Escenario

‘La mesita del comedor’: Suspenso con retorcidos tintes cómicos

CORTE Y QUEDA. El filme del español Caye Casas ganó el Festival Macabro en su más reciente edición realizada en el mes de agosto y que revisitamos en tiempos de Halloween

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Fotograma de ‘La mesita del comedor’.

Fotograma de ‘La mesita del comedor’.

ESPECIAL

Crear suspenso no es una tarea sencilla en ninguna obra artística. Para algunos, como el mismísimo maestro del género, Alfred Hitchcock, crearlo dependía de saber manejar un secreto que solamente el espectador y el protagonista del filme sabían. Esa herramienta narrativa, usada desde antes del nacimiento del séptimo arte, produce una incertidumbre, anticipación o curiosidad que se relaciona usualmente con el desenlace del embrollo que estamos presenciando, creando un inherente interés en quien recibe la historia.

Por otra parte, el leitmotiv es un término usualmente asociado con la música, pero que adquirió una visión mucho más amplia gracias al escritor alemán Thomas Mann, al referirse al uso de un elemento individual en una historia que es usado repetitivamente en una narración y que contribuye de forma determinante en el transcurso del relato. Pueden ser imágenes, acciones, una partitura, alguna palabra o hasta un objeto particular.

Ambos conceptos son usados a la perfección por el realizador español, Caye Casas (Matar a Dios, 2018), que en su nueva cinta, La mesita del comedor, ganadora del Premio del Público en la más reciente edición del Festival Macabro, utiliza justamente el pretexto de un objeto para detonar un relato incómodo y tenso de suspenso, comprobando que hay directores que pueden tomar una sola locación, un objeto bastante feo y una historia completamente incorrecta para generar un humor negro detrás de una tragedia.

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Jesús (David Pareja) y María (Estefanía de los Santos) han tenido un proceso complicado para conseguir ser padres. La llegada de su pequeño crío los tiene felices pero la disputa por una mesa para el comedor de su departamento nuevo aflora en ellos ciertos sentimientos belicosos. A pesar de ello, la alegría de ambos es notoria a pesar de las diferencias de opinión por esta nueva etapa en sus vidas. Alrededor de este gran gozo, un objeto toma el centro de atención, detonando un fatídico evento que llevará al límite a Jesús y su pareja. ¿Cómo enfrentar las cosas irreparables que son capaces de carcomer las mentes y almas de cualquiera?

Casas nos mete de lleno a la vida apacible de casa de estos nóveles padres, utilizándola como un lugar que va pasando de lo luminoso hasta lo oscuro, pues dentro de ella se oculta un secreto turbio donde la mesita del comedor juega un papel determinante. Ante ello, tenemos a David Pareja, cuyo Jesús es quien más sufre las consecuencias de lo sucedido, expresando en su rostro y sus actos un dolor irremediable ante el misterio de lo sucedido. Su desarrollo remite un tanto a aquel memorable cuento de Edgar Allan Poe, El corazón delator, donde la culpa se convierte en el principal enemigo de nuestro protagonista.

Es a través de él que el suspenso se torna más y más intenso. Sus interacciones erráticas con el resto de los presentes a esta tarde caótica de ceremonia convertida en locura son la primera llave para crear ese horror detrás de los silencios y las mentiras. A su lado, la gran Estefanía de los Santos se alza como una contra postura de su marido. Si bien queda claro que la que manda en casa es ella, también muestra su lado sensible así como un orgullo tremendo por ser madre a pesar de los comentarios negativos que escucha a su alrededor. 

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El bajo presupuesto no es pretexto para Casas, pues a través de una sola locación con añadidura de ciertos elementos como el humor malsano y cruel que toca las fibras más sensibles de la incorrección política. La intención del catalán es jugar con la incomodidad de la situación constantemente, confrontando al espectador con la misma, manejando una angustia a través de esta pareja entrada en los cuarenta que vive en medio de las disyuntivas y responsabilidades convertidas en culpas, mostrando la fragilidad de la vida ante accidentes inesperados.

Y es ahí donde radica el gran corazón de este proyecto, donde el minimalismo del relato ofrece una extraña construcción hacia un desenlace doloroso y dramático cuya base son las relaciones interpersonales en medio de una experiencia explosiva contenida por gran parte del metraje hasta que todo explota. Además de que, en medio del conflicto central, Casas también se atreve a meter el dedo en la llaga al tocar otros temas difíciles como la cuestión de la maternidad/paternidad donde se reflexiona duramente qué es lo que uno haría en la situación que ellos sufren, o la inclusión de un tema con ecos a la genialidad de Thomas Vinterberg en La cacería (2012).

Autodefinido como un rebelde con causa que se siente maltratado por su propia industria, Casas demuestra, como en su anterior filme, que cuando existe una buena idea, un gran equipo actoral y la gran noción de crear una tensión a través de un suspenso con retorcidos tintes cómicos basta para conquistar al público, retorcerlo en su asiento y hacer que un relato funcione sin mayor presupuesto o apoyo, todo a través de la fealdad de una mesita de comedor y de un espíritu independiente personal con el que la gente conecta.