Nacional

Muertes de ídolos en la era del Twitter: Juan Gabriel y José José

Tanto El Divo de Juárez como El Príncipe de la Canción fallecieron fuera de México, pero sus leales se enteraron casi de manera inmediata, y su duelo se multiplicó minuto a minuto. En ese mundo digital donde millones viven existencias paralelas; ahí, donde las pasiones se agigantan, los rencores adquieren dimensiones letales y las penas se comparten con desconocidas almas solidarias, la despedida de los grandes ídolos musicales que remontaron con éxito el paso de un siglo a otro, adquirió dimensiones un tanto extravagantes, pero no menos sentidas que las de otras épocas.

Tanto El Divo de Juárez como El Príncipe de la Canción fallecieron fuera de México, pero sus leales se enteraron casi de manera inmediata, y su duelo se multiplicó minuto a minuto. En ese mundo digital donde millones viven existencias paralelas; ahí, donde las pasiones se agigantan, los rencores adquieren dimensiones letales y las penas se comparten con desconocidas almas solidarias, la despedida de los grandes ídolos musicales que remontaron con éxito el paso de un siglo a otro, adquirió dimensiones un tanto extravagantes, pero no menos sentidas que las de otras épocas.

Muertes de ídolos en la era del Twitter: Juan Gabriel y José José

Muertes de ídolos en la era del Twitter: Juan Gabriel y José José

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Internet y el surgimiento de las redes sociales nos cambiaron la vida a todos. En internet se sufre, se ama, se llora y se da rienda suelta a la cólera. En ese universo paralelo que amplifica los dramas de la vida real e inventa fenómenos mediáticos que rebotan en el mundo material, la desaparición de un ídolo genera largas jornadas de duelo, que, conforme avanza el tiempo, extienden su impacto como la piedra que se arroja al agua. Éstos son los tiempos en los que varias generaciones asistieron a las muertes de Juan Gabriel y de José José, y a sus respectivas despedidas, en calidad de testigos cercanísimos, aunque se encuentren al otro lado del mundo.

Tanto El Divo de Juárez como El Príncipe de la Canción habían logrado remontar la nueva centuria en la cima de sus glorias. De alguna manera, los dos se parecían: su fama se originó en el México de los años 70 del siglo XX; son personajes de una cultura urbana en ascenso, y las letras de las canciones que interpretan lo reflejan, sin perder el sentimentalismo, sin despojarse de los dolores profundos y las alegrías desbocadas. Los dos, a la vuelta de una década, se convierten en personalidades globales y desde las cumbres que habitan, reinan sin discusión en el universo sentimental de los mexicanos. Se fueron como consagrados, con el homenaje masivo de un país mayoritariamente ahogado en lágrimas.

Por ser ídolos, también, en el mundo virtual de las redes sociales, se libran batallas feroces en sus nombres, y la memoria, no muy extensa, de los que no tienen muchos años de haber llegado al gran teatro del mundo, conduce a juicios que tienen algo de figuración ingenua y conmovida: “nunca, nadie”, ha sido objeto de homenajes fúnebres como los que se les prodigan al Divo y al Príncipe, con sólo tres años de diferencia.

Los mayores, que no son nativos digitales, se mueren de risa con esas afirmaciones: lo que es no saber de Pedro Infante, de Jorge Negrete, de Agustín Lara, de tantos más. Pero cada generación encuentra el lenguaje que le permite manifestar su dolor y compartir la pena con el primero que pase a su lado, no importa si se le conoce o no; no le hace que ni siquiera se conozca el rostro verdadero del solidario o soliaria.

En este mundo, en la segunda década del siglo XXI, donde lo virtual es tan cierto como lo real, el duelo, el sentimiento de pérdida, se vuelven escandalosos y exigentes: los adioses a José José y Juan Gabriel, se vuelven señal segura de que  en el universo digital se sufre con la misma intensidad.

EL DIVO DE JUÁREZ SALE DE ESCENA. Desde muy temprano, en los años 70 del siglo pasado, Juan Gabriel es un triunfador: las canciones que compone y pone a rodar de la mano de su voz, se convierten en éxitos constantes. Pero al michoacano criado en Ciudad Juárez no le basta con ganarse a los habitantes del México urbano con piezas como “No tengo dinero" o “En esta primavera": muchas de las grandes voces de la época son también intérpretes de las composiciones de Juan Gabriel. Incluso, le da nuevos aires a personajes de la vida musical que parecían encasilladas en los géneros que las han convertido en estrellas.

De la mano de Juan Gabriel, a Angélica María le funciona de maravilla entrarle a eso que ya se empieza a conocer como “balada ranchera”. Lo mismo ocurre con la española Rocío Dúrcal, que nunca volvió a cantar el “Tengo 17 años” ni “los piropos de mi barrio”, gracias a Juan Gabriel. Entre “Johnny el enojón” y “Don Quijote” a “Sigues siendo el mismo” y “La gata bajo la lluvia”, hay un México que ha cambiado, que ya no se clava en los dramas campiranos, sino en las tormentas emocionales de la vida urbana. “Juanga” es también protagonista de la apertura sentimental de los mexicanos: sus canciones hablan del derecho a la juerga, de los rencores amorosos bien o mal llevados, de reclamos y ofensas que se guardan para pasar la factura en el momento adecuado.

Los fenómenos migratorios de fines del siglo XX hacen del Divo un personaje cuya fama no se queda atorada en las fronteras. Asociaciones estadounidenses lo han nombrado Cantante del Año; se ha adueñado del Palacio de bellas Artes y tiene a la Orquesta Sinfónica Nacional a su lado, para que el monstruo de mármol se cimbre con “El Noa Noa”. Su nominación al Grammy, en 1984, por “Amor Eterno”, pieza que le saca lágrimas a millones, es todo un acontecimiento, y a la vuelta del siglo XXI, “Juanga” es toda una institución, querido en casi todos los países hispanoparlantes.

Vende discos sin cesar, y acorde a los tiempos que corren en la industria de los medios de comunicación, ya no hace películas que narren su vida, como hizo en los días de su fama temprana: Es 2016 cuando muchos de sus seguidores se pegan a la televisión para disfrutar “Hasta que te conocí”,  la serie que comienza con el noviazgo de sus padres y que narra la larga cadena de decepciones y sinsabores que ha de remontar Alberto Aguilera para convertirse en Juan Gabriel. Es domingo 28 de agosto. Al destino le gustan las coincidencias.

Porque ese mismo día, cuando se transmite el último capítulo de la serie, algo que parece rumor invade las redes sociales y trastoca las programaciones dominicales. Juan Gabriel, se dice, ha muerto. Y no es infundio, no es rumor. A le gente le cuesta mucho trabajo asimilar la noticia. No puede ser. Si acaba de actuar, el viernes 26, en un estadio californiano, ante 17 mil 500 seguidores. El espectáculo —orquesta, mariachis, 30 bailarines— ha sido exitosísismo. No puede ser.

Pero, poco a poco, la confirmación de la noticia convence hasta los más escépticos. Entonces, esa última actuación se empieza a leer de otra manera: cantó, con una silla a la mano, en caso de que necesitara sentarse a descansar. Llevaba dos años padeciendo problemas de salud.

No obstante, cantó como el ídolo que era; homenajeó a la ya fallecida Rocío Dúrcal, ensayó una versión rapeada de “No tengo dinero”. Cantó “Querida” mientras el público aullaba, y al final puso al estadio a bailar con “El Noa Noa”. “Felicidades a todas las personas que están orgullosas de ser lo que son”, dijo.

Así cerró aquella noche. Después, en vez de viajar a Texas para la siguiente actuación, quiso quedarse en su casa de Santa Mónica a descansar y planear una gira por Centro y Sudamérica.

Allí estaba cuando un infarto se lo llevó al mundo de los muertos.

EL ADIÓS QUE NO TERMINA. La industria mediática de los últimos 30 años nos acostumbró al inmediatismo, a penetrar tan a fondo como se pueda, a colarse por cualquier rendija, si hay la suficiente terquedad y la suficiente audacia para saltar por encima de los círculos más cercanos e íntimos de las celebridades. Así, no bien se difundió la noticia de la muerte de Juan Gabriel, las estaciones de televisión norteamericana, los corresponsales de las empresas mexicanas, se amontonaron afuera de la residencia donde El Divo había fallecido.

Nadie vio el rostro de Juan Gabriel muerto. A diferencia de otras épocas, donde la fotografía del difunto querido era materia de las primeras planas, el staff del cantante logran mantener el cerco de la privacidad última, y evitarle al mundo la imagen de un hombre agobiado por la hipertensión, la diabetes y el alto colesterol. “Juanga” ha de vivir en la memoria colectiva. “Juanga” es eterno.

Había fallecido poco antes de las 12 del día. A partir del momento en que su muerte se da como cierta, las programaciones televisivas se recomponen; el duelo se extiende. La noticia domina las redes sociales, mientras en algunas casas se declara luto y se inicia un río de música en los aparatos de sonido, en los recursos como Spotyfy que se antoja interminable. La radio que defiende la trinchera de la balada romántica, con la experiencia de décadas, desata largos homenajes. Todo es Juan Gabriel, todo es el Divo de Juárez.

Pero, aunque las multitudes claman por que Juanga vuelva a su tierra, a su México, la demanda no se vuelve realidad de inmediato. De hecho, hay un factor que modifica la historia de estos adioses colectivos: Sí, El Divo volverá, pero incinerado. Sí, regresará a México, pero antes de llegar al homenaje que se le prepara en la capital, habrá de pasar por su Ciudad Juárez, y se habla de que ha de pasar por tierras michoacanas.

Por eso, el duelo por la muerte de Juan Gabriel alcanza su efervescencia en el mundo de las redes y se nutre de las transmisiones de los corresponsales en Estados Unidos. En estos tiempos en que la cultura popular es también patrimonio de las élites ilustradas, todo mundo opina acerca de Juan Gabriel y su legado. Una crítica a unas lentejuelas metafóricas y juangabrielescas que el periodista y director de TV UNAM, Nicolás Alvarado se atreve a emitir, desatan un linchamiento virtual que sólo se apacigua con la renuncia del crítico a su empleo en la Universidad. Hasta el Conapred se mete a encarrilar al que se ha atrevido a calificar de “nacas” a unas lentejuelas inexistentes pero que se asocian a la vestimenta del ídolo muerto.

El sentimiento y la indignación populares han triunfado, Que nadie se atreva a tocar a Juan Gabriel con algo que siquiera se parezca, de lejos, a una crítica levemente ácida. Y así como se desató la furia masiva, ésta se transforma en una paciencia tristona, porque el ídolo se tardará más de una semana en llegar a que sus fanáticos de México le hagan la despedida final.

EL AMOR SÍ ES ETERNO. Es hasta el 5 de septiembre cuando una urna que contiene las cenizas de Juan Gabriel son colocadas en el vestíbulo del Palacio de bellas Artes. Viene de Ciudad Juárez donde la despedida ha sido larga y estruendosa. En la capital no será menor.

Afuera del Palacio, además de la fila inmensa, hay mimos, hay imitadores, hay coros, hay bailarines. Cientos de los que esperan están llorando, y no obstante, es duelo y es verbena. Adentro, el hijo mayor de Juan Gabriel, Iván, deposita las cenizas y las autoridades culturales hacen guardia y homenaje. El tenor Fernando de la Mora canta “Amor Eterno” mientras el río de dolientes fluye casi con dulzura.

Durante 30 horas, los leales del Divo de Juárez desfilan ante la urna. Se calcula que al homenaje se han unido unas 700 mil personas, sólo en la ciudad de México.

Tres años han pasado desde entonces, y apenas se ha resuelto el juicio que designa a Iván Gabriel, el hijo mayor, como el heredero universal del ídolo. Como ocurre siempre en estos casos, El Divo de Juárez sigue vivo en los corazones de sus admiradores. Ha corrido el rumor de que está vivo, oculto a causa de algunas amenazas. Pero, finalmente, la realidad se impone: Juan Gabriel sí murió en agosto de 2016. Cuando se aclara el infundio, por enésima vez, alguien se queja en las redes: “¿¿Y ahora qué voy a decirle a mi mamá, que llora de alegría porque Juanga no se ha muerto??”

En el fondo no importa tanto. Eterno desde hace más de 30 años, parecería que la materialidad ya no es requisito de los ídolos del siglo XXI.