
Aquella niña, nacida en el pueblo de Xochipala, en el estado de Guerrero, la bautizaron como Amelia Malaquías —el santo del día de su nacimiento— Robles Ávila. Pertenecía a una familia de rancheros de cierto nivel, con una casa y un rancho. En sus primeros años, recibe una peculiar crianza: en el rancho aprende a montar a caballo e incluso, a usar armas. Pero, al crecer, formaba parte de una asociación católica, las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, que se ocupaba de formar señoritas para que fueran buenas creyentes, buenas esposas y buenas madres. Los vientos de cambio que sonaban a revolución, le dieron la oportunidad a la muchacha, de encontrarse a sí misma.
Quienes se han acercado a la vida de Amelia Robles, conocida a partir de su ingreso a las filas revolucionarias, como Amelio Robles, han señalado que su incorporación al antireeleccionismo está más relacionado con una voluntad de transformar su vida que con una posición política o ideológica. En 1911, se sabe que formaba parte de un club antireeleccionista en calidad de tesorera, pero, poco a poco, sus aficiones y habilidades —ya sabía, en aquellos años hasta domar caballos— la encaminaban más hacia la carrera militar.
En 1912 se unió a las tropas revolucionarias, cuando el general Juan Andreu Almazán pasó por Xochipala. Pero Amelia no quería ser una soldadera. Tenía claro, en su fuero interno, que anhelaba unirse a las tropas, y conocer la adrenalina del campo de batalla. Así adoptó, de una vez por todas, la vestimenta masculina, y se transformó en Amelio Robles, que no era solamente un nombre, sino toda una identidad.
Para quien haya echado una mirada a la abundante inconografía revolucionaria, no es extraño encontrar mujeres en las tropas revolucionarias como contendientes, no como soldaderas. Algunas, deseosas de participar en la lucha, adoptaban la vestimenta masculina, por comodidad o por eludir los riesgos de un ataque sexual. Pero en el caso de Amelio, ninguna de estas circunstancias era el origen de sus decisiones y comportamientos. Amelio, tal vez desde muy niño, sabía que era un hombre o estaba convencido que su identidad de género era claramente masculina. Unirse a la revolución le dio la oportunidad de reconstruirse a sí mismo.
Amelio fue un militar valeroso, que se dempeñó en las filas del zapatismo desde 1913 hasta 1918, cuando depuso las armas. Su valor y sus habilidades con las armas y los caballos —en esa época esencialmente, masculinas— le habían permitido ascender. A partir de 1918, reconoció el liderazgo de Venustiano Carranza e ingresó en el Ejército Mexicano. Allí se convertiría en el Coronel Amelio Robles.
Pasado el movimiento armado, es sabido que muchas mujeres que participaron en él retornaron a su vida femenina. Algunas dejaron las armas y los caballos y buscaron una pareja, si no la tenían, y regresaron a la vestimenta de mujer. Amelio no hizo ninguna de estas cosas: era hombre, se sabía hombre y estaba resuelto a hacer respetar su identidad. Fue fama que, si algún imprudente osaba llamarlo “coronela” o “señora”, era muy probable que de buenas a primeras se encontrara encañonado y a punto de ir al otro mundo, a manos del iracundo coronel.
Nadie, en el ámbito militar, descalificó o atacó a Amelio Robles por su pasado femenino o por su conversión en varón. De todo a todo, Amelio era hombre; no sólo se cambió el nombre y fue hábil como soldado; todas sus actitudes, su lenguaje, su vestimenta y su comportamiento era el de un caballero de su época. Algunas versiones aseguran que algunos generales que lo conocieron, como el ex zapatista Adrián Castrejón —que llegaría a gobernador de Guerrero— en privado se refería a él como “la coronela Amelia Robles”, pero eso nunca significó menoscabo en su grado militar o en los vínculos de compañerismo que en los años de lucha había forjado con sus compañeros de armas.
Para nadie era un secreto que Amelio Robles tenía un pasado femenino. Pero eso no lo convirtió en una celebridad en sus años de andanzas militares. Eso sí, en abril de 1927, el reportero Miguel Gil, de el Universal, entrevistó al coronel y lo hizo objeto de una detallada descripción literaria. El resultado fue un retrato espléndido de un caballero que una década antes andaba jugándose la vida en el campo de batalla. El reportero Gil mira hasta los gestos más pequeños, y concluye que Amelio Robles “no tiene un pedacito femenino”. Aquella conversación fue nota de primera plana, de manera que nadie podía llamarse a engaño con respecto de la historia del militar.
En 1942, una periodista suiza, Gertrude Duby, entrevistó a Amelio. Lo describió como de nariz fina, ojos claros y vivos “y una boca de una energía sorprendente” con una voz que no podría calificarse de masculina, pero de movimientos muy decididos.
No todos miraban a Amelio Robles con la misma ausencia de prejuicios. Acaso por esa razón, el coronel decidió, una vez que terminó la lucha armada, no regresar a Xochipala, y sí establecerse en Iguala. Se sabe que conservó parte de la propiedad de su familia, pero decidió, tal vez, que no había necesidad de enfrentarse a situaciones enojosas.
En los años cuarenta del siglo pasado, un antiguo compañero de armas, Rodolfo López de Nava Baltierra, recomendó a Amelio para que ingresara en la Legión de Honor de la Secretaría de la Defensa Nacional: le extendió un certificado de méritos revolucionarios. Algunos otros de sus amigos hicieron otro tanto, pues el ingreso a la Legión exigía ese tipo de constancias y de recomendaciones. A ese expediente se agregó un acta de nacimiento falsa, que intentaba dar coherencia a todo el expediente.
Ese documento apócrifo afirmaba que el bebé nacido en Xochipala el 3 de noviembre de 1889 era varón y había recibido el nombre de Amelio Malaquías. ¿Por qué lo hizo Amelio, cuando nadie cuestionaba ya su identidad? Acaso pensó que era una manera de consolidar de una vez por todas, todo lo que él era y había hecho, consiguiendo la distinción que tantos como él anhelaban: ser nombrado Veterano de la Revolución.
El examen médico que engrosó el expediente, habla de las 9 heridas de bala que Amelio recibió en sus años de combatiente. Curiosamente, ese documento no hace enunciación de su anatomía femenina, pues eso era un factor que Amelio no podía haber modificado, en una época en que no se hablaba de personas transgénero, ni existían operaciones de cambio de sexo o tratamientos hormonales.
En 1974, la Secretaría de la Defensa Nacional condecoró a Amelio como Veterano de la Revolución. Así reconoció su identidad masculina, pues no la incluyó en las 300 “veteranas” que también fueron reconocidas. La Sedena, empero, no le reconoció su grado de coronel, porque el ejército zapatista no era considerado un cuerpo militar profesional. Pero es probable que, a los 85 años que tenía en ese entonces, a Amelio Robles no le preocupara tanto. Había tenido una vida larga e interesante, con algunas relaciones amorosas —siempre con mujeres— y era uno de los testigos de la transformación del país. De todos modos, siempre fue “el coronel”.
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