Sheinbaum y las sombras
Hoy toma posesión Claudia Sheinbaum como presidenta de la República. Lo hace después de haber ganado de manera contundente las elecciones y con la ventaja de tener de su lado al Congreso de la Unión. En el papel, lo tiene todo para ejercer una presidencia fuerte y sin contrapesos de relevancia. Sin embargo, hay más preguntas que seguridades respecto al futuro.
Paradójicamente detrás de la principal pregunta hay una seguridad: que el presidente saliente va a querer influir en sus decisiones, ya sea directamente o por interpósito partido, porque una cosa es cierta: López Obrador no se va a quedar tranquilito en su rancho nada más escribiendo sus memorias. Él sigue siendo el jefe máximo del movimiento.
Claudia Sheinbaum gobernará con la sombra del caudillo. Quién sabe por cuanto tiempo será así.
¿Qué tan amplio será el margen de maniobra de la nueva presidenta? ¿Hasta qué nivel de detalle llegará la intención de control de López Obrador? ¿Qué tan profunda es la identificación política entre ambos personajes? ¿Será ortodoxa o revisionista? ¿Habrá un intento de radicalización o un vuelco hacia el pragmatismo?
No sabemos las respuestas a estas preguntas porque, desde que era precandidata, Sheinbaum hizo suya la estrategia de convertirse en un eco de las opiniones de López Obrador y presentarse como la imagen de la continuidad. Al mismo tiempo, la historia política y personal de Sheinbaum es diferente a la de López Obrador, por mucho que hayan coincidido a lo largo de los años. Su origen, formación y estilo tienen visibles diferencias. Tampoco es fácil que la presidenta se abra de capa desde los primeros días. Al menos por un rato, cada quien seguirá especulando de acuerdo con sus deseos y sus temores.
En cualquier caso, quien piense que habrá un distanciamiento relativamente temprano está en pleno sueño guajiro. De entrada, porque si hubiera intenciones de ello, se sabe que, en el ajedrez político y la manipulación, AMLO es una chucha cuerera. Habría que mover las piezas con cuidado en el tablero antes de intentar cualquier cosa.
Entre las seguridades está el hecho de que Claudia Sheinbaum no tiene el mismo carisma de su antecesor, ni su capacidad de comunicación a través de simplificar las cosas y abonar al encono social. No le bastará esa estrategia, así que para tener éxito tendrá que gobernar mejor.
Otra seguridad es que Sheinbaum comparte con López Obrador el talante autoritario, aunque suela expresarlo de manera más educada. Eso se puede observar tanto en su formación política, ligada a la izquierda menos democrática, como en sus propuestas de reforma electoral y su manera de debatir. Lo que no parece tener es esa suerte de paranoia que caracterizó a López Obrador, que ve en todos lados complots dirigidos en contra de su persona (y contra esa paranoia tendrá Claudia que lidiar en algún momento).
También Sheinbaum ha demostrado, hasta ahora, que no es mujer de ocurrencias, sino de proyectos (aunque no sean siempre claros). Eso dará algo de certidumbre, y seguramente servirá para ahorrar dinero y para evitarse problemas gratuitos. La pregunta es si comprará alguna ocurrencia ajena (de YSQ).
Hemos visto, por los nombramientos en el gabinete, que la nueva presidenta ha detectado algunas áreas en las que es necesaria una rectificación: notablemente, salud y energía, incluidas las dos empresas productivas del Estado. La profundidad de esa rectificación está por verse, pero ahí está delineada la intención.
Ahora bien, la del caudillo no es la única sombra que se le presenta a Sheinbaum al inicio de su gobierno. Hay otros tres elementos que deben preocuparla. La perspectiva de (al menos) un primer año con severas limitaciones en la economía, la relación con Estados Unidos y la situación de seguridad pública, que ahora incluye, necesariamente, la relación con las Fuerzas Armadas.
En materia económica, 2025 se presenta sombrío. Responde al viejo ciclo sexenal de negocios, típico de la era del PRI cuando era partido prácticamente único. El nivel de gasto del último año de gobierno se disparó y obliga -en ausencia de una reforma en esa materia- a un ajuste fiscal-presupuestal, lo que se traduce en menor inversión pública, que partía de bases ya muy bajas, y en restricciones generalizadas al gasto público. Añádase la fuerte dosis de incertidumbre sobre las inversiones privadas que trae la reforma judicial y la receta está puesta para un año de crecimiento económico mínimo.
En la ausencia, cada vez mayor, de contrapesos institucionales en México, el principal condicionador al gobierno de Sheinbaum vendrá de afuera, y en particular de nuestro más importante socio comercial. Se requerirá bastante mano izquierda para reconducir a buen puerto la relación bilateral, porque la creciente preocupación en Estados Unidos respecto al rumbo de México se traducirá en crecientes presiones, y habrá que hacer un esfuerzo de equilibrismo. Esto será peor en la eventualidad, no descartable, de que Donald Trump vuelva a la presidencia de EU (y no hay manera de que Sheinbaum tenga el mismo tipo de identificación personal con el millonario republicano, como la tuvo López Obrador).
Finalmente, entre los temas centrales está la recuperación del territorio perdido por el Estado a manos del crimen organizado, que es un tema complejísimo, por la red de complicidades y negocios, así como por el efecto de descomposición en el tejido social. Ahí tendrá que haber una redefinición, que incluye la que determina la relación del gobierno con las Fuerzas Armadas, ahora pieza central en materia de seguridad. Vale recordar que ese fue el rubro en el que Andrés Manuel López Obrador salió peor calificado por la población. Su estrategia no funcionó y es hora de replantearla. Si Sheinbaum lo hace con claridad y hay avances reales, eso puede catapultarla hacia una popularidad propia.
Inicia, pues, un nuevo sexenio, y hay que desearle suerte a Claudia Sheinbaum, para que los resultados de su gobierno sean positivos para el país en todos los rubros. Para eso habrá que disipar las sombras.
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