‘Los espíritus de la isla’: El silencio bélico de la soledad
CORTE Y QUEDA. La nueva cinta de Martin McDonagh es una de las grandes protagonistas de la temporada de premios y ahora llega a las salas nacionales con una interesante propuesta sobre el dolor y la amistad
cine
La naturaleza de nuestra sociedad siempre ha sido alimentada a través del conflicto, casi como una necesidad enfermiza de intentar mantener su cordura, teniendo como consecuencia la constante sumisión del libre pensamiento que es maquillado con tiempos de paz temporal. ¿Qué pasaría si toda esta mentalidad pudiera revirarse estructuralmente? ¿Es tan simple como decir que no a todo lo que nos envenena? Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, 2022), de Martin McDonagh, se burla de estos planteamientos y busca encontrar los absurdos en los que el ser humano suele caer en sus dinámicas colectivas.
En tiempos donde los ejercicios de introspección son vitales para el crecimiento personal, los verdaderos cuestionamientos se dan sobre aquellos vínculos que suelen detener nuestro desarrollo humano, ¿qué es lo verdaderamente importante en nuestras vidas? ¿Qué personas aportan a nuestra funcionalidad? Es por medio de la amistad de Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) y Colm Doherty (Brendan Gleeson) que estas ideas se ponen en práctica con una sátira social divertida y que indaga en la relevancia de las etiquetas sociales.
Una pequeña isla en medio de la Guerra Civil Irlandesa de 1923 vive su propio y dramático conflicto interno, y es la ruptura de una amistad que lucía inquebrantable, la cual terminará con la cotidianeidad del lugar, llevando a sus protagonistas a cuestionarse sobre el verdadero significado y alcance de una amistad, y cómo estas pueden afectar tu vida en todos los sentidos.
Martin McDonagh ya nos había presentado una intensa historia en el pasado con Tres anuncios por un crimen (2017) la cual estuvo multinominada a los Premios de la Academia. Ahora nos entrega una propuesta que nos lleva a explorar – de forma sintetizada – las viejas costumbres de la cultura irlandesa, condimentada con una trama que lleva al extremo emocional y físico los límites de la amistad.
El cineasta utiliza la guerra como punta de lanza para crear un paralelismo con la verdadera batalla que estamos enfrentando en pantalla, la cual parece retumbar con mayores consecuencias en la pequeña isla que el propio conflicto armado que siempre se mantiene a distancia, dando una sensación de nula injerencia en el día a día.
El dolor siempre está presente en esta desolada tierra, la muerte parece susurrar a cada instante con un viento que ahoga los pensamientos de los habitantes, reprime aquellos deseos que los mantiene con una meta a perseguir, es decir, huir a un territorio donde la guerra parece ser más interesante que el costumbrismo que les rodea.
Las emociones que mantenían cohesionado a un pueblo se van difuminando a medida que la necesidad de trascender crece, una necesidad que posee un origen egoísta pero necesario para algunos. McDonagh nos coloca en una prisión de agua, que ni a las figuras divinas les interesa observar, como si fuera un destino olvidado hasta para los propios oriundos. ¿Ser recordado es lo que más interesa o es transitar por el camino sin tomar senderos peligrosos? Esto se plantea Colm (Brendan Gleeson) mientras se enfoca en adentrarse en esos sueños que alguna vez le dieron significado a su vida, sin importar lo que deje atrás.
La muerte metafórica y física se acerca cada vez más, los instintos van despertando y el lado salvaje evoca las verdades más profundas; Pádraic (Colin Farrell) al colisionar con la soledad, las realidades lo golpean de frente, el contexto se distorsiona, y su personalidad muta para adaptarse ante los ataques bélicos de su mente. Los silencios conforman gran parte de su día a día, aunque sin comprender porque son más prolongados mientras los ataques de su dependencia emocional lo hacen perder aquello que lo mantenía conectado con el mundo: su amabilidad.
El realizador destruye las máscaras de sus personajes, y es la soledad dentro de una colectividad inundada de lugares comunes la que detona arranques de autodescubrimiento o autodestrucción, dependiendo la perspectiva que se esté absorbiendo. Cuando algo se quiebra, no siempre tiene solución o se cuenta con las respuestas idóneas, debemos dejar que el dolor construya sus propios anticuerpos, ayudándonos a ser autosuficientes, al menos así es como la nueva película del director de In Bruges (2008) edifica los mecanismos de aprendizaje de sus personajes.
Los espíritus de la isla se estrena este 2 de febrero en salas mexicanas, uniéndose al grupo de producciones que estarán participando en la siguiente entrega de los Premios Oscar.