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La oscura muerte del comunista Julio Antonio Mella

La criminalidad de los locos años veinte posee registros muy distintos: desde la brutalidad de los generales todopoderosos hasta la tragedia de las mujeres desesperadas. Pero en aquellos tiempos, empezó a tejerse una historia de penumbras, secretos e impunidad: empezó a acuñarse el modelo de crimen político que reaparecería una y otra vez en el siglo XX. Aquel joven líder cubano fue una de las primeras víctimas de ese modelo homicida.

historias sangrientas

Las autoridades mexicanas intentaron reconstruir la noche del crimen, pretendiendo demostrar que se trataba de un crimen pasional.

Las autoridades mexicanas intentaron reconstruir la noche del crimen, pretendiendo demostrar que se trataba de un crimen pasional.

De una cantina de la calle de Bolívar, salió el joven cubano Julio Antonio Mella, hacia su cita con el destino. Ese futuro no se cifraba en su reunión con la fotógrafa italiana, Tina Modotti, con quien tantas cosas compartía. Con ella caminó por la calle de Abraham González, y en la esquina con la Avenida Morelos, la muerte aguardaba a aquel hombre, conocido por su militancia comunista y su peso en la comunidad estudiantil.

Dos disparos quebraron la tranquilidad de la noche. Mella cayó gravemente herido: sus agresores seguían a la pareja y le dispararon por la espalda al cubano. 

Inmediatamente escaparon, mientras Tina pedía ayuda y se arrodillaba junto a aquel hombre al que se le escapaba la vida.

Julio Antonio Mella no murió en aquella esquina. Una ambulancia alcanzó a trasladarlo al hospital de la Cruz Roja, a donde llegó en estado de gravedad. No vivió mucho más, y así iniciaba una madeja oscura e intrincada: un crimen político diferente a los que se habían cometido antes en México. Ya no eran las órdenes brutales de los generales sonorenses, disputándose el poder. Se parecían más a los crímenes embozados que la policía secreta porfiriana cometía con alguna frecuencia, para desaparecer a los opositores demasiado incómodos. 

Pero los protagonistas y las causas cambiaban: el crimen político cometido a la sombra del poder tocaba nuevos personajes, con otras ideas y militancias. Se hablaba de nuevas ideas; anarquismo, comunismo, y aquellos conceptos se reflejaban con fuerza en el movimiento obrero, en algunos sectores de la vida estudiantil.

Agonizante, el joven Mella alcanzó a señalar al probable autor intelectual del ataque. No obstante, el asesinato de aquel hombre se volvió nota de primera plana, con dos lecturas de los hechos enfrentadas: no faltó quien asegurara que se trataba de un crimen pasional. Después de todo, esa era una década donde la nota roja se llenaba con las presencias femeninas, y Tina Modotti era joven, atractiva, extranjera: el personaje perfecto para una gran crónica que vendiera muchos ejemplares.

La otra versión, que defendieron artistas y estudiantes, todos militantes de las nuevas ideas que menudeaban en la vida pública, hablaron de crimen político. ¿Enemigos? ¿Acaso aquel muchacho tenía enemigos? ¡Claro que los tenía! Y venían de muy lejos. Aquellas acusaciones miraban hacia Cuba, donde Mella tenía fama bien ganada de opositor.

Aquel drama se reflejó con amplitud en la prensa de enero de 1929.

“CRIMEN QUE CAUSA SENSACIÓN”

Así narró la prensa capitalina aquel crimen. Era invierno. Los hogares mexicanos apenas se quitaban los ropajes navideños y los niños pequeños todavía carreaban a todos lados los juguetes dejados por los Reyes Magos. El 10 de enero de 1929, Julio Antonio Mella caminó con la fotógrafa Tina Modotti por la calle Abraham González. Ahí, un hombre le gritó al joven cubano. Después se establecería que se trataba de José Agustín López Valiñas, a quien ahora se señala como un matón a sueldo, contratado por el jefe de la policía cubana para asesinar a Mella.

Después, Modotti contaría que fue algo relampagueante. La pareja se alejaba cuando sonaron dos detonaciones: Mella se derrumbó, herido por la espalda. La italiana declaró después que, al volverse, solamente alcanzó a ver cómo dos hombres se alejaban corriendo del lugar.

En el hospital de la Cruz Roja, el diagnóstico fue terrible: una bala estaba alojada en el pecho de Mella, y la otra le había destrozado el estómago. Esta herida fue la que le causó la muerte, a pocas horas de haber sido internado en el hospital. Era la madrugada del 11 de enero.

Al día siguiente, la prensa capitalina habló del “crimen sensacional”, que opacaba todas las notas de aquella mañana. Desde luego, las autoridades afirmaron que procederían a una minuciosa investigación, donde Tina Modotti tenía singular importancia, pues era la única testigo del crimen.

Cierto redactor, al consignar aquel hecho, describió a Modotti como “una interesante italiana”, que llamaba la atención, por aquellos días, como una más de esas “mujeres modernas” que habían aparecido en la vida pública de los años veinte, y que hallaban espacio en el mundillo artístico e intelectual del momento, para expresar sus propias ideas y proyectos.

Tina Modotti, cuyo nombre real era Assunta Adelaide Luigia Modotti, era, en efecto, una mujer distinta: era fotógrafa, había llegado a México en 1923, con su pareja, el también fotógrafo Edward Weston, y no faltaba quienes se escandalizara de que aquella pareja de talentos viviera junta sin estar casados. Tina, además, tenía ideas políticas: era simpatizante del anarquismo y del comunismo. Fue esa circunstancia la que puso a la fotógrafa italiana frente al líder cubano. Durante las investigaciones, Modotti narró cómo se habían conocido en las manifestaciones de repudio a las ejecuciones de Niccola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, anarquistas enjuiciados en Estados Unidos. Ahí, aseguró ella, nació una sólida amistad.

