‘Aquaman: El Reino Perdido’: Diversión simple en el cine de superhéroes
CORTE Y QUEDA. Solo el carisma de Jason Momoa parece destacar en esta entrega que cierra un pésimo año para las propuestas cinematográficas de DC
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En 2018, como parte de lo que ahora se conoce como el infame Snyderverso de DC, el realizador James Wan entró al mundo de los cómics después de su fugaz paso por la franquicia de Rápidos y Furiosos. Así, el australiano de origen malayo tomó el reto de darle vida a uno de los superhéroes más vilipendiados de este sello editorial: Aquaman, encarnado por Jason Momoa, dejando a la rubia versión de las viñetas detrás para presentar a un rudo, tatuado pero muy alivianado Rey de la Atlántida en su dilema por tomar el lugar que le pertenecía en el reino submarino, llevándolo a confrontar a su propio hermano, Orm (Patrick Wilson).
Ante el éxito de esa primera entrega, que para muchos es uno de los mejores títulos realizados del universo DC reciente, Wan y Momoa vuelven a darle vida a este colorido y alocado mundo bajo el mar con Aquaman: El Reino Perdido, última cinta del vapuleado universo extendido alguna vez pensado, que lleva a nuestro querido héroe submarino a enfrentar una nueva amenaza, ahora ecológica, creada por su odiado rival, Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II) quien busca saldar cuentas con el héroe exterminándolo a él y su familia sin saber que hay una mayor amenaza detrás de ello. Incapaz de vencer a su rival por sí solo, Arthur Curry tendrá que aliarse con un viejo enemigo para salvar al mundo.
En un año que ha sido terrible para DC y las cintas de cómics casi en general, Jason Momoa vuelve a interpretarse a sí mismo, sin caer en los excesos psicopáticos de Fast X (Leterrier, 2023), en una exacerbada comedia que depende mucho de la clásica fórmula de las “buddy movies”, donde una pareja dispareja tiene que hacer equipo y superar sus diferencias para lograr el bien mayor. Aquí, el protagonista, que también coescribió parte de la historia, se da rienda suelta y se relaja por completo, aventándose unos remates de chistes que van de lo ligeramente gracioso a lo burdo y torpe.
El equilibrio lo pone, en cierta medida, Patrick Wilson, que también vuelve en su papel como el hermano de Arthur, Orm. Conociendo su antagonismo visto en el anterior filme de Aquaman, la química entre ambos es destacada y funciona cada vez que los vemos juntos pues Wilson es moderado, más serio e involuntariamente gracioso. Curiosamente, el tono de la cinta remite a otro proyecto de comics reciente, Thor: Ragnarok (2017), de Taika Waititi, de Marvel, pues así como Hulk y Thor se la pasan entre broma y broma, lo mismo sucede con ellos, siendo tal vez el punto más entretenido de todo el relato.
Pero Wan y su guion tienen muchos problemas en el desarrollo simplista del relato. De entrada, Black Manta carece de profundidad y es tratado como un títere de otro clásico malote que no aporta nada a su arco, pareciendo una versión bastante chafona de Gollum en la saga de El Señor de los Anillos. Si bien gracias a su encuentro con cierto tridente poderoso trata de lucir intimidante, francamente se siente desperdiciado ante una premisa que lo toma como mero pretexto para hablar del calentamiento global y un sentido ambientalista que parece sacado de la manga a pesar de las buenas intenciones y conexiones que una subtrama de esta índole pudiera tener con el Rey de la Atlántida.
Ni qué decir del afán de pintar al héroe musculoso de la sensibilidad paterna para hacerlo más empático a pesar de ciertos chistes mal aterrizados, o de la cuestión moral que enfrenta Arthur ante la falta de entendimiento de lo que es gobernar, sus responsabilidades y el ser un verdadero líder. Todo ello se abarca pero jamás se ahonda en ello, dejando muchos huecos y soluciones derivativas a ello, como si estuviéramos viendo diferentes capítulos de la serie animada sesentera del personaje metidos en un solo largometraje de dos horas de duración.
Otro gran problema de esta gran producción que despide este universo con más tropiezos que logros es el trabajo de los efectos especiales, mismos que pueden pasar desapercibidos para algunos debido a la edición trepidante del filme, pero que sigue dando de qué hablar. El exceso del CGI en algunas secuencias luce descuidado, casi caricaturesco, dejando de lado el buen trabajo de su antecesora.
Y hablando de la edición, se nota mucho los cortes y la necesidad de los “reshoots” del filme, especialmente en el caso de Mera (Amber Heard), que pareciera nunca tener una postura clara y aparecer o desaparecer a conveniencia, así como en ciertos momentos dramáticos donde se percibe esa sensación de que este Reino Perdido no encontraba un buen rumbo para culminar una etapa en DC.
Si bien existen secuencias de acción bastante entretenidas y la construcción de ciertos universos que pueden resultar llamativas, Aquaman: El Reino Perdido es meramente un divertimento tan caótico como lo fue The Marvels (DaCosta, 2023) pero que sobrevive gracias al carisma de Momoa y la exagerada referencialidad de Wan, que toma elementos de diversas franquicias para crear una despedida básica que sigue la fórmula simple de los blockbusters de superhéroes.
Aunque no está al nivel de su antecesora, si ofrece una sensación de un largo episodio de caricatura antigua con buenas referencias al personaje que puede pecar de todo menos de ser un divertimento meramente cumplidor con ciertos factores nostálgicos.