Opinión

Cambio político sin ideas

La historia de las instituciones y de las doctrinas políticas enseña que todo proceso de transformaciones de una sociedad, se acompaña de ideales, aspiraciones, modelos y proyectos relativos a un orden superior, más justo y libre, e incluso, con respuestas tentativas a las aspiraciones colectivas. Las discusiones siempre involucraban aquello que en el pasado se conocía con el nombre de utopías y que actualmente, ante la falta de ellas, se denominan programas políticos. Si es cierto que “el fin justifica los medios”, entonces, resulta necesario cuestionarse sobre los objetivos y las metas, es decir, sobre las finalidades que persigue la acción política. La carencia de ideales que ahora se observa es preocupante porque acentúa el pragmatismo irreflexivo. Además, las herramientas del análisis político se muestran inadecuadas, no solo para comprender, sino también, para describir los escenarios contemporáneos. Las viejas categorías resultan obsoletas, engorrosas e inútiles. Son conceptos escritos para el guión de una época pasada.

Este fenómeno de ausencia de ideales también se encuentra presente en la política mexicana. Actualmente, nadie se plantea la necesidad de repensar alguna gran teorización y ni siquiera existen proyecciones sobre la sociedad post-capitalista que viene. En anteriores columnas he comentado el caso del gobierno donde el único impulso intersubjetivo proviene del voluntarismo presidencial y de la toma decisiones en función de cálculos políticos. Lo mismo acontece por cuanto se refiere a las propuestas y aspiraciones de la coalición opositora, que hasta ahora no ha logrado introducir plenamente los arquetipos ciudadanos en su acción cotidiana.

Presentación de la plataforma ciudadana Méxicolectivo.


Presentación Méxicolectivo

Presentación de la plataforma ciudadana Méxicolectivo.

Cuartoscuro

Ahora toca el turno al documento “Una Nueva Visión de País”, producto de un ejercicio cívico-político presentado hace días por la organización “Mexicolectivo”, asociada al Partido Movimiento Ciudadano, con el objetivo de impulsar: “la participación plural y diversa que busca recoger e intercambiar ideas y propuestas desde la sociedad civil para la construcción de un mejor país”. Se trata de un diagnóstico social, económico y político aderezado de buenas intenciones. Los postulados presentados referidos a la justicia social, la inclusión, el respeto por los derechos humanos, el bienestar y el apego al Estado de Derecho, no agregan nada nuevo al debate contemporáneo sobre el futuro del sistema democrático mexicano. Son argumentos coincidentes con los formulados en otros espacios de reflexión política, solamente cambia la escenografía. Representan por decirlo así, la base mínima para la restauración del desarrollo interrumpido en nuestro país. Cuando se reflexiona sobre estas temáticas –sin importar el partido o la audiencia- siempre aparecen los mismos actores, sin novedades, ni soluciones alternativas. Las estrategias para acentuar la orientación ciudadana que se pretende construir resultan limitadas y lo más preocupante, es que no se incorporan importantes temas y causas que actualmente interesan a los electores. Resulta un esfuerzo loable pero incompleto y fragmentado. Dado que mediante la acción y el discurso los individuos muestran quienes son, la política hoy se presenta como un espacio relacional que debe abrirse en todas partes a todos. Es necesario imaginar nuevas modalidades de diálogo y colaboración entre la sociedad política y la sociedad civil.

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Vivimos una metamorfosis del mundo que exige también aceptar los riesgos de asumir la transformación de nuestras concepciones. Por ello, es necesario reivindicar la potencia creativa de la política, así como recuperar la potencia política de la creación. Dado que el discurso partidario ha despolitizado a la política, requerimos urgentemente de una repolitización del mensaje que produzca un nuevo léxico que reinterprete a la política y que ofrezca a las oposiciones las capacidades para enarbolar un moderno discurso ciudadano. Se trata de aprovechar la oportunidad histórica –inscrita en la actual crisis mexicana- para replantear radicalmente la política, liberándola de sus concepciones tradicionalistas y por lo mismo, ineficaces.