‘Hasta los huesos’. De canibalismo y conflictos existenciales
CORTE Y QUEDA. El filme se sostiene bien, sobre todo en su retrato del amor adolescente loco y exaltado, y al apelar a temas universales como el sentido de marginación, el miedo al rechazo y la necesidad de aceptación, y la constante búsqueda de la identidad
cine
La antropofagia es un tema que ha sido abordado por el cine desde sus primeros años de vida, cuando todavía era silente. En 1922, Merian C. Cooper (uno de los artífices de la primera versión cinematográfica de King Kong) sería el primero en filmar imágenes de rituales caníbales en islas de los mares del sur, bajo la supervisión del explorador y millonario Edward A. Salisbury.
En los años venideros, los devoradores de humanos serían los protagonistas de muchos otros filmes (buena parte de ellos de horror) como Perro mundo (Cavara/Jacopetti/Prosperi, 1962); La ternura de los lobos (Lommel, 1973); Holocausto caníbal (Deodato, 1980); Comiéndose a Raúl (Bartel, 1982); Delicatessen (Jeunet y Caro, 1991); Cannibal! The Musical (Parker, 1993); Voraz (Bird, 1999); Hannibal (Scott, 2001); Sangre caníbal (Denis, 2001); Somos lo que hay (Michel Grau, 2010- Mickle, 2013); Caníbal (Cuenca, 2013); Caníbales (Roth, 2013); Bone Tomahawk (Zahler, 2015); Voraz (Ducournau, 2016) y Caniba (Castaing-Taylor/ Paravel, 2017), en donde ya sea habitando el corazón de una selva, u ocultos en las grandes urbes contemporáneas, los antropófagos producen una particular fascinación en el espectador, mezcla de curiosidad, magnetismo y repugnancia.
A esta vasta lista se suma ahora Hasta los huesos (Bones and All, Estados Unidos-Italia-Reino Unido, 2022), el más reciente trabajo del cineasta italiano Luca Guadagnino (Suspiria, Llámame por tu nombre), basada en la novela del mismo nombre de la escritora estadounidense Camille DeAngelis, y en la cual narra una historia de horror y romance entre dos personajes unidos por algo más que su deseo compulsivo de carne humana.
La versión cinematográfica se sitúa en algún momento de la década de los ochenta, y se centra en Maren Yearly (Taylor Russell), una jovencita aparentemente como cualquier otra, quien vive un tanto a salto de mata con su padre Frank (André Holland). La razón de esto se devela en los primeros minutos del largometraje cuando Maren asiste a una pijamada con un grupo de amigas y allí, de forma espontánea, repite una escena que parece sacada directamente del Voraz de Julia Ducournau.
Tras esto, su progenitor se la lleva a otro lugar, donde posteriormente la abandona; no sin antes dejarle algo de dinero y una cinta con una grabación suya, dónde le explica que su anómalo comportamiento comenzó desde temprana edad, que él esperaba que dicha conducta desapareciera al llegar a la edad adulta y que al ver qué no es así, ha decidido no continuar a su lado. Pero sobre todo, le da cierta información que definirá el curso de la trama: un certificado de nacimiento y la dirección donde vivía su madre, la cual padecía el mismo trastorno de conducta.
Es así como la joven inicia un peregrinar por carretera a través de diversos estados de la Unión Americana, tratando de encontrar tanto a su madre, como algunas respuestas.
Durante su travesía, tendrá un lúgubre encuentro con Sully (Mark Rylance), otro caníbal quién intenta guiarla al darse cuenta de que es una “novata”, y el cual le revela que no son los únicos, y que existen más antropófagos cómo ellos deambulando por allí, a los que denomina “devoradores”. Incluso le enseña algunos métodos para detectarlos, y le invita a quedarse a su lado por un tiempo, y enseñarle todo lo que sabe. Pero ella decide huir al desconfiar de sus intenciones y de su torva apariencia.
Continuando con su viaje, se encontrará con Lee (Timothée Chalamet), un joven con su misma condición, pero quién es astuto y ha desarrollado un sistema para cubrir sus necesidades y pasar desapercibido y el cual, decide acompañarla y llevarla en camioneta hasta su destino. Entre él y Maren surge cierta empatía que derivará en una tensa amistad y luego en precario pero profundo romance, sobre el cual se percibe que flota una densa nube de pesimismo y fatalidad.
Cuatro años después de haber incursionado en el género del horror con el remake de Suspiria, Luca Guadagnino lo vuelve a hacer, apoyándose nuevamente en el guionista –y recurrente colaborador suyo- David Kajganich, ahora adaptando la obra homónima de la novelista estadounidense Camille DeAngelis, y desarrollando una película la cual, partiendo de la estructura de un road movie tradicional, narra una historia de autodescubrimiento y amor con un elemento siniestro.
De hecho, el tema del canibalismo no es sino un vehículo empleado por el cineasta italiano para por un lado, mostrar una serie de personajes quienes, debido a su grotesca adicción, se ven obligados a vivir errantes, en un perpetuo anonimato y marginalidad.
Lo interesante es que, a pesar de que dichos personajes son capaces de cometer atrocidades y acciones abominables, en su intimidad la mayoría de ellos no son asesinos fríos, calculadores y distantes, sino seres sensibles, frágiles emocionalmente, cuyas vidas se siente que van un tanto a la deriva.
Y es precisamente a través de ellos, que el filme aborda diversos temas como la soledad, la marginación, pero sobre todo, la constante búsqueda de un sentido de identidad y pertenencia. Esto último es lo que une a los dos protagonistas jóvenes del relato, quienes intentan dilucidar cuál es su verdadero lugar en un mundo en el que no encajan, y si se pueden permitir tratar de llevar una vida “normal”, aspirar a tener (o al menos soñar) con un futuro, y permitirse sostener una relación sentimental. De hecho, haciendo resonancia con lo que le ocurre a la pareja de amantes de Llámame por tu nombre (donde Chalamet también desempeña un papel estelar), tanto Maren como Lee saben que la respuesta a ello es incierta, pero eso no les impide intentarlo.
Además del excelente desempeño actoral de la pareja protagónica, es necesario resaltar también el trabajo de varios de sus actores de reparto, especialmente el de Mark Rylance, el de Chloë Sevigny como la oligofrénica madre, y el Michael Stuhlbarg con un pequeño pero lucidor papel, interpretando a un “devorador” desenfadado y escalofriante.
Por otro lado, la trama del filme quizás resulta un poco excedida en tiempo, y en cierto punto parece que la misma se agota y comienza a caminar en círculos, para luego volver a ganar fuerza al acercarse su trágico –y controversial- desenlace. Y por otra parte, es muy posible que algunos fans del horror puedan sentirse un tanto decepcionados porque en cierto punto el relato constriñe su espíritu transgresor inicial y minimiza su premisa violenta y antropofágica, haciendo ganar terreno al romance y los conflictos existenciales de los personajes, emulando un tanto lo que hace Neil Jordan con sus pareja protagónica en Entrevista con el vampiro (1994).
Pero con todo y esos defectos, en la suma de todas sus partes Hasta los huesos se sostiene bien, sobre todo en su retrato del amor adolescente loco y exaltado, y al apelar a temas universales como el sentido de marginación, el miedo al rechazo y la necesidad de aceptación, y la constante búsqueda de la identidad.
El filme tuvo su estreno en México en el marco de la edición 11 del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.