Abstencionismo, enemigo común
Organizar la elección nacional de este domingo dos de junio costó mucho dinero, tiempo y esfuerzo. Pero ya están listas 170 mil casillas para recibir a los ciudadanos que vayan a redondear la fiesta sufragando, formando con sus votos los nuevos gobiernos.
Los ciudadanos tienen ahora la certeza de que sus votos se contarán bien y serán decisivos. No siempre fue así, pero gracias al esfuerzo continuo de varias generaciones de mexicanos ya se puede afirmar que en México los votos cuentan y son la base de legitimidad de los poderes públicos.
A pesar de eso, todavía hay muchos ciudadanos, millones de ellos, que no votan, que prefieren abstenerse, hacerse a un lado y dejar que otros asuman la responsabilidad. Están en su derecho, pero vale la pena preguntar por qué sigue ocurriendo. No es falta de información porque hemos estado sumidos en un mar de propaganda con las calles tapizadas de pendones con la cara de todos los aspirantes.
La fórmula más conocida del abstencionismo en el país es 60-40. No es malo el porcentaje de participación, pero desde luego puede mejorar y mucho. Para la elección de este domingo el listado nominal es de casi 100 millones de ciudadanos, casi 40 millones optarán por abstenerse, que desde luego es una forma de expresarse sobre el sistema político imperante, pero una forma que genera desaliento. No hace mucho el nivel de abstencionismo era incluso más grande.
Los ciudadanos no tienen la obligación de votar, no enfrentan consecuencias legales si no lo hacen, es una forma de hacer valer su libertad, una forma bizarra si se quiere. En la Constitución se dice que votar es una obligación, pero no hay un andamiaje legal para que los ciudadanos voten de modo que queda a su libre albedrío.
Hay ciudadanos que nunca han usado su credencial para votar con fotografía para votar, la usan para transacciones bancarias, pero no para votar, casi nunca lo han hecho y hoy no será la excepción. Son personas desencantadas con el quehacer político y piensan que no vale la pena involucrarse.
Desconfían de la política y los políticos. ¿Se les puede culpar?
Hay otros ciudadanos, dicen los analistas, que a veces votan y otras no. Son abstencionistas ocasionales, todo depende si les gusta el elenco y si creen que su participación sí es importante y que el triunfo de uno u otro puede cambiar su vida, como conseguir un empleo, por ejemplo. Son aquellos que en las encuestas de preferencias electorales aparecen en rubro de todavía no se dice.
Muchos otros no votan porque sus datos en la credencial para votar no están actualizados, porque cambiaron de domicilio dentro del país o de plano salieron de México. Hay en Estados Unidos millones de mexicanos y solo están en listado nominal menos de doscientos mil ciudadanos. Digamos que están desconectados y no sienten que el resultado de la votación los afecte de alguna manera.
Hay dos datos más que manejan los expertos: la elección presidencial atrae mucha más gente que la elección para el Poder Legislativo. La otra es que a mayor votación más posibilidad de voto de castigo. La molestia con el gobierno en funciones es el acicate para ir las urnas y castigarlo. En las dos últimas elecciones presidenciales el abstencionismo ha rondado el 37 por ciento de los ciudadanos con derecho a voto. En el 2012 hubo una participación de 63.1 y en la del 2018 de 63.4, como se ve son porcentajes casi idénticos. Pronto veremos si en esta elección, la del 2024, logramos mejorar el porcentaje.