El empaque autoral de Sam Raimi que devora la fórmula Marvel en “El multiverso de la locura”
CORTE Y QUEDA. Los fanáticos del MCU y de sus historias impresas en cómics se verán altamente gratificados con pequeños gags con los que la franquicia suele complementar sus películas
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La vorágine económica que envuelve al fenómeno mundial en el que se ha convertido Marvel Studios ha condicionado las prácticas de consumo audiovisual de los últimos 15 años, construyendo una serie de fórmulas narrativas que son hilvanadas a través de la producción en serie que representa su universo cinematográfico.
Las salas de cine, sus audiencias, así como el quehacer artístico de la realización de películas, ha evolucionado para adaptarse a tiempos donde el formato está por encima de la propuesta reflexiva, donde las auto referencias sobrepasan al entretenimiento puro, cayendo en la inmediatez como punto de análisis para cualquier producción.
Marvel ha tejido una red de íconos que han transgredido las normativas del propio cine, es decir, la popularidad y vociferación de las masas atrapadas en las representaciones mediáticas que sustituyen la satisfacción de perderse en una realidad alterna que ofrece el séptimo arte, lo cual ha funcionado para sus bolsillos, pero no por ello resulta ser efectivo.
Pocas han sido las propuestas – dentro de este cúmulo de sagas – que han logrado aterrizar sus historias dentro de los estándares de algún género cinematográfico, pero que han llegado a demostrar que no es necesario perder el fondo por la forma: Logan (2017) con un western encaminado a partir de un road trip de redención; Capitán América y el Soldado del Invierno (2014) proyectando su trama de espionaje e intrigas políticas o la propia X-Men: Días del Futuro Pasado (2014) que jugó con sus líneas temporales para entregarnos un producto entretenido de ruptura del espacio-tiempo, son tan solo algunos de los casos de éxito de la planteado anteriormente.
Y es sobre esta premisa donde podemos encontrar la segunda entrega del hechicero más famoso de Marvel, Doctor Strange en el multiverso de la locura, una propuesta que es arropada bajo los vicios fílmicos (en el buen término del concepto) de su director, para explotar algunas de las normas del terror e introducir a un personaje a una reinvención de su naturaleza, brindándole una personalidad propia a su universo, pero sin salvarse aún de las garras “creativas” del contexto del cuál se desprende.
La amenaza más grande que la tierra ha tenido se acerca, y el multiverso está en peligro de colapsar. El Doctor Stephen Strange ha dejado de ser el hechicero supremo, pero no con ello ha dejado de lado el virtuosismo de sus capacidades en las artes místicas, lo cual le ayudará a respaldar a una fugitiva con la capacidad de viajar entre realidades, dejando estragos en los distintos universos e intentando sobrepasar el peligro que se expande más y más.
Doctor Strange en el multiverso de la locura se ha estrenado este miércoles 4 de mayo en las salas del mundo, y con esto comienza el fenómeno en redes sociales sobre las posibles teorías y consecuencias que traerá consigo la segunda parte del hechicero de Marvel. Con la dirección a cargo de Sam Raimi – conocido por sus trabajos como The evil dead (1981), Army of Darkness (1992) o The Gift (2000) – la nueva cinta del Universo Cinematográfico de la casa de Cómics se adentra a una historia donde las contraposiciones de realidades alternas ocasionarán una explosión de posibilidades para la franquicia.
Podemos notar a un Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) que cuestiona, constantemente, las consecuencias de sus acciones, tanto en el mundo como en su panorama personal; su capacidad desbordada como usuario de “magia”, al menos vista de esta forma por la sociedad que le rodea, lo ha orillado a reflexionar sobre su propia felicidad, la cual se ve nuevamente coartada por la aparición de una joven con la capacidad inconsciente de viajar entre realidades.
Es a partir de la incursión de La Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen) cuando la capacidad de Raimi comienza a dar dividendos en la pantalla. La historia no ofrece algo extra a lo que ya hemos visto en diversas cintas de Marvel, es decir, utiliza su vieja y efectiva fórmula de amenazas globales y resolución de las mismas, a partir de típicos convencionalismos, para funcionar como la columna vertebral de la propuesta visual de su director.
Es innegable la esencia del cineasta en esta entrega, quien usa sus armas autorales bajo los esquemas de aquel viejo terror de los 80, para poder envolver las estructuras comerciales del subgénero de superhéroes; movimientos de cámara vertiginosos, close-ups que acercan al público a la amenaza en pantalla, el uso de sombras para ocultar la oscuridad de los propios personajes, son solo viajes costumbres que elaboran un vistoso empaque cinematográfico para ocultar la realidad: “Doctor Strange en el multiverso de la locura parece más grande de lo que en verdad llega a ser en pantalla”.
Lo que logra Raimi con su trabajo es traer consigo aquellas referencias a su propio cine como Drag me to hell (2009), The evil dead (1981) o hasta su Spiderman 1 y 2, e incrustarlas en un personaje que era un lienzo en blanco, y que ahora goza de una construcción visual y panorámica que pocos íconos de Marvel en el cine poseen.
Esta es una cinta que quizás no llegue a impactar en la audiencia como se esperaba, ya que no termina por ofrecer aquellas promesas que el marketing alimentó a lo largo de muchos meses, sin embargo, su efectividad cinematográfica y su capacidad de entretenimiento puro es suficiente para sostener un barco narrativo que podría haberse hundido sin la presencia de su realizador.
Aún así, los fanáticos de Marvel y de sus historias impresas en cómics se verán altamente gratificados con pequeños gags con los que la franquicia suele complementar sus películas y donde esta última no es la excepción.