Opinión

Complot de silencio

La educación moral que recibió la todavía ministra de la Suprema Corte Yasmín Esquivel, en su infancia y en su adolescencia fue probablemente pésima. Habría que explorar los modelos conducta que tuvo en su entorno --familia o en escuela-- y que le sirvieron para normar sus propios comportamientos.

Yasmín Esquivel Mossa, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)

Yasmín Esquivel Mossa, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)

Cuartoscuro

La moral, como la predicaron los clásicos de la filosofía desde Aristóteles hasta Kant, nos permite distinguir entre el bien y el mal. La señora Esquivel, lamentablemente, no siempre actuó conforme a los buenos valores pues tomó la ruta incorrecta al terminar su carrera: tomó la decisión --moralmente errónea—de recibirse mediante el plagio de una tesis.

Hoy sucede que la estafa del plagio se hace pública. La UNAM actuó de inmediato y se encargó de analizar la tesis y comprobó que era copia de otra tesis que se había presentada antes por otra persona. Ante estos hechos, de nuevo, Esquivel se vio obligada a tomar una decisión moral: reconocer, o no recocer, el plagio y resignarse a la censura de los demás (que es en todos los casos la sanción que reciben las conductas inmorales).

Una vez más la señora Esquivel se equivocó: negó la verdad comprobada y sostuvo, contra toda evidencia, que su carrera era impoluta y que no tenía en su vida profesional nada de qué avergonzarse.

Todo esto, dicho en las narices de la sociedad y del Estado. En el público hubo una reacción de estupor y una ola de indignación recorrió al país, aunque -- que alcanzó mayor fuerza entre los sectores ilustrados, académicos y profesionales.

Pero eso no ocurrió en el Estado. Lo que más sorprendió fue la postura del presidente López Obrador que ascendió a la presidencia presentándose como un hombre de moral intachable, honesto y de vida sobria. Él ha predicado la necesidad de educar en moral a todos los mexicanos, mandó a un grupo de sus seguidores a elaborar un Código Moral válido para todos los mexicanos y promovió activamente la difusión de la famosa Cartilla Moral de Alfonso Reyes.

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Ocurre que este personaje, que, como antes dije, siempre ha manifestado estar preocupado por la moral, –lo que le ha ganado muchas simpatías en la población—defendió públicamente a Yasmín Esquivel y se negó a reconocer de forma explícita que ella había cometido tal plagio. Esta reacción es una grave auto-negación de su identidad pública, pero su actitud se convirtió de inmediato en norma que guio la conducta de todos sus compañeros de Morena que guardaron silencio sumiso.

Otros guardaron silencio por temor a las represalias implacables del presidente, de modo que la insolencia y el cinismo de Esquivel no han recibido censura de uno sólo de los líderes de Morena. Tampoco de los miembros de la Suprema Corte que es la corona del poder judicial. Es un auténtico complot de silencio que, sin embargo, no resuelve el problema.

Pero los líderes y partidarios de Morena no advierten que esta conducta será una mancha indeleble en su imagen pública. El ciudadano común no tendrá dudas en decir que los morenistas admiten sin reparos la deshonestidad y el fraude, que esa admisión equivale al cinismo, que tienen más ambición política que vergüenza, etc. Una mácula imperecedera.

El asunto es de capital importancia. Lo que los mexicanos no alcanzamos (todavía) a comprender es la importancia de la moral pública, virtud que poseen, por ejemplo, las naciones europeas que más admiramos y que los auténticos maestros de moral pública, son las figuras políticas puesto que ellas son los modelos de conducta que, a diario, tenemos frente a nosotros.