Cada diciembre reaparece un debate que ya se volvió tradición: ¿qué es más sustentable, un árbol de Navidad natural o uno artificial? La pregunta parece sencilla, pero la respuesta es más compleja de lo que se piensa.
Durante décadas, muchas familias adoptaron el árbol artificial pensando que era una alternativa ecológica, sin embargo, este razonamiento ha sido puesto en duda por estudios ambientales, expertos forestales y organizaciones dedicadas al manejo sustentable de recursos.
El primer mito que debemos quitarnos de la cabeza es que los árboles de Navidad naturales provienen de bosques talados indiscriminadamente. En realidad, la gran mayoría proviene de plantaciones forestales comerciales, equivalentes a cultivos agrícolas. En México, particularmente en estados como Puebla, Estado de México, Michoacán y Veracruz miles de familias campesinas se dedican a sembrar cipreses y pinos en terrenos dedicados exclusivamente a este fin.

Un árbol de Navidad tarda entre 6 y 10 años en crecer. Durante ese tiempo, captura CO₂, favorece la infiltración de agua, controla la erosión y genera microhábitats. Es decir, aun cuando su destino final es adornar una sala por un mes, durante casi una década fue parte activa de un ecosistema humanizado que ofrece servicios ambientales. Además, cuando un árbol se corta, otro se planta en su lugar, lo que convierte a estas plantaciones en un sistema renovable. Comprar un árbol natural no incentiva la deforestación; por el contrario, incentiva que más hectáreas se mantengan arboladas y productivas. Muchos ejidos han encontrado en este mercado una fuente de ingreso legal y sostenible, lo que reduce la presión para cambiar el uso de suelo hacia actividades más destructivas como la ganadería extensiva o el cultivo ilegal. Otro punto a favor es su biodegradabilidad. Tras su uso, el árbol puede convertirse en composta o materia orgánica. Existen municipios que ya cuentan con centros de acopio que los trituran para reutilizar sus residuos en parques y jardines públicos. Incluso si terminara en un relleno sanitario, aunque lo ideal es que no, se descompondrá sin generar los daños tóxicos que otros materiales provocan.
En el otro extremo tenemos los árboles artificiales, hechos mayoritariamente de PVC (cloruro de polivinilo), uno de los plásticos más problemáticos tanto por su producción como por su desecho. Para fabricar un árbol sintético se requiere una mezcla de plástico y metales, además de un proceso industrial con consumo significativo de energía. La mayoría de estos árboles provienen de cadenas de producción asiáticas con poca transparencia ambiental y con transporte de larga distancia, lo que aumenta su huella de carbono. La industria suele argumentar que un árbol artificial es más ecológico porque se reutiliza por varios años, pero estudios recientes coinciden en que, para compensar su huella ambiental, un árbol artificial debe usarse entre 10 y 20 años, dependiendo del material, la procedencia y el manejo. La realidad es que gran parte de las familias los cambia antes porque se deterioran, se doblan, pierden ramas o simplemente pasan de moda. Cuando llega el final de su vida útil, un árbol artificial no es reciclable ni biodegradable, su destino es el basurero, donde puede permanecer siglos.
Diversos análisis de ciclo de vida muestran cifras reveladoras, la fabricación y distribución de un árbol artificial genera entre 20 kg y 60 kg de CO₂, mientras que un árbol natural genera entre 3 kg y 5 kg de CO₂, considerando transporte y manejo, pero durante su crecimiento captura más carbono del que se emite para llevarlo a casa; incluso si tomamos un escenario generoso para el árbol artificial, necesitaría al menos 10 años de uso constante para igualar el impacto de elegir uno natural cada año.
Elegir un árbol natural también tiene un componente social digno de mencionarse. Cada diciembre, miles de pequeñas economías rurales reciben ingresos importantes gracias a esta actividad. Comprar árboles de Navidad naturales fomenta el mantenimiento de plantaciones forestales, el empleo local y el arraigo de comunidades. Algunos argumentan que transportar árboles naturales hasta las ciudades es altamente contaminante, sin embargo, cuando se analizan los datos, el transporte representa una fracción mínima del impacto total. En cambio, los árboles artificiales viajan miles de kilómetros por barco y camión desde las fábricas hasta el consumidor final. Su transporte tiene un peso mucho mayor en su huella total. Aun dentro de las opciones naturales, debemos evitar comprar árboles clandestinos o talados sin permiso. Es indispensable elegir productores con autorización, idealmente con certificación forestal y que sean nacionales o incluso regionales.
Si realmente queremos reducir nuestro impacto ambiental y apoyar prácticas responsables, la evidencia apunta hacia los árboles naturales certificados. Son renovables, capturan carbono, fomentan economías rurales, mantienen áreas arboladas y, al final de su vida útil, regresan al ciclo natural. Los árboles artificiales pueden ser una opción válida, pero sólo si se usan durante más de una década y si el consumidor está dispuesto a asumir que, tarde o temprano, terminarán como residuo plástico.
La sustentabilidad, en esta época decembrina, comienza con una elección informada. Más allá del brillo de las luces, cada árbol es un recordatorio de que nuestras decisiones cotidianas pueden fortalecer o debilitar el equilibrio ambiental del que todos dependemos.
*Dra. Sandra Pascoe Ortiz / Profesora Investigadora / Universidad del Valle de Atemajac, Campus Guadalajara (UNIVA)