
Lo mejor que podría pasar es que, en el bicentenario de su nacimiento, Benito Juárez escapara de recibir un nuevo baño de bronce, y se revalorara su papel en el pasado mexicano, circunstancia en la que se centró el debate de los últimos días. Como apostillas, algunos de esos detalles de los cuales no hay que olvidarse a la hora de pensar en el Benemérito:
La religiosidad. Comecuras y anticlerical, es posible, nunca ateo o antirreligioso. Ni Juárez ni las dos generaciones de liberales que le acompañaron en los tiempos difíciles dejaron de profesar el catolicismo —hasta el radical furibundo que era Ignacio Ramírez, en su vejez, hizo poesía religiosa y Guillermo Prieto compuso oraciones para que las rezaran sus nietos— Don Benito no llegó a tanto, y para rabia de los que hubiesen querido a un Juárez perseguidor de instituciones religiosas, es bueno recordar que siendo gobernador de Oaxaca ordenaba salvas de artillería para “solemnizar del mejor modo posible” la fiesta de la Virgen de Guadalupe, que en su decreto presidencial relativo a los días festivos también estaba el 12 de diciembre y casó a sus hijas por la iglesia, previo paso por el registro civil para obedecer las disposiciones de las leyes de Reforma.
Las finas amistades. Otro de los gustados clichés en torno a Juárez es la empatía y coincidencia ideológica y personal que tenía con sus contemporáneos, también militantes del Partido Liberal. Pero ya a fines del siglo XIX, un muy anciano Guillermo Prieto prefería que la gente se acordara más del momento en que, al grito de “los valientes no asesinan” había salvado la vida del presidente oaxaqueño, que sus ácidas discusiones epistolares de 1865, a causa de la prórroga del mandato presidencial. Hoy importa lo que el oaxaqueño decía del chilango: “este pobre diablo —Prieto— lo mismo que [Manuel] Ruiz y [Andrés] Negrete han valido algo porque el gobierno los ha hecho valer”. Prieto, por su lado escribía ”… no lo necesito mientras pueda hilvanar una cuarteta y me llame Guillermo Prieto… y no creo deberle a Juárez más de lo que él me debe a mí….” Claro, después la relación volvió a tener niveles civilizados, pero Prieto fue diputado de oposición, aun siendo liberal, lo que no le eximió de pronunciar la oración fúnebre de Margarita Maza en 1871.
Ignacio Altamirano, al contrario de Prieto nunca fue amigo personal de Juárez. Y siempre fue un crítico de gran acidez. En los días posteriores a la Guerra de Reforma, acusó en repetidas ocasiones a Juárez de debilidad ante los conservadores vencidos y aunque durante la guerra de intervención le enviaba cartas inflamadas de patriotismo a Juárez, apenas se restableció la república y con el apoyo de Porfirio Díaz, Altamirano puso en marcha el periódico El Correo de México, donde él, su maestro El Nigromante y varios más se encargaron de documentar sistemáticamente las ambiciones de poder de Juárez, a grado tal, que en el proceso electoral de fines de 1867, el oaxaqueño reconocía como “líder de la oposición” al guerrerense autor de “Clemencia”.
Los regaños de Margarita. Lo conocía lo suficientemente bien para interpretar sus silencios, así fueran epistolares. Y también conocía a los hombres que rodeaban a su marido. Sólo en los años recientes se ha puesto atención a la figura de Margarita Maza y escasamente se conocen sus opiniones, algunas demoledoras, y sus regaños por carta: De Jesús González Ortega… “…creo que esta semana se irá González Ortega, ese desgraciado no ha venido más que a ponerse en ridículo y a que todos le conozcan lo mula que es….” De los que se opusieron a la prórroga del mandato presidencial: “… ellos no tienen la culpa, sino tú que no te vuelves a acordar de lo que te hacen, porque yo creo que no es primera que te hace….”
Y una de esas curiosidades… Curiosidades solamente, porque nada de lo que ocurrió en años posteriores puede achacársele al presidente Juárez, es la instrucción manuscrita en una carta, fechada el 13 de septiembre de 1871, cuando un joven de 26 años llamado Victoriano Huerta le pidió ayuda al presidente para entrar al Colegio Militar: “soy hijo del pueblo, no tengo influencia, usted es el único apoyo que tengo en mi empresa”, aseguraba. Juárez anotó en la carta: “Que ya lo recomiendo al Ministro de la Guerra a quien deba ocurrir”. Lo demás, ya es sabido…
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