
En el plantón magisterial de la Ciudadela hay tintes de eternización similares a los que se escenificaron hace años en el centro de Oaxaca. Cada mayo, el corazón de aquella ciudad era tomado para instalar casas de campaña y mecates que iban y venían entre postes y columnas. Cada año, la demora en la liberación tendió a ampliarse, hasta aquella vez en que fue desalojado y apareció una APPO de la que la Sección 22 optó por alejarse.
Las demoras de solución se explicaban por demandas magisteriales más aventuradas y respuestas más equívocas del gobierno estatal.
En la capital del país, los plantones no alcanzaron tintes de eternización… Hasta ahora.
Esta vez, en La Ciudadela, el fin del plantón se siente lejano. No parece haber nada en curso (ni en las negociaciones en Bucareli) que permitan vaticinar la liberación de la plaza y el regreso de los profesores a sus estados.
Y la vida constante del plantón, de la mañana hasta la madrugada del día siguiente, lo hace patente.
Cada día, este Canudos magisterial está activo, refresca sus contenidos con profesores y acompañantes venidos del interior del país. La calle Enrico Martínez que parte los jardines de La Ciudadela es su Rambla, el trazo transversal que guía la vida del plantón, en la que se consigue agua, es lugar de encuentros y en el que se puede comerciar de todo para la vida diaria (en resistencia contra el gobierno).
En la Rambla Enrico la comida está disponible al igual que las pilas para que la autonomía de los celulares se vea alargada a una jornada completa de movilizaciones. También ropa, ya no sólo con leyendas combativas, sino camisetas y pantalones sencillos para dar tiempo a que la usada y lavada termine de secarse en los tendederos.
Y aunque la vocación del plantón es oaxaquizante en tiempos, su contenido oaxaqueño es extrañamente reducido. “Es porque el movimiento en Oaxaca está fuerte”, indica un habitante de la ciudad de plástico y lonas. Una esquina de La Ciudadela sirve para albergar una asamblea de la otrora poderosa 22. Apenas una decena. Puede especularse también que, al perder el control del Instituto de Educación estatal, la seccional perdió capacidad de operación y presupuestal.
Guerrero y Michoacán son apenas salpicones aquí y allá. Los guerrerenses le tomaron aprecio a las rejas de la Vocacional 5 del IPN. Son, además, el punto más cercano del plantón a los puestos que la policía del DF suele colocar en el área.
Los michoacanos apuestan a la notoriedad artística. Traen bailes, cine (este viernes proyectaron Lenin en Octubre).
Pero no son Oaxaca o Michoacán los que dan sustento al plantón. Es Chiapas el aglutinador de la presencia magisterial en la capital. Los cierres carreteros, enfrentamientos con chamulas y tomas de garitas fronterizas, se dan en aquel estado a la par de un suministro constante de habitantes para el Canudos-Ciudadela.
Son seccionales chiapanecas las que ocupan dos tercios de la Enrico Martínez, la calle Tres Guerras y donde tienen una presencia chiapaneca igualmente fuerte. Los lejanos Ocosingo y Fraylesca están representados en estas calles principales. Muchos estados menores —en términos de protesta— cobijan sus mini comitivas bajo los extensos cobertores plásticos traídos por los profes de Chiapas.
Oaxaca, es evidente, ha dejado de ser demográficamente relevante en este Canudos; puede ser que tampoco tenga la batuta de las discusiones. En las noches, las asambleas, por mera razón de número, tienden igualmente a chiapanizarse.
Oaxaca, como consolación, sigue destacando por otros aspectos. Las tlayudas son lo más recomendable de la gastronomía local, muy por encima de los tacos y quesadillas defeños que se han adherido al plantón luego de perder a su clientela de la tercera edad, la que hasta hace cuatro semanas bailaba danzón en estos espacios.
Como en toda morada en condominio, las áreas netamente comunitarias son las que tienden a deteriorarse más. Un andador completo al lado de la Biblioteca México se ha inundado y nadie parece pensar que es su problema. El agua estancada ha avanzado lentamente hacia los traseros de algunas tiendas de campaña. Por ahora, el charco crece sin remedio.
Los inicios de cada día en esta ciudad de lona y plástico son siempre similares. Diferentes puntos de La Ciudadela se convierten en comedores comunitarios para el almuerzo. Es hacia la una de la tarde, un poco más si hay manifestación o marcha, cuando la vida en el plantón se torna menos rígida y previsible. Profesoras y profesores han terminado de asear sus lugares, así que piensan en qué cocinar. Revisan los bolsones de legumbres, chiles y jitomates traídos desde algún punto ignoto.
Por las tardes y noches, en la Rambla Enrico se ve a quienes han decidido un día de darse un gusto: cuatro profesoras van silla en mano y se instalan en el expendio de tlayudas.
Acabada la comida, avanzan dos tendarajos y desaparecen por entre los plásticos y mantas de leyendas combativas. Más tarde se las verá leyendo tranquilamente en las mismas sillas que usaron para comer sentadas.
Al menos una vida cambió para bien en Canudos-Ciudadela. Es uno de los vagabundos que dormía al pie de los cañones, los del monumento que hoy no es visible desde ningún punto externo.
“No sé que hicieron los profes, pero me cambiaron”.
Ésta es su tercera semana trabajando (entonces a los profes les costó una semana “cambiarlo”).
Está contento de poder pagar una tlayuda, aunque conserva la sabiduría previsora de la calle. La pide sólo con asiento y queso para que sea más barata. La próxima semana, si todo sigue bien, dice, la pedirá con carne tasajo.
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