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Julio Antonio Mella, tenía una historia más trepidante. Se encontraba en México exiliado. Era, en la isla, un conocido opositor al régimen dictatorial de Gerardo Machado, y en México sostenía, con ayuda del comunismo local, dos publicaciones, “Tren Blindado”, y “¡Cuba Libre!”. Tina contaría después que el joven le había confiado la precariedad de su seguridad: en cualquier momento, podría ser víctima de un atentado, a manos de esbirros enviados desde Cuba.

EL INTERROGATORIO

La presión de los artistas e intelectuales y la protesta estudiantil, hicieron que las autoridades policiacas de la capital se aplicaran en la investigación, o al menos eso fue lo que afirmaron durante varios días. Para mostrar sus buenas intenciones, mandaron llamar al que era considerado el mejor detective del país: Valente Quintana, a quien sus admiradores no tenían empacho en llamar “el Sherlock Holmes mexicano”, y que ocupaba el cargo de Jefe de las Comisiones de Seguridad.

El detective más famoso de México, Valente Quintana, asumió la investigación. Su premio fue la Jefatura de Policía.

El detective más famoso de México, Valente Quintana, asumió la investigación. Su premio fue la Jefatura de Policía.

Quintana, que era un personaje muy popular, se convirtió también, con su sola presencia, en nota de primera plana: si alguien podía desentrañar el misterio, ese era Quintana, quien asumió, en persona, el interrogatorio a la única testigo: Tina Modotti.

Las declaraciones de la fotógrafa llenaron planas y planas de la prensa de aquellos días. Tina siempre insistió en que se trataba de un crimen político, pero su fama y personalidad fueron aprovechados por numerosos redactores de periódicos, que insistían en ver aquel suceso como un crimen pasional, en el que, desde luego, el origen estaba en la relación entre la italiana y el cubano. Aparecieron notas dramáticas y trepidantes, según las cuales Mella y Modotti sostenían una relación sentimental, y un amante despreciado, ciego de ira, habría atacado al joven comunista. Por más que Tina insistió en que jamás hubo entre ella y Julio Antonio algo más que una buena amistad, sustentada en sus muchas coincidencias políticas, no faltaron periódicos que se dieron vuelo contando una historia de pasión y violencia. La fotógrafa incluso había dado el nombre de la esposa de Mella.

Cuando Valente Quintana preguntó a la muchacha si podría señalar a un autor intelectual del ataque, Tina no vaciló: mencionó el nombre de José Magriñat quien, si no era el jefe de la operación, sabía dónde encontrarlo: unos días antes, fue Magriñat quien le advirtió a Mella que acababan de llegar a la ciudad de México dos matones, enviados por el gobierno machadista, con el fin de asesinarlo. De ahí venía la confidencia que el líder opositor cubano le hizo a Modotti: sufrir un atentado era una posibilidad real e inminente.

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Pero Valente Quintana también quiso creer en la historia del crimen pasional: sacó, nadie supo de dónde, a tres “testigos” que colaboraron para establecer esta explicación. Hizo comparecer a José Magriñat, quien negó las declaraciones de Tina: él jamás le habló a Mella de un ataque encargado por el poder cubano, insistió.

Las contradicciones dieron a los reporteros de policía mucha tinta para escribir. Los testigos que Quintana hizo aparecer, afirmaron que la pareja fue encarada, de frente, por un hombre que disparó contra el cubano. Eso quería decir que sí se trataba de una tragedia de celos y violencia: Tina habría reconocido al agresor y por eso procuraba protegerlo. Valente Quintana acabó acusando a Tina Modotti de encubrir al asesino. El detective presionó a la muchacha para que confesara el nombre del atacante.

Pero aquella historia empezó a caerse por sí sola: la autopsia confirmó las declaraciones de Modotti: Julio Antonio Mella había recibido dos balazos por la espalda, y a ellos debería atribuirse su muerte. Los testimonios de las tres personas que presentó Quintana también se cayeron, al no poder identificar a un atacante en concreto.

Parecía que los criminales se habían esfumado. No, no era una historia de amores. Pero, entonces, la policía no pudo apresar a nadie. Ni siquiera José Magriñat, detenido por el testimonio de Tina, quedó en la cárcel. Se desestimó la declaración de la fotógrafa y Magriñat salió libre por falta de pruebas.

Tina Modotti siguió su vida en México, hasta 1930, cuando salió, en vista de la persecución anticomunista que se desató. Volvería, y moriría de un infarto, a bordo de un taxi, en 1942, también un día de enero.

LA VERDAD, MUCHOS AÑOS DESPUÉS

Las venganzas provocan consecuencias insólitas: en 1933, la esposa de un hombre llamado José Agustín López Valiñas, lo denunció como autor del asesinato de Julio Antonio Mella. Se esclareció que, por un pago de 60 dólares, López Valiñas había asumido la encomienda. Se le sentenció a 20 años de cárcel, probada la autoría intelectual del gobierno cubano. No obstante, una amnistía dictada en 1938 por Lázaro Cárdenas, lo benefició: el asesino se perdió en las sombras. A pesar de sus esfuerzos para disfrazar la verdad, Valente Quintana no perdió un ápice de credibilidad, y en cambio o nombraron jefe de la policía capitalina.

El rescate de los archivos de los cuerpos policiacos, efectuado por historiadores mexicanos en la segunda mitad del siglo XX dieron luz al crimen de Julio Antonio Mella, cuyo funeral fue muy sonado, con una gran comitiva fúnebre y muchas exigencias de justicia. Ha podido demostrarse no la complicidad, pero sí el encubrimiento que las autoridades mexicanas ejercieron para disimular un oscuro crimen político.