de Tinder. Vamos a comer a un restaurante elegante. Siento que el corazón se me sale cuando miro los precios exorbitantes. Tan solo las bebidas se salen de mi presupuesto. Aun así, él paga toda la cuenta.
Su único problema es que el mesero trae mal las órdenes, mi cita se enfurece y derrama la sopa encima del muchacho. Hasta el hambre se me quita por esa escena, y solo pellizco el pan de ajo. Yo odio a los maleducados y no puedo estar con él.

«Busco una relación con un hombre que no sea tacaño ni maleducado», menciono a mi tercera cita de Tinder. Me invita a tomar unas copas a su casa. Al llegar, baja y se apresura a abrirme la puerta del auto. Me da la mano y me ayuda a salir. Antes de entrar a su casa, saluda amablemente a los vecinos que están afuera, asando carne en una parrilla. Mi cita les ofrece unos tragos, por si les hace falta para su fiesta. Ellos aceptan y nos invitan a comer. Menos mal, porque me muero de hambre después de ese mísero pan de ajo. Mi cita saca varios licores y los comparte.
Su único problema es que se toma más de siete copas y un whisky. No tarda en ya no poder levantarse del suelo. Los vecinos me confiesan que es algo habitual en ese hombre. Yo odio a los borrachos y no puedo estar con él.
«Busco una relación con un hombre que no sea tacaño, maleducado ni borracho», recalco a mi cuarta cita de Tinder, que me lleva a bailar a una discoteca. Llegamos, saca su billetera y me paga la entrada, una VIP. Nos acercamos a una mesa y recorre una silla para sentarme. Le pregunto si no prefiere estar cerca de la barra, pero me dice que él no bebe. Ese es el hombre al que busco. Estoy casi segura.
Su único problema es que cuando me levanto, me sujeta del brazo y me pide que no baile, que eso es una provocación para otros hombres y que solo puede verme él. Yo odio a los celosos y no puedo estar con él.
«Busco una relación con un hombre que no sea tacaño, maleducado, borracho ni celoso», señalo a mi quinta cita de Tinder, quien me lleva directo a un motel. Yo no me niego a nada; al fin y al cabo, he tenido un pésimo día con mis citas anteriores.
Él no me demuestra que sea lo que busco, pero me asegura que no es tacaño, porque dona dinero a la caridad siempre que puede; que no es maleducado, porque su mamá lo crio con excelencia; ni es borracho, porque su padre murió de cirrosis y no puede ver una gota de alcohol ni en pintura; y que para nada es celoso, porque él mismo es muy solidario con la vida sin compromisos ni preocupaciones.
Su único problema es que después de mí, tiene que ir a ver a otras mujeres con las que ha quedado. Yo odio a los mujeriegos y no puedo estar con él.
«Busco una relación con un hombre que no sea tacaño, maleducado, borracho, celoso ni mujeriego», eso es lo que me digo cuando regreso a casa en la noche. Me siento en el sofá, prendo el televisor y, justo después, llega mi esposo del trabajo. En cuanto entra a la casa, me regala un beso en la frente, me pregunta cómo me ha ido en el día y me platica cómo le fue en el suyo. Sé que él tiene todo lo que busco en una relación.
Aun así, mi único problema es que yo odio a mi esposo y no puedo estar con él.