Escenario

“El Rey de la Fiesta”: Un pesado viaje existencial sobre la aceptación de nuestra personalidad

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Salomón Askenazi apuesta por descolocar a los espectadores con una historia sobre dualidades en la que brilla el actor Giancarlo Ruiz 

cine

El filme triunfó en festivales como Morelia y Monterrey.

El filme triunfó en festivales como Morelia y Monterrey.

CORTESIA

La dualidad implica, por definición, la existencia de dos caracteres en una misma persona o cosa. Es un concepto que marca pensamientos y culturas. No hay blanco sin negro, no existe la luz sin la oscuridad y la vida se complementa con la muerte. Pero a veces, esa visión implica que el encuentro de contrarios puede no ser tan agradable.

Salomón Askenazi regresa a la dirección de un largometraje después de Dos veces tú (2018) para contarnos otro relato que lleva un poco más allá la idea de la dualidad al enfrentar a dos gemelos, Héctor, un arquitecto atormentado, que suele padecer mucho ante las extravagancias de su hermano Rafa, una especie de vividor libertino que se dedica al comercio del arte y cuyas actitudes dan pie al título de la cinta: El Rey de la Fiesta.

Estas diferencias marcadas entre los hermanos generan un conflicto constante entre ellos, sus familias y conocidos. Pero un día, la dualidad física se rompe para convertirse en algo más interno, un desdoblamiento por parte de Héctor en una especie de ejercicio físico/onírico que lleva a este hermano a experimentar la vida del otro y todas las consecuencias que esto conlleva. 

Salomón Askenazi regresa a la dirección de un largometraje después de Dos veces tú (2018).

Salomón Askenazi regresa a la dirección de un largometraje después de Dos veces tú (2018).

CORTESIA

No cabe duda de que el punto más atractivo y desafiante del filme de Askenazi es el doble papel de su protagonista. Giancarlo Ruiz toma a Héctor y Rafa al principio con unas diferencias muy marcadas en su comportamiento. Mientras uno es serio, reservado y pasa casi desapercibido, el otro se mueve con gracia, con unos manierismos particulares y una forma de expresarse que llama siempre la atención. Lo interesante resulta cuando, poco a poco, Héctor se va convirtiendo en Rafa y va cruzando esas líneas de la dualidad que lo hacen cuestionarse a sí mismo y su forma de llevar la vida que tenía, así como su relación con su esposa, su padre y su hija.

Esta labor es apoyada por Askenazi gracias al juego que el realizador propone a través del uso marcado de los espejos. Héctor, en su etapa de suplantación de su hermano, constantemente está rodeado de ellos. Es ahí donde juega un poco con lo que antes manejó en Dos veces tú, planteando siempre la idea de que tenemos esa dualidad dentro de nosotros. Un lado animal que constantemente lucha con el espiritual por ver quién se queda con el poder.

Esa batalla la va desarrollando Héctor mientras adopta más y más la identidad de su hermano, Rafa, llevándolo a tener esa crisis existencial donde se pregunta en sus curiosas visiones qué tan lejos puede llegar a liberarse y que tan peligroso puede ser para él pues mientras hay más de su hermano desaparecido, más se desdibuja Héctor.

Giancarlo Ruiz destaca como protagonista.

Giancarlo Ruiz destaca como protagonista.

CORTESIA

El diseño de producción ayuda a crear esa atmósfera de desconcierto que el protagonista comienza a vivir. De repente, las noches de fiesta, los bares y sus luces, así como el complemento que ello tiene con la buena fotografía de Nur Rubio Sherwell y el diseño de vestuario de Héctor y Rafa. Esto, aunado con el juego de espejos antes mencionado, la presencia de reflejos y una casa destruida que ejemplifica en parte la deconstrucción de este personaje absorbido por la dualidad ayudan a que la cinta encuentre su camino.

No obstante, hay partes tanto en el guion como en la edición que no le favorecen mucho a la cinta de Askenazi. Y es que su planteamiento resulta a veces tan ambiguo que no es tan sencillo de digerir para el espectador que espera normalmente ver una comedia ligera o un drama marcado. Aquí, el realizador apuesta por su sello de cine de autor que definitivamente descoloca a quien la ve ya que tiene tintes dramáticos, cómicos y hasta de thriller psicológico en un relato que se vuelve más onírico que claro y cuyo ritmo es un tanto pesado para la poco menos de hora y media que dura esta crisis emocional.

El Rey de la Fiesta termina entonces siendo una historia de dualidad que juega con los espejos y la rareza de la vida, una especie de viaje existencial al interior de uno mismo que permite desatar todo lo que llevamos dentro pero que muchas veces contenemos y cómo es que esas actitudes pueden llegar a cambiar nuestra identidad, para bien o para mal. Como diría el filósofo Alan Watts, cuya voz se escucha al principio del filme, el encuentro de contrarios “es simplemente el tejido y la estructura de la existencia misma.”