La prisa del autoritarismo
Dice Ece Temelkuran en su libro Juntos que “el instinto del populismo actual es más fuerte que sus cálculos racionales… el performance es más importante que la eficacia” (Anagrama, 2022, p. 21), con lo que creo que quiere decir: les importa más demostrar que pueden, antes que cuidar y elaborar con cierta inteligencia sus propias acciones.
El caso de México demuestra de sobra esas palabras, ahora mismo, en medio de una catarata de ilegalidad, compra desfachatada de senadores o diputados locales y vulgaridad de las autoridades jurisdiccionales, que resultan completamente innecesarias después de su propio, amplio triunfo electoral.
Pregunta: ¿para que recurrir a esos expedientes que te ensucian, que manchan, si ya tienes una mayoría bastante holgada y puedes conquistar tus objetivos mediante el recurso legal de la política? Respuesta: porque tenemos prisa y las formas han dejado de importar.
Lo que ha ocurrido en los tribunales con los diputados del Congreso local de la Ciudad de México quienes fingieron un cambio de partido para evadir las normas que regulan la sobrerrepresentación; la anulación de la elección en la alcaldía Cuauhtémoc por una pretendida “violencia de género” y el humillante papel de simples levanta dedos de los nuevos diputados que votarán dictámenes que no discutieron ni elaboraron ellos, son muestras de que las formas políticas más elementales, las más básicas han dejado de importar, porque lo importante es demostrar que pueden hacerlo. Y punto.
Lo que estamos a punto de vivir en esas condiciones políticas y anímicas es la culminación de un proceso y de un gobierno que se ha propuesto destruir las bases de la república y las bases de la vida democrática, para sustituirlas por una serie de medidas que no han sido pensadas para solucionar problemas, sino para suplir improvisadamente lo que se acaba de destruir.
Tal es el caso de la elección de todos los jueces en el país que suplirá a la carrera judicial y sus mecanismos de control y evaluación. Tal es el caso de la desaparición del INAI que no será sustituido más que por la voluntad gubernamental de proporcionar información y tal es el caso de la destrucción de los demás órganos autónomos a los que ahora mismo se les dictamina su desaparición. Destruye, luego averiguamos.
Podían hacerlo de otro modo, podían haber esperado una deliberación más decorosa para afinar, elaborar mejor y ofrecer una discusión más cuidadosa a las demás fuerzas políticas pero sobre todo, a su propia bancada mayoritaria, pero no… los tiempos, la voluntad y el dictado del presidente lo rige todo, incluso la dignidad profesional de las y los legisladores de Morena.
¿Por qué tal prisa? El actual presidente de Morena ha respondido: para dar un obsequio final al Presidente, pero la propia Temelkuran tiene un complemento más amplio a esa respuesta: porque los autoritarios no confian en nadie, deben dejar todo atado y bien atado, no confían siquiera en los sucesores impuestos por ellos mismos. Por eso “el ritmo enloquecedor de la obra populista… son perfectamente conscientes de todo el mal que han propiciado o que han hecho directamente y necesitan asegurarse que no habrá modo de que los hagan rendir cuentas” (p.30).
Es evidente que el caótico proceso de la reforma judicial no conviene a la presidenta electa, mucho menos en el arranque de su gobierno. Las señales de alarma, nerviosismo y de inconformidad llegan por todas partes, desde el propio poder judicial, todo el sector empresarial, el gremio de los abogados, la academia nacional e internacional, el gobierno de Estados Unidos, Canadá, la ONU, las calificadoras, la oposición, la sociedad civil y como vimos ayer, de amplios contingentes jóvenes y universitarios, que podrían haber recibido la entrada de Sheinbaum incluso con respeto y con esperanza, se ven sin embargo, obligados a enfrentar al mismo gobierno del que ella promete, solemne continuidad.
La prisa por vaciar y capturar al poder judicial proviene del libreto clásico del populismo (toma por asalto al poder judicial) pero sobre todo de la oscura desconfianza del líder que -a pesar de sus magnas escenografías- sabe que su herencia no resistirá ni las revisiones administrativas, ni las autopsias políticas ni las evaluaciones históricas: en casi todos los campos su legado ha causado un daño duradero a la nación (véase, El Daño está hecho, Grano de Sal, 2024).
Después de un sexenio completo, nuestro líder, empoderado hasta la culminación de su mandato, tiene por fin la oportunidad de cambiar la constitución a su antojo. Para llenar de metáforas su conclusión, quiere constitucionalizar su mayoría metiéndola a tropel en el poder judicial, lo cual es en si misma una paradoja, porque el constitucionalismo es normalmente una forma de contener a las mayorías. La reforma coloniza al poder judicial por la mayoría presente.
Quiere que su inconstitucional e ilegal gran mayoría, se afirme como las únicas personas legítimas para cambiarlo todo. Así, el objetivo es convertirse en poder constituyente permanente, objetivo natural de los autoritarios y populistas, desde que señaló el camino, Silvio Berlusconi.
En efecto, recuerda Temelkuran, cuando el resto del mundo occidental aún no había experimentado rastros de demencia política y moral, los italianos ya tenían a Berlusconi que era más desfachatado que Boris Johnson y más peligroso que Donald Trump. Fue la primera nación de Europa que vivió el brusco giro de la historia política contemporánea (hacia la edad del populismo) cuyo objetivo cardinal y obsesivo era destruir o apropiarse del poder judicial. Allá no lo lograron, en México, probablemente si.
El programa autoritario mexicano no respeta formas, impone y sobrepone agenda a la presidenta electa, falta el respeto de los legisladores de su propio partido y pretende ignorar al resto de factores de una sociedad y una economía interdependiente y compleja que a gritos, le solicita suspenda la destrucción del poder judicial.
Pero AMLO, como lo reiteró ayer, más que visión o cuidado, tiene mucha prisa, y eso es lo que nos gobernará en septiembre.