Actualmente hay dos figuras las cuales producen una gran fascinación dentro de la cultura pop, y ambas están relacionadas con seres que regresan de la muerte para atormentar, acosar y alimentarse de los vivos. Una de ellas son los zombies o muertos vivientes. La otra son los revivientes, mejor conocidos como vampiros. Su efigie se encuentra en casi cualquier lado, y ha dado pie a numerosas novelas, puestas teatrales, series televisivas, videojuegos, coleccionables y por supuesto, incontables filmes.
En el caso de estos últimos seres, y enfocándose exclusivamente en el aspecto cinematográfico, el chupasangre ha sido objeto de múltiples aproximaciones, relecturas y reinvenciones. Y dentro de esos múltiples tratamientos a los que su efigie se ha sometido, no han faltado aquellos donde se le aborda desde una perspectiva más humorosa, generando diversos resultados, cómo ocurre con La danza de los vampiros (1967); de Roman Polanski, Amor a la primera mordida: los amores de Drácula (1979) de Stan Dragoti; ¡Vampiros en La Habana! (1985) de Juan Padrón; Drácula, muerto pero feliz (1995) de Mel Brooks; Una loca película de vampiros (2010) de Jason Friedberg; Entrevista con unos vampiros (2014) de Jemaine Clement y Taika Waititi; y Turno de día (2022) de J.J. Perry, por mencionar solo algunas. Ahora, a esta vena vampírica cómica, se une Renfield (Estados Unidos, 2023).
El largometraje parte de un argumento original elaborado por el productor, guionista y escritor Robert Kirkman (la mente detrás de éxitos como The Walking Dead, Invincible y Outcast, entre otros) y es dirigida por Chris McKay, realizador con amplia experiencia en el terreno de la comedia, al haber dirigido para la televisión dos temporadas de la serie Robot Chicken (2007-2011), y haber debutado en la pantalla grande con LEGO Batman: la película (2017), y esta nueva aproximación a la figura vampírica corre por cuenta de su sirviente más leal: Renfield, interpretado aquí por el actor inglés Nicholas Hoult.
Aparecido por vez primera en la novela Drácula de Bram Stoker, el atormentado y enloquecido Renfield ha llegado a la pantalla grande en varias ocasiones, siendo algunas de las más memorables la de Alexander Granach en Nosferatu (Murnau, 1922), la de Dwight Frye en Drácula (Browning, 1931), la de Klaus Kinski en El conde Drácula (Franco, 1970), y desde luego la interpretación del músico y compositor Tom Waits en el Drácula de Bram Stoker (Coppola, 1992).
En esta encarnación, Hoult da vida a un personaje un tanto hastiado de su trabajo… y de la inmortalidad. Tras décadas de servir fielmente al Conde Drácula (este último interpretado por Nicolas Cage) y haber sido conferido gracias a él de poderes sobrenaturales, Renfield se siente extenuado y muy presionado por su demandante jefe, especialmente cuando este queda incapacitado por un tiempo tras un letal encuentro con un grupo de cazadores de vampiros que casi consiguen aniquilarlo. Esta situación lleva al conde a depender completamente de su sirviente para conseguir alimento y, como en algún momento alguien así se lo manifiesta, termina convertido en su servicio personal de Uber Eats.
En busca de alimento para su amo y por azares del destino, descubre un grupo de terapia para salir de relaciones codependientes, y se integra a él. Allí cree descubrir una manera de solucionar los problemas de algunos de los integrantes de dicho grupo al mismo tiempo que las necesidades alimenticias de su jefe: eliminar a aquellos sujetos tóxicos los cuales son la fuente de los males y del sufrimiento de sus nuevos “amigos”.
Esta situación lo conducirá a un violento enfrentamiento a raíz del cual conocerá a Rebecca Quincy (Awkwafina), una oficial de tránsito recta y decidida, quien está obsesionada con encarcelar a los Lobo, una poderosa familia de mafiosos encabezada por su matriarca, la empoderada Bellafrancesca (la actriz iraní Shohreh Aghdashloo), y por su vástago, el odioso y cobarde Teddy (Ben Schwartz). Renfield se prenda de Rebecca, atraído por su fuerza, seguridad e independencia, y porque de alguna forma ella le hace vislumbrar una posibilidad de vida que él no había contemplado.
Y así, el protagonista comienza su camino de liberación. Pero antes de poder dejar atrás su relación nociva -y su eterna vida anterior-, deberá enfrentar varios obstáculos entre los que se encuentran los Lobo y el mismo Drácula, quien no ve con buenos ojos los deseos de emancipación de su más fiel lacayo.
Sin duda la primera mitad del filme es la más lograda, ya que mientras homenajea a cintas esenciales y a las efigies más emblemáticas del vampiro (como las de Bela Lugosi o Christopher Lee), aborda la relación entre sus dos personajes principales, definiéndola como tóxica y codependiente, donde Renfield sufre de abusos y maltratos por parte del narcisista y brutal no-muerto y quien, cuando se hace consciente de ello; decide cambiar las cosas y terminar con dicha relación. Una premisa que resulta novedosa, y con la cual la producción consigue anotarse un par de puntos a su favor.
Otro acierto es sin duda, la exaltada y delirante interpretación de Nicolas Cage como el conde, enfatizando los factores negativos antes citados, pero enriquecidos con un toque de demencia y humor muy particulares. De esos papeles que le permiten al artista explayarse histriónicamente y canalizarlo, para concebir aquí un Drácula el cual, partiendo de las efigies antes mencionadas, poco a poco cobra su propia voz y se vuelve de antología.
Sin embargo, en su segunda mitad la película da un giro y se vuelve algo más parecido a la premisa de Transilvania, mi amor (Landis, 1992), donde mafiosos, policías y seres sobrenaturales terminan por enfrentarse entre sí, dando pretexto a secuencias de acción, violencia extrema y gore sazonadas de humor negro y fársico al estilo de Noche sin paz (Wirkola, 2022) u Oso Intoxicado (Banks, 2023) por mencionar dos ejemplos recientes. Pero por otra parte, la atractiva premisa inicial se diluye y la trama se tira de cabeza a la exageración y el sinsentido en sus últimos minutos.
Aunque en un balance final Renfield resulta divertida, se hubiera agradecido que no se apartara demasiado del rumbo inicial, ni se hubiese quedado tan en la superficie en los temas planteados por su propia premisa, y en los cuales decide no profundizar y decantarse más bien por la comedia más sencilla y convencional. Había potencial allí, pero ni Kirkman ni McKay ni el guionista Ryan Ridley supieron cómo exprimirle todo su jugo… o en este caso, su vitalidad hemática.
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .