
Leer con música de fondo es la propuesta del libro Músicas negras (Editorial Siruela) en el que once escritores, entre ellos, Marçal Aquino (Brasil, 1958), Ernesto Mallo (Argentina, 1948), Mercedes Rosende (Uruguay, 1958) y Alfonso Mateo-Sagasta (España, 1960) eligieron una canción para ambientar un cuento del género policiaco.
Crónica entrevistó a dichos autores quienes nos regalan, a través de sus relatos, un playlist de samba, blues, mambo, pop, rock y piezas clásicas.
El autor argentino y editor del libro también incluye un cuento de su autoría: Cerezo Rosa, que como su nombre lo indica, se sugiere leer con el mambo Cerezo rosa de Pérez Prado.
“Cuando era niño en mi casa se hacían muchas fiestas, uno de los temas que se bailaban era Cerezo rosa, tema que me parece encantador”, platica Mallo.
El relato del fundador del Festival Buenos Aires Negra cuenta la intolerancia de un sacerdote porque en el antro Webster Hall, ubicado en Nueva York, las personas gozan de la fiesta, del baile, de la libertad sexual y que, en palabras de Mallo, evidencia que “bailar es lo más parecido a volar”.
“Soy un firme opositor a la iglesia como institución, creo que ha sido y sigue siendo una institución muy dañina, mala para la gente, mala para la paz y la concordia. Siempre espero que algún día me pongan en el Index y me prohíban, así vendo muchos libros, pero no se han dado cuenta o no sé qué pasa”, comenta.
Los lugares que Mallo menciona en el cuento son reales, lo mismo que uno de los personajes: Eastman.
“El Hall y la iglesia existen o existieron, eran contiguos y hubo muchas quejas de lo que pasaba en el baile por parte de la gente de la iglesia, pero como el alcalde de Nueva York de esa época era protestante no les hizo caso. A partir de esto nace el cuento: un cura enojado porque las cosas que pasan ahí le mueve sus inseguridades y por eso plantea una horrible venganza”, indica.
Sobre Eastman detalla que es un personaje histórico que menciona Borges en un cuento y que también aparece en la película Pandillas de Nueva York. “Es una mezcla de mundo, de pasiones, lo que es y fue la ciudad de Nueva York”.
—¿Por qué en el libro Músicas negras predominan personajes ruines?
— No importa que uno escriba un cuento del año 2020 o 2080, da igual. La literatura siempre es un testimonio de la época y la época que estamos viviendo no es de las más agraciadas, hay mucha ruindad política, ambición, desesperación ahora agravada con la pandemia. Los escritores siempre estamos dando vueltas a ese clima que impera en el mundo.
“Esta pandemia nos ha demostrado que quienes envenenamos a la Tierra somos nosotros, en la medida que nos retiramos empiezan a aparecer peces, aves y animales que creíamos desaparecidos, pero no, están escondidos porque nos temen. Esa sensación y conciencia del ser humano como una especie destructiva, sí aparece en los cuentos”, responde.
“Es tal vez el ritmo más representativo de Brasil. Luego se me ocurrió el título: Batuque, y me quedé pensando por un tiempo en la mejor forma de abordar la narrativa. Así surgieron los personajes Moacyr, Soraia y el enredo que los involucra a los dos”, narra.
El cuento de Marçal Aquino es la historia de Moacyr, el velador de un cementerio que siempre pensó en escribir sambas para salir de la miseria, pero al no lograrlo (a pesar del talento), un día decide ir a La Madriguera, donde las mejores canciones de samba se mezclan con el malandraje local. Ahí se enamora de Soraia, a quien el canto le sirve para huir de su soledad.
“Mis personajes me eligen y no al contrario. En cierta época de mi vida de periodista, tuve una experiencia decisiva como reportero policiaco y tomé contacto con esa clase de personajes marginados en la realidad. Creo que ellos contaminan las narrativas que escribo desde entonces”, explica.
Aquino no incluye un crimen en su cuento, pero sí vacíos en los personajes: desamor, pobreza, celos y ausencias. “Me pareció chistoso huir de la narrativa clásica con un asesinato o algo así. Me interesé mucho más por el clima de los personajes y del ambiente social donde ocurre la narrativa”.
—¿Qué opinas de la idea: quienes sufren y se dedican al arte, crean grandes obras?
—Sin duda que lo vivido tiene influencia decisiva sobre lo que uno escribe. Pero no creo que sea la única fuente. Estoy con el maestro Faulkner: literatura es la suma de imaginación, observación y experiencia.
Aquino comenta que cuando escribe siempre escucha música, en particular jazz.
“Me gusta mucho la música, me agradan casi todos los ritmos, sin distinción. Siempre hay música sonando en algún rincón de mi casa –y cuando escribo, me gusta estar acompañado todo el tiempo por alguna canción. Creo que es componente importante en la vida de cualquier persona”, indica.
— ¿Has ido a algún lugar como La Madriguera?, se le pregunta.
— “Existen muchos lugares parecidos al del cuento tanto en São Paulo como en Río, ciudad donde vivo una parte del tiempo por mi trabajo en la televisión. Y sí, he estado en algunos y siempre me divertí mucho”, responde.
“Quise escribir una historia de aventuras con todos los ingredientes de aquellas que leía y me gustaba tanto cuando era adolescente. También quería mostrar dos mundos diferentes en que las mujeres siempre hicimos cosas atípicas. Siempre hubo mujeres que sus vidas transcurrieron en los bordes, no exactamente en lo canónico ni en ser sólo madres, sino en lo lindes de lo no permitido”, comenta la autora.
Rosende pensó en una ladrona actual y en una ladrona de 1440 de Samarcanda (ciudad de Uzbekistán), a quienes las une un libro: el diario de Vittoria Castaldi. La primera, trata de robarlo de una biblioteca, y la segunda es la autora de ese diario.
“Mi primera idea fue que una mujer robara los planos de una máquina importante porque había sido presionada a cambiar su situación penal, es decir, de ser presa a obtener la libertad”, narra.
La autora decidió que esos planos fueran de la máquina infernal, nombre que se le dio a la imprenta en ese entonces.
“Empecé a leer que los planos de las primeras máquinas se encontraron en Samarcanda, algunos dicen que en China, pero yo tenía que elegir un lugar. Entonces me puse a leer sobre Samarcanda y descubro que ahí estuvo la Ruta de la Seda, que fue un lugar donde se desarrollaron las artes, la ciencia y la investigación”, indica.
—Tu cuento, ¿es un homenaje al proceso editorial?
—Está la historia del libro desde que los libros eran simplemente unos manuscritos como el que lleva Vittoria a lo largo de su viaje, hasta la actualidad. También refleja la evolución del valor que ha tenido el libro, hoy encontramos que existen libros que merecen ser robados su enorme valor. La mujer del cuento está robando un libro porque tiene un valor económico. Y sí, me gusta pensar que hay un homenaje al libro.
En Blues para robar un libro hay un cambio de roles: las mujeres no son fatales, son los hombres quienes las orillan a cometer delitos.
“A lo largo de la historia, la novela policial consagró los papeles inamovibles en los que el hombre era el detective y la mujer un afán fatal y un personaje secundario. Actualmente hemos tenido que revertir los roles porque la sociedad también se basa en los estereotipos literarios o los estereotipos literarios consagran determinados prejuicios de la sociedad, es decir, durante muchos siglos leímos literatura en la que se consagraba el patriarcado, por ejemplo, Helena de Troya siempre fue un botín de guerra”, señala Rosende.
Pero a finales del siglo XX, añade, el género empezó a revertir eso. “Las escrituras del género negro recibimos el desafío de consagrar ese cambio de la realidad”.
“En Madrid conocí a un ecuatoriano que llegó a la ciudad durante el verano y al llegar el otoño me dijo: ‘los árboles están enfermos’, porque empezaban a amarillarse, pero no había caído en la cuenta del cambio de estaciones. Eso me pareció un detonante muy bonito”, comparte.
El cuento de Mateo-Sagasta es la historia de José Eustasio, oriundo de la región Amazónica de Ecuador, quien es contratado para cuidar el frondoso jardín de una casa, pero ante la llegada del invierno los árboles comienzan a perder hojas y José asustado, decide hacer los rituales de sacrificio propios de su comunidad shuar.
“El personaje tiene una relación íntima con la naturaleza, cree que la controla, pero lo que sucede es que ésta lo excede. José cree que ha curado a los árboles con esos rituales que terminan siendo la parte del crimen y es por eso que decide quedarse otro invierno en la casa”, señala.
Para el autor hay un juego entre las supersticiones, la religión, la fe y la explicación que se le da a los hechos.
—¿Por qué introduce el elemento narrativo del alma?
—Eso fue un regalo. Al estudiar la mitología de los shuar aparecieron las tres almas: la que se adquiere, la que tienes y el alma vengadora. Eso lo utilicé porque me venía bien para el cuento, me aproveché de ello.
“En realidad, para mí todo forma un juego de supersticiones porque el hombre ni altera, ni afecta, ni importa nada de lo que haga para sojuzgar o controlar la naturaleza. La naturaleza va por su cuenta, como lo que estamos viviendo ahora. Nos creemos con una capacidad que no tenemos. Todo es una elaboración intelectual del hombre, lo mismo los shuar que cualquier otra religión, creemos que podemos modificar lo que nos rodea, pero es falso”, responde.
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