Opinión

Suecia no siempre fue sueca

En los muchos debates que -a mi edad- llevo a cuestas, inumerables ocasiones he escuchado de mis interlocutores, revirar “mira, no somos suecos”. Lo he escuchado de gente de derechas y de izquierdas, viejos y jóvenes, economistas o politólogos, profesionales informados y necios que discuten porque sí: ese arreglo social, esa cultura de la igualdad no puede ser en estas tierras, es un modelo de sociedad imposible de tener aquí.

todoporhacer.org

todoporhacer.org

La cosa cobró sentido cuando leí una entrevista reciente a Thomas Piketty, en la cual el economista subraya que la sociedad sueca era una de las más desiguales del planeta al cruce de los siglos XIX y XX. En ese país prevalecían los latifundios agrarios y monopolios gremiales, comerciales y manufactureros; su estancamiento propició la más grande emigración a los E.U. y no sólo eso: “Tenían una especial sofisticación en la forma de organizar su desigualdad. Las corporaciones tenían derecho a votar en las elecciones municipales… podrías tener entre uno y 100 votos, dependiendo del tamaño de tu riqueza, una de los arreglos más atrabiliarios de Europa” (ver aquí https://nyti.ms/3uumbnm).

¿Que fue lo que pasó? Pues, política. Una sucesión de reformas exigidas dese el flanco liberal y socialdemócrata que reformaron, no la propiedad, sino el marco impositivo y la fijación-negociación salarial.

El protagonista absoluto en esta historia de redistribución e igualdad material, es el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores de Suecia (SAP) quien, tempranamente, se distanció del leninismo, tan influyente en aquellos años. Hjalmar Branting, el líder de la organización, formuló el primer programa que fundía tanto a los trabajadores industriales (la clase emancipadora de Marx) como al campesinado y a la clase media en ciernes.

Todavía más decisivo: el SAP no mordió el anzuelo del revolucionarismo, ni quiso el asalto al poder perpetuando “su proyecto”, sino que asumió con todas sus consecuencias la vía electoral, el pluralismo y las condiciones de la vida democrática; comicios, reformas y negociación al interior del sistema.

El momento estelar de esa socialdemocracia es la primera elección después de la Gran Depresión, con el programa maestro de salarios al alza, obras públicas y precios garantizados para la producción agraria. En la siguiente legislatura, luego de otra victoria electoral, esta vez en 1938, el SAP organizó una reunión de representantes de empresas, sindicatos, agricultores y el gobierno. El encuentro de Saltsjöbaden, dio inicio a una era de cooperación laboral que definiría la economía sueca durante décadas. Una excepcional (keynesiana) visión, que se vería recompensada por cuarenta años de gobierno ininterrumpido, sancionado una y otra vez, en las urnas.

Un pilar central del pacto socialdemócrata sueco fue su acuerdo salarial (del modelo Rehn-Meidner) cuyo principio era el de la mayor participación salarial en el producto invirtiendo a la vez en capacitación de los trabajadores y en educación pública. El aumento de la productividad no era condición para aumentar salarios, sino para aumentar las ganancias. ¿Lo ven?

Esa socialdemocracia, entendida como modelo de sociedad, fue el cimiento de la prosperidad de la posguerra (Judt) en escandinavia, Europa, E.U.; Canadá y Japón, lo que nos lleva de nuevo a Piketty.

La clave del avance histórico de la igualdad no son las revoluciones, los desastres, las grandes catástrofes, la guerra o la conquista, ni siquiera el progreso técnico como creía Marx, es “la construcción política positiva de una alternativa”. “Eso” que volvió a Suecia, en sueca.