Opinión

605, 602 MUERTES

Resultó toda una epifanía, un acontecimiento revelador en sí mismo. Exactamente el día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba el fin de la pandemia, el gobierno mexicano anunciaba la llegada de su vacuna vernácula (monovalente) “Patria”.

Irónico, pero sobre todo epifánico, pues en un solo hecho se concentraba la realidad de un gobierno siempre rezagado a los acontecimientos y que ahora, justo en el día en que termina la emergencia, se jacta de una vacuna aún no manufacturada y probablemente inútil (porque fue diseñada para neutralizar las variantes originarias del SARS-COV-2) y no las mutaciones que hoy dominan en el mundo.

No es extraño. Durante los mil 191 días que duró oficialmente la pandemia, esa fue la constante, la práctica o rutina permanente del gobierno mexicano: negar, menospreciar la gravedad, ir atrás de los hechos, y eso explica precisamente, gran parte de nuestra enorme tragedia, apuntada ayer en estas páginas por Raúl Trejo Delarbre (https://bit.ly/3LNgsAw): México está entre los países con mayor mortalidad por cada cien mil habitantes. En niveles bolivianos, peruanos o de otras tantas tiranías asiáticas: 605 mil 602 muertes en exceso, lo que implica según la Universidad John Hopkins, que México quedó en el noveno sitio de letalidad para vivir esta pandemia con 261 por cada 100 mil habitantes, fallecidos.

Panteón en México (Cuartoscuro)

Muertos por Covid en México 

Cuartoscuro

¿Porqué? Ofrezco una visión telegráfica.

Por la decisión de hacer el menor número de pruebas posibles. Como se asumía que esta no era una epidemia grave, que podía ser monitoreada mediante los casos “que vinieran” a ciertas clínicas, nunca pudimos saber de la magnitud ni la intensidad del contagio. No hay ningún otro ejemplo en el mundo de una autoridad sanitaria que señalará como directriz, hacer la menor cantidad de pruebas posible (y por tanto, reportar un nivel bajo de contagios) ni siquiera Turquía o Hungría.

La ambigüedad y resistencia para hacer obligatorio el uso del cubrebocas. Todos supimos, a la mitad de 2020, que el vehículo principal del bicho se encontraba en los aerosoles, o sea, en la inhalación y expiración de los contagiados que enviaban al aire cercano y encerrado a millones de virus activos. Hasta octubre de 2020, hasta el viaje a E.U. para apoyar a su amigo Trump, el presidente López Obrador, seguía negándose a utilizar el sencillo artefacto. Nunca tuvimos una campaña de uso obligatorio de cubrebocas. ¿Cuántos miles de contagios se pudieron evitar?

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La falta de seguimiento y actualización de la investigación científica que estaba ocurriendo en el mundo. Nunca se informó de las mutaciones del virus, cubrebocas, aerosoles, vacunas específicas, la crucial ventilación. Y por el contrario: tapetes sanitizantes, cloro en superficie, cuidar las gotículas. Recomendaciones que permanecieron por año y medio, atrás, muy atrás, de la evidencia que revelaba la investigación.

Y finalmente: el monopolio estatal para la distribución y aplicación de vacunas. Hace más de un año que las empresas farmacéuticas privadas mexicanas están en condiciones de comprar y distribuir vacunas entre la población nacional. Se calcula que treinta millones de mexicanos pudieron vacunarse con recursos propios, liberando así, a otros treinta millones que no pueden financiar su vacuna, distribuida por el gobierno. Cada vacuna comprada en el mercado, libera una vacuna proporcionada por el gobierno. ¿Por qué no se hizo, por qué no se ha hecho?

Si quieren comprender el fracaso de la gestión de la pandemia en México, piensen, en estas cuatro causas… y hay más…. Volveremos sobre el tema